Una carta al amor

Capítulo 3. Desastre

Paz Ramírez 

—¿Ya es hora, ya es hora, ya es hora? —repito una y otra vez agitando mi lápiz en la agenda que tengo frente a mí. Mis compañeras ruedan los ojos negando.

—Deja de lloriquear que aún faltan diez minutos para la salida y mejor ponte los auriculares porque ahí viene el jefe —avisa Atenea y con prisa me los vuelvo a colocar simulando luego que hablo por el interlocutor con un cliente. Mi jefe pasa detrás de nosotras y yo simulo que trabajo. En realidad tengo apagado el micrófono y mi línea, pero no tiene por qué saberlo.

Apenas han pasado diez minutos y marcan las dieciocho horas, dejo todo sobre el escritorio para salir. Tomo mi agenda, donde anoto todas mis cosas y me despido de las chicas. No soy de esperar a nadie, para mí la hora es la hora, a no ser que hayamos planeado algo juntas luego del trabajo. Si no, cada uno por su lado.

Así como siempre estoy diez minutos antes de mi horario de entrada, ya sentada aquí con mi taza de café.

—Adiós, chicas, hasta mañana —ellas levantan la mano despidiéndose. Marco mi salida y bajo el ascensor con prisa. No sé qué es lo que me obliga a salir tan rápido de aquí, no tengo nada más emocionante que hacer en mi pequeño cuartito. Pero lo que nadie sabe es que estoy muy emocionada. Ya tengo bastante dinero ahorrado. Una buena cantidad. Intento gastar cada mes lo mínimo posible y guardo el resto.

Muy pronto mi gran sueño se hará realidad. También me ahorro caminando todos los días hasta el edificio donde vivo. Así no pago boletos de autobús y taxi mucho menos.

Bajo del ascensor con otros empleados de otros departamentos. Ellos me aplastan al salir y me quedo de última como siempre. Algunas veces quiero ser un poco más vistosa, llamativa, quisiera ser alguien importante y que me tengan en cuenta.

Suspiro profundo dando unos pasos fuera del ascensor cuando por estar sumida en mis pensamientos y como siempre muy despistada, mi pequeño y desnutrido cuerpo se golpea contra un enorme cuerpo, fornido, alto y majestuoso. No solo mi agenda con todas mis cosas vuela en el suelo, sino su agenda y su maletín también.

—Por Dios, perdón, señor, perdón —digo arrodillándome con prisa para poder recogerle sus cosas. Escucho un pequeño gruñido. Pero luego lo veo hincarse a mis pies para recoger también mis cosas. Mis labiales tirados en el suelo y mil objetos más que volaron de mi cartera al no estar cerrada. Sí, el cierre se me descompuso y no quiero gastar en comprarme otra cartera. No es algo que esté dentro de mis prioridades. Muero de vergüenza cuando me entrega una toalla higiénica.

—Disculpe, señor, no lo vi —de nuevo mi excusa, pero su aroma, su exquisito aroma me embriaga y yo quisiera ahogarme en mi miseria. Yo siempre triunfando en la vida. Me atrevo a levantar la mirada para observar un poco su rostro y ver de quién se trata. Me quedo asombrada. Es hermoso, sus cejas negras y gruesas, con el ceño ligeramente arrugado.

Nunca lo había visto. Él, se da cuenta de que lo observo y sus ojos color miel impactan con los míos. Vaya, esos ojos son…

¡Espera! Ya sé quién es. Joder, como no me di cuenta, si conozco a toda la familia Cooper. Es el hermano de mi amor platónico, el hermano de ese hombre que me roba el sueño, la respiración y hasta las ganas de vivir. Pero en las fotos este sujeto no se veía tan hermoso como ahora lo tengo aquí frente a mí. Es demasiado perfecto para ser verdad. Buenos genes. Rasgos preciosos. Tiene los mismos ojos que su hermano. Pero en el rostro son distintos, Alessandro le parece a su padre, mientras que Álvaro tiene rasgos físicos de la madre. Desvía la mirada pestañeando varias veces y se levanta.

De pronto el sonrojo invade mis mejillas nuevamente, sintiendo un calor sofocante en mi cuerpo cuando extiende su brazo y me ofrece su mano abierta para ayudarme a levantarme.

—Gra… Gracias, perdone, nuevamente estaba distraída —me excuso de forma torpe.

—No se disculpe, señorita, fui yo quien salió disparado del ascensor sin mirar a quien llevaba a mi paso y usted tuvo la mala suerte de atravesarse justamente.

Río como un cerdito, lo hago cuando estoy nerviosa. —No se preocupe que mi segundo nombre es mala suerte —rio nuevamente y lo veo ladear una media sonrisa también. Vaya, porque Dios es tan injusto y un hombre como él no puede enamorarse de mí.

—Me tengo que ir, y mire por donde camina la próxima vez —abro los ojos de par en par, cubriendo mi boca por la semejante burrada que acabo de decir. Por Dios, en verdad acabo de dar órdenes a Álvaro Cooper. Oh por Dios.

No me queda de otra que huir de ahí. Ante la mirada de todos los empleados que estaban ahí, las recepcionistas y el guardia quien me abre la puerta dejándome salir antes de asfixiarme. Dejándolo a él allí parado. Aunque no trabaje aquí en la empresa, es el hermano del dueño. Qué tarada soy. O lo más probable es que mañana esté despedida o tenga una super demanda sobre mi cabeza. Sí, Álvaro Cooper es el abogado de renombre más influyente en Chicago. Si digo que sé todo de esa familia es porque así es.

Mi corazón late tan apresurado que no miro detrás solo camino, más bien corro antes de que ese hombre pudiera seguirme y reclamarme algo.

Al llegar a mi casa me descalzo y acomodo mi zapato en el mueble, mi cartera también. Soy muy ordenada con mis cosas. Soy ahorrativa y recicladora. Me gusta cuidar el medio ambiente. Me gustan los animales y los niños. De hecho sueño con formar una familia, tener al menos dos hijos con Alessandro Cooper. Suspiro profundo. Sí así es. Soñar es gratis. Porque eso jamás sucederá. Tal vez nunca me case.

Me cambio de ropa y luego de preparar mi taza de cereal con leche, tomo mi agenda y me siento en el pequeño balcón de mi departamentito. Bajo todo sobre una pequeña mesita de hierro que hace a mi lado.

Hojeo la agenda buscando la carta que comencé ayer y aún no he terminado. Pero por más que busco no encuentro. Entro disparada hacia mi habitación para buscar en mi bolso. Tampoco está. ¡Santo cielo! ¿Qué hice de la carta? A menos que…




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