Una carta al amor

Capítulo 11. ¿Bonita?

Paz Ramírez

Siento que mi cabeza pesa cien kilos, que me han puesto una piedra encima y que mis ojos me la han cerrado con alguna cinta y no me permite abrir. Intento abrir mis ojos para ver la hora. Extiendo mi brazo hacia mí mesita de luz para buscar mi reloj despertador, pero por más que busco no la encuentro. Giro mi cabeza muy rápido para darme cuenta de una pequeña cosa.

No estoy en mi habitación, y luego giro mi rostro hacia el otro costado para ver a un hombre durmiendo a mi lado.

—Virgen del cielo —abro los ojos de forma desmesurada. Llevo mis manos hasta mis senos para darme cuenta que estaba desnuda, me cubro lo más rápido que puedo sintiendo como mi corazón late tan a prisa que siento explotará.

Me levanto de la cama jalando la sábana para cubrirme con ella. ¿Qué fue lo que hice? Me reclamo apretando la frente con una mano.

Busco mi ropa tirada en el suelo para ponerme de forma inmediata. Sigo observando al hombre que duerme a mi lado y no recuerdo mucho de lo que sucedió anoche. Solo que un sujeto que parecía mi jefe me invitó a irme con él y esto, esto… —¡Ay mi Dios!

Busco mi bolso encontrándola tirada en el suelo. Busco mi teléfono dentro y no he recibido ninguna llamada ni mensaje de las locas de mis amigas. Dan las 6 de la mañana. De pronto levanto la cabeza quedándome quieta, si no me muevo no me verá. El hombre se remueve en la cama girando su rostro hacia mí y me quedo boquiabierta. El hombre con quién me acosté anoche si es mi jefe. ¡Oh Dios!

Debo huir de aquí, sí debo salir de aquí, no sé lo que le diré si despierta y me encuentra aquí. Comienzo a ponerme la blusa tomando mis zapatos de tacón en mis manos. Mi bolso y antes de salir, camino de puntita hacia la cama para tomarle una foto. Sino, mis amigas no me creerán con quién dormí. Me apresuro a guardarlo y luego lo miro por última vez. Ojalá recordara todo lo que pasó, pero solo tengo vagos recuerdos y mi cabeza me está matando. Verlo dormir así tan perfecto, de forma tan mágica me provoca una inmensa emoción. No puedo creer que en verdad sea él. Yo decía que ni siquiera podría tocarle el dedo alguna vez y fue más que eso. Fueron sus besos, sus caricias, sus manos sobre mi cuerpo y… ¡Basta, basta Paz! Ya debes salir de aquí antes de que él despierte.

Camino hacia la puerta volteando por última vez a mirarlo y correr de aquí.

Al bajar y salir del hotel lo primero que hago es buscar un taxi. Que gracias a Dios no tardo ni cinco segundos en subirme en uno. Apenas lo hago recuesto mi cabeza en el asiento, mi corazón late tan fuerte que me obligo a llevar mi mano hasta mi pecho.

Y luego solo sonrío como estúpida palpando mis labios. Me besó, Alessandro Cooper, mi eterno amor me besó, me tocó, me hizo suya. Eso es increíble. Tomo de nuevo mi teléfono abriendo la imagen, la foto que le había tomado para observar su figura durmiendo plácidamente. Es hermoso, una obra de arte, y ese cuerpo tan perfecto lo pude tocar anoche. Me cubro el rostro muerta de vergüenza. Al final de cuentas no estuve con un extraño, estuve con el amor de mi vida. Solo que él no lo sabe.

Siento unas cosquillas en mi estómago al recordar algunas cosas de lo que sucedió, por más que intento no puedo recordar mucho. Pero si fragmentos de lo que ocurrió.

Quise olvidarte y terminé en tu cama. Que ironía.

Al llegar a mi departamento lo primero que hago es escribirle un mensaje a mis locas amigas.

—No creerán con quién pasé la noche —es todo lo que dije enviándoles. Para luego tirarme en mi cama así con ropa y todo para seguir durmiendo y que se me pase la tremenda resaca. No sé cuánto tiempo pasó. Ni la hora del día. Solo sé que alguien está tocando la puerta como desquiciada.

Me levanto atontada, arreglando mi pelo enmarañado. Camino descalza hacia la puerta y apenas la abro observo a Nikole y a Atenea con los brazos puestos en jarra en sus cinturas y con una ceja levantada cada una.

—¿Con quién pasaste la noche? —me empujan llevándome con ellas.

Yo apenas despertaba. —¿Qué hora son? —pregunto, en tanto Atenea mira su reloj.

—Las 1 de la tarde.

—¡Dios! Me dormí toda la mañana.

—No cambies de tema. ¿Con quién dormiste anoche Paz Ramírez? —exclama Nikole.

—Esperen, ya vuelvo —digo emprendiendo una marcha hacia mí habitación para buscar mi teléfono. Vuelvo con él en la mano y les extiendo para que vean ellas mismas con sus propios ojos y no digan que estoy soñando.

No dejan de mirar la imagen, agrandan y luego pestañear. Levantan el rostro para mirarme perpleja.

—Estas jodiendome Paz —exclama Atenea.

—Sabia que no me creerían, es por eso que le tomé una foto y ¿Aún así no me creen?

—Pero mujer, es, es… —Nikole no puede seguir hablando.

—Sí, es Alessandro Cooper, nuestro jefe, y mi amor eterno, anoche me abordó en el club, ambos estábamos ebrios o al menos yo sí y terminamos en un cuarto de hotel. Si soy sincera, anoche no sabía que era él. Hoy cuando desperté a su lado me di cuenta de eso.

—Oh Dios Paz, oh Dios —Atenea se aprieta la frente sentándose en mi sofá.

—¿Entonces dormiste con él? ¿Y que, que se sintió?—pregunta Nikole emocionada.

—Emm, es que no recuerdo mucho lo que sucedió, les dije que estaba muy ebria, no fue si no hoy que me di cuenta con quién había dormido, de no ser por esta foto que no dejo de ver, ni yo mismo creería.

Ambas echan una estruendosa carcajada, mientras mi rostro arde.

—Y ahora tú puedes contestarnos esa incógnita que no me deja dormir —dice Nikole.

—¿Y cuáles es esa? —pregunto confundida.

—¿Si la tiene chiquita? —y vuelven a reír a carcajadas mientras yo muero aún más de vergüenza, solo cubriéndome mi rostro con una almohada.

Luego de pasar de nuevo la tarde juntas las tres y contarles lo poco que me recordaba pasamos un buen domingo. Sin poder aún asimilar que cumplí mi deseo de acostarme con el hombre del cual llevo enamorada hace mucho. Ahora la pregunta es, ¿Se acordará él de mí?




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