Una Brisa En Abril

UNA BRISA EN ABRIL

Se llamaba Renato, digo que se llamaba porque ya no está aquí, Él está muerto

Duele hablar de eso ahora, duele recordar haber sido feliz. En especial cuando estas lleno de miseria, lleno de ira, lleno de todo eso capaz de destruir el alma.  A veces la vida no continua, a veces simplemente dejas que los días transcurran.

−Espero verte pronto —había dicho él.

−Espero verte pronto —contesté.

Tras la puerta, un breve silencio de tristeza asomó en sus labios.

—Adiós —dijo por último como premeditando su destino.

Me quedé viéndole mientras se alejaba sobre la vereda de aquella avenida cuyo nombre no recuerdo y cuyo aroma ya olvidé. Me sentí del todo presa, lo amaba con el total de mi existencia, pero la culpa de saber que le pertenecía a otra, ahogaba mi corazón.

Aquella tarde, antes de perderse, se volvió hacia mi como buscando una última mirada. Traté de hacerle saber que yo lo esperaba sin un ápice de arrepentimiento, y que estaba dispuesta a aceptarlo en cualquier momento en cualquier lugar y a cualquier hora. Que no me importaba el mundo ni el universo ni nadie, con tal de poder tenerlo otra vez, y que estaba dispuesta a sacrificarlo absolutamente todo por ese amor.

Me gustaría decir que un milagro mayor a la propia realidad nos permitió continuar soñando, pero no; la siguiente vez que lo vi, él descansaba en un ataúd.

Es difícil aceptar ciertas muertes, en especial cuando estabas convencida de que lo protegía un tipo de inmortalidad invisible, una extraña forma de armadura indestructible que iba con él a todas partes.

Me equivoqué.

Me presenté al adiós póstumo pasado la media noche, entre la duda de asistir o no, pasó el tiempo con la misma rapidez que sucedía cuando estaba junto a él. Al ingresar, desde un pedestal improvisado, cuyos alrededores estaban repletas de flores, la voz de una mujer joven y bella sobresalía entre todos. Desde ya supe que era su prometida, era hermosa, fue la primera y la última vez que la vi.

«He pensado mucho en este momento y sobre todo en las palabras que debería decir, pero…>> dijo comenzando su discurso.

Pero al final, todos convivimos con la misma debilidad y sabiendo aquello, te convences a ti misma que esa apariencia de hombre invencible solo era parte de una ilusión, parte de un idealismo, parte de un amor.

…Ojalá mis palabras lograran resumir lo importante que fue para todos nosotros tu existencia… Lo inspiradora que nos resultó tu fuerza…».

Rocío y Renato se conocieron muchos años atrás cuando mi presencia ya se había desvanecido. No sé de tiempos a ciencia cierta; pero, para que hayan estado comprometidos, debió suceder algo mágico entre ellos. Nunca hablamos de aquello en el poco tiempo que la muerte nos permitió, pero me hubiera gustado saber qué fue lo que le atrajo de ella, qué fue lo primero que sucedió.

«…Lo inspiradora que nos resultó tu fuerza…».

Cómo puedes describir las palabras de una mujer que lo ha perdido todo. En efecto; solo puedes imaginarlo. Y la voz de Rocío sonaba a eso. Yo la contemplaba a la distancia, tras ese espacio infinitamente estrecho que nos separaba. En secreto deseaba estar en su posición. Sabía que ese era mi lugar, sabía que debía ser yo quien profesara esas palabras; pero también el destino, como muchas otras cosas, me había arrebatado ese privilegio.

«…La grandeza de tu determinación…».

Es inevitable no pensar en las coincidencias. Si mi presencia hubiera estado retrasada o adelantada unos minutos por cualquier razón que fuera, o él hubiera actuado de un modo diferente a mi tiempo y quizá nada de esto hubiera sucedido.

«…Y lo mucho que nos afectó tu partida…».

Estudié Arte en un instituto que me es difícil recordar; mientras tanto, él ya se había graduado de ingeniero, llevaba una vida ordenada, tenía una novia a quien había pedido matrimonio. Sin duda, le esperaba un futuro muy prometedor.

«…Solo espero que, a pesar de tu ausencia, el mundo continúe girando sin que nadie tropiece…».

La escuchaba atenta. Entonces, el recuerdo del pasado, sin la más leve de las advertencias, me arrebozó espontáneamente el alma. Sin tratar de oponerme, como lo había hecho muchas veces, me dejé guiar a ese universo donde el misterio aún se conservaba intacto.

«…Y que mis pasos se vean guiados por los tuyos desde la eternidad…».

De pronto, pensé en Rocío y la inevitable verdad que estuvo a punto de descubrir. Del dolor que hubiera soportado. De la tragedia que la muerte pudo evitar.




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