Paz Ramírez
Bueno, al menos estoy tranquila, no encontró mi carta, eso es un alivio. Pero, ¿Qué es eso de encontrarlo tantas veces y chocar tantas veces con él? Ojalá me encontrara y chocara así con su hermano. Pero el maldito destino es austero, y no me lo ha puesto ni una sola vez en mi camino. Siempre la tengo que ver con su noviecita de la mano y muy enamorado. Como si yo no tuviera lo que ella tiene también. No es de lujo, pero lo tengo también.
—Paz, paz, paz —las vocecitas de los niños me vuelven a mi realidad. Ellos hacen conmigo lo que quieren. Se montan encima de mí, me aplastan y comienzan a brincar. Son adorables, pero son pequeños demonios que no se duermen y no se cansan nunca.
Son niños desde los 2 años hasta los 8 años más o menos. Yo adoro cuidarlos, para mí esto no es un trabajo ni mucho menos, lo hago porque me gusta ayudar a los demás.
—Bueno, a ver, a ver, ya es muy tarde, todos tomen sus lugares en sus colchonetas y vamos a ponernos en posición de dormir.
—Mi leche, mi leche —me piden los más chiquitos y debo preparar a cada uno en sus mamaderas.
—¿Qué cuento nos vas a leer hoy? —pregunta Blu, una adorable niña con unos risos rebeldes y unos ojos grandes y brillantes.
—Pues hoy les voy a leer el cuento del perrito que se perdió en un bosque.
Todos se emocionan, toman sus mamaderas llevándoselos a la boca y se acuestan en sus colchonetas, mientras yo me acomodo para leerles el cuento. Al ver que todos se habían quedado dormidos, comienzo a arroparlos y mirarlos a cada pequeñito para vigilar sus sueños. Cuando todo están ya perfectamente dormidos me acomodo en mi colchoneta para poder cerrar mis ojos y dormir también.
Y soñar con ese precioso hombre de chocolate, ese que aparece en todos lados, hasta en mis sueños. Álvaro Cooper
—¡¿Qué?! —me levanto como rayo sentándome en mi colchoneta, mis ojos se abren de par en par. ¿Álvaro? Me golpeo la frente con la mano. Solo eso me faltaba que confunda a mi amorcito con su hermano. Bueno, no lo estoy confundiendo lo que pasa es que como he tenido dos encuentros accidentales con él, pues lo tengo en mi mente, nada más. Si claro que sí, ajá.
Vuelvo a recostarme en la colchoneta intentando olvidarme por un instante de ese apellido y dormirme.
Al día siguiente, a las seis de la mañana, tomo una ducha y me pongo el uniforme para irme directamente desde aquí a la compañía.
Llego un poco cansada como cada vez que me quedo en la guardería porque no duermo del todo bien por cuidar a los peques. Bostezo sentándome en mi sitio, tirando mi bolso en mi escritorio.
—Buenos días, bella durmiente —saluda Atenea.
—Parece que no dormimos bien —agrega Nicole
—Vengo de la guardería —aclaro.
—Ese afán tuyo de cuidar a niños que no son tuyos —reclama Atenea y solo me froto el rostro negando.
—Lo hago como servicio social, y me gusta lo que hago.
De pronto una voz nos interrumpe.
—¿Paz Ramírez? —pregunta y yo elevo una ceja.
—Aquí —digo elevando la mano.
—Buenos días, esto es para usted —Nicole y Atenea me observan y yo estoy más sorprendida al ver el vaso de café y unas donas.
—Firme aquí, por favor —me pide el delivery de una cafetería aquí cerca.
—Yo no pedí ningún café, ¿Debo pagar por él? —pregunto algo sorprendida. Que yo recuerde me vine directo aquí, no hice ningún pedido y además yo no gasto en esas cosas.
—No, esto está pagado —firmo el pequeño papel de recibido.
—Gracias, hasta luego —dice el chico dejándome el café y se retira así sin más.
Vuelvo a mirar a Nicole y Atenea, quienes habían quedado con la boca abierta. Si ellas están sorprendidas, yo lo estoy más. ¿Quién podría enviarme el desayuno?
—¿Tienes un admirador que te envía el desayuno? —pregunta Atenea.
Niego moviendo la cabeza. Yo también he quedado sorprendida. Pero para mi curiosidad, había una pequeña tarjeta.
Lo tomo abriéndola con prisa.
Como no aceptaste tomar conmigo un café, pues tomaremos a distancia, tú tienes el tuyo y yo el mío. No sé si te gustan las donas, tampoco si tomas café, pero vamos, ¿A quién no le gusta un buen café por las mañanas? A todo el mundo le gustan, a mí también. Espero disfrutes tu desayuno. Mi perro te envía saludos.
Álvaro C.
Abro la boca y se me cae al suelo. Esto no puede ser real.
—¿Quién te lo envío? —me quedo en silencio y es Atenea quien me despoja de la pequeña tarjeta y comienza a leerlo en voz alta. Luego ambas abren la boca mirándome como si me hubiera salido tres cabezas.
—¿Por qué Álvaro Cooper te envía el desayuno?
—No lo sé —contesto casi deletreando las palabras.
—No, no, no si sabes, si sabes Paz, no te hagas. ¿Cómo es que ese hombre te envía el desayuno y te dice que no aceptaste su invitación a tomar un café con él? —ambas ponen sus brazos en forma de jarra en la cintura y me miran con las cejas levantadas esperando una respuesta.
—Buenooo… —les contaré la verdad, no me dejarán en paz, las conozco.
—Ayer volví a tener un accidente con él, su perro me tiró al suelo y casi me come viva, solo quiso disculparse y pues me invitó a tomar un café, lo rechacé por supuesto y pues este es el resultado.
Ambas dibujan una “o” en los labios.
—¿Volviste a encontrarte con ese papacito buenorro? —exclama Atenea y me hace girar los ojos.
—No, esa no es la pregunta Atenea —reclama Nicole—, aquí la pregunta es, ¿Rechazaste su invitación? ¿Estás demente? ¿Cómo pudiste rechazar a Álvaro Cooper?
Me encojo de hombros. —No tengo por qué salir con él, es un extraño para mí.
—Ay por favor Paz, solo di que no te interesa porque no es su hermano. Porque extraño no es, sabes más de la vida de esa familia que de tu propia vida.
—El punto es que, no me interesa salir con él, y déjenme desayunar, que no voy a desaprovechar este rico café y tengo hambre.