Mi teléfono sonó y me hizo volver al presente.
Me espabilé.
—Si má. Perfecto, recojo y me voy hasta el paseo.
Ese día tocaba merienda con la tía Sage que había sido un apoyo inmenso para mí y para mí mamá, y nosotras su apoyo después de lo ocurrido. La tía Sage era la tía de todo el pueblo. Y la librería era antes, después y ahora más un consultorio psicológico que una librería.
Todos íbamos a pedirle consejos por una u otra cosa y ella era feliz entre sus libros y sus muchachos locos –nosotros–.
Me tomé otro largo trago de agua y guardé todo en mi bolso.
Recogí mi silla y me fui hasta el paseo.
Decidí irme por la playa y así me despedía de Tim.
Revisaba mi teléfono mientras caminaba hacia el grupo de los muchachos.
Una lista de memes y chistes de Day-day que obviamente disfrutaba de un día de ocio me distrajeron mientras acortaba la distancia hacia mis amigos.
—¿Eli? —escuché una voz como un susurro.
Pero no podía ser la voz que me imaginaba porque simplemente… no podía ser.
Mi vista seguía pegada a la pantalla del teléfono, aunque no veía nada, pero quería asegurarme que mi cabeza no me hacía una jugarreta por todo lo que había soñado minutos antes y me había quedado en una especie de mundo onírico al mejor estilo de Inception.
—Elina —esta vez no fue una pregunta. Fue una afirmación. No fue un grito ni un susurro, fue mi nombre pronunciado con una dulzura infinita que solo una persona podía lograr.
Mi cuerpo se congeló.
Esa voz la podía reconocer a miles de kilómetros, incluso si me quedara sorda solo podría escuchar esa voz que a pesar de haber pasado cuatro largos años.
Pero mi cerebro y mis ojos tenían que comprobar que no estaba soñando o me había vuelto loca.
Cerré los ojos y levanté la cabeza despacio. Los abrí y ahí estaba él.
Su figura a contraluz parecía una aparición celestial, pero no lo era, era Evan Scott en carne y hueso.
Él se veía tan sorprendido como yo.
Cuando mis ojos reaccionaron y enfocaron pude detallarlo.
Tenía una camiseta blanca y unos bermudas cargo. La pelota de fútbol bajo su brazo se deslizó de sus manos hasta que cayó en la arena.
Su rostro había cambiado, su pelo también.
Se lo había cortado, ya no estaban sus hermosos rizos rojos, ahora el cabello estaba corto peinado de un lado.
Sus ojos seguían brillando como siempre pero su rostro era más duro, ya no era un joven, era un hombre.
Me miraba como si me analizara, como comprobando si de verdad era yo.
Yo estaba segura de que de verdad estaba frente a mí, porque nunca me lo hubiese imaginado sin sus rizos rojos alborotados.
Miles de preguntas inundaron mi cabeza, pero las que sobresalían del mar de preguntas eran, ¿Qué hacía él ahí? ¿Qué hacía él ahí… en ese momento?
Su rostro pasó de la confusión, a la sorpresa, pero la transición de la sorpresa a la alegría fue la que me afectó tanto que quise llorar. Vi como su ceño fruncido se fue levantando, su sonrisa fue iluminando la playa y el brillo de sus ojos haciéndose más intenso.
—¿De verdad eres tú?
Podía haber cambiado, podía verse más maduro pero esa sonrisa y esos ojos eran los mismos. Esos mismos que veía cada día de mi vida antes de cerrar los ojos.
—Evan —su nombre me salió como una exhalación. En todos estos años había evitado lo más posible pronunciar su nombre porque su nombre me traía dudas, me hacía pensar si había hecho lo correcto y no pronunciarlo me daba ese alivio. Un alivio iluso, pero alivio al fin.
Dimos un paso adelante al mismo tiempo y después de ese, otro y otro hasta que estuvimos tan cerca que casi mi pecho tocaba el suyo.
Acarició mi rostro con el dorso de su mano.
—Eres tú.
Su otra mano rodeó mi cintura y yo no tuve más remedio que rodear su cuello con mis brazos porque con Evan cerca de mí, mi única opción siempre había sido atraerlo más hasta sentir que me fundía en él.
Estuvimos así hasta que mi teléfono sonó.
Mi madre.
*Llegando…
¿Llegando? ¿Llegando? No, no, no.
Mi mamá no podía llegar a recogerme cuando frente a mí tenía al amor de mi vida y padre de sus nietos. Así fuese solo en mis sueños porque a estas alturas Evan era un desconocido para mí y yo para él. Habían pasado cuatro años y quizá se había casado o tendría novia o quizá simplemente no sentía lo mismo.
Idiota Eli ¿Cómo va a sentir lo mismo que tú después de todo ese tiempo?
Sacudí mi cabeza.
—Te cortaste el pelo — fue lo primero que salió de mi boca.
¿En serio Elina? ¿En serio? ¿Eso es lo primero que sale de tu boca cuando ves al amor de tu vida después de cuatro años ¿Te cortaste el pelo? ¿Como si lo hubieses visto la noche anterior?
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Editado: 16.05.2024