Evan se tomó el tiempo de quitarme la ropa con toda la parsimonia del mundo, pero no me molestó porque yo disfruté haciendo lo mismo.
Nos estábamos reconociendo, ya no éramos las personas de cuatro años atrás. En ese momento ya lo hubiese desnudado y me lo hubiese comido a besos en cinco minutos, pero ya no era tan impaciente y había aprendido a disfrutar las cosas a su tiempo y si podía ser paciente con cualquier otra cosa, podía serlo con a Evan repartiendo besos húmedos por mi cuerpo esa noche.
Sus manos apretaban mi carne reafirmándome su deseo. Y yo me dedicaba a ser deseada.
Con Evan no había prisas. Tampoco vergüenza ni tabúes. Si quería gemir lo hacía y como no olvidaba cuánto le gustaba, procuraba gemir fuerte para dejarle saber cuánto me excitaba que mordiera mis pezones o hundiera sus dedos en mi centro.
También me aseguré de tocarlo, no olvidaba cuánto disfrutaba que lo tocase. Que tomara su miembro en mi puño y subiera y bajara suavemente.
Él también se aseguraba de hacerme saber cuánto le gustaba todo lo que yo le hacía.
Estar con Evan después de todo este tiempo era una experiencia alucinante, era sentir que nos estábamos volviendo a conocer, pero a la vez que nos conocíamos de siempre y estábamos tan conectados, tan seguros de lo que nos gustaba que ninguno titubeó ni un segundo en hacer lo que quería hacerle al otro.
Evan me desnudó y me llevó a la cama donde se dedicó a besar cada centímetro de mi cuerpo.
Sacó de su pantalón una caja de preservativos.
—¿Siempre cargas una caja de preservativos encima?
Evan lanzó una carcajada.
Era hermoso. Desnudo. Riendo. A punto de entrar en mí. Era perfecto.
No había dejado de ser la escultura de cuatro años atrás.
—Me la compró Tim cuando fue por más cervezas.
—Debo decir que es un poco terrorífico que Tim piense en nuestra protección más que nosotros mismos.
—Sí lo es, pero después se lo agradeceré a mi primo el raro.
Esta vez fui yo la que reí.
Evan cambio su expresión, volvió a ser el Evan enfocado en mí, volvió a mirarme como si fuese la joya más preciada, como me miraba desde que nos conocimos.
Se posó sobre mí y me besó lento, muy lento.
Su lengua se paseaba perezosa dentro de mi boca. Una de sus manos fue a mi pecho, sus dedos de inmediato acariciaron mi pezón.
Volví a sentir ese corrientazo que solo lo podía sentir con él.
Su erección en mi abdomen me hacía saber que yo no era la única que estaba loca porque entrara en mí.
—Eli, te deseo tanto. No puedo creer que te voy a tener otra vez, que estoy a punto de entrar en ti. Creo que me voy a correr como un adolescente.
Con esas palabras, tomó su miembro, lo colocó en mi entrada y de un solo movimiento, entró en mí.
Mi grito se debió haber escuchado en Islandia.
Mi cuerpo se estremeció y lágrimas de puro placer escaparon de mis ojos.
—No te muevas —susurré.
—¡¿Eli, estás bien?! —me preguntó asustado.
Se quiso mover a un lado, pero yo lo detuve.
Asentí.
—Solo quiero adaptarme a la idea que eres tú el que está aquí conmigo, besándome, dentro de mí.
Él negó con la cabeza y sonrió.
—Después me culpas de decir cosas empalagosas.
Me volvió a besar con delicadeza hasta que poco a poco los dos tomamos el ritmo.
No fue nada frenético ni desesperado. Fue lento, constante y tan intenso que cuando mi cuerpo sintió los primeros espasmos de mi orgasmo, las lágrimas brotaron otra vez.
Nunca había sentido ese placer. Era la unión de mis ojos viéndolo sobre mí, acelerando el ritmo para también correrse en un último intento por retrasar el momento. Mi cuerpo sintiendo como Evan me llenaba, como me sentía completa con él dentro de mí. Mi cabeza asumiendo el hecho de que no lo iba a dejar ir, ni esta vez ni nunca más y mi piel sintiendo sus caricias que no eran las primeras y no serían las últimas que me daría mi escultura.
Se separó de mí y fue al cuarto de baño, yo caí en un letargo en el que no sabía si me iba a dormir o a despertar del sueño tan intenso que había tenido.
Sentí a Evan regresar. Apoyé mi cabeza en su pecho.
Su corazón latía lento, era una canción de cuna.
—Te extrañé tanto, Eli.
—Y yo a ti Evan.
—Dime que vamos a resolver nuestra situación, que no vas a volver a huir. Yo te iré a visitar a Dublín, después de todo es un poco más de un año.
Levanté mi cabeza y lo miré a los ojos.
—No voy a hacer lo mismo, Evan. La vida me está dando una segunda oportunidad y no la voy a desperdiciar. Ya veremos cómo lo resolvemos —. Me acerqué más y lo besé.
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Editado: 16.05.2024