Una carta al amor

Capítulo 13. Noticas inesperadas

Paz Ramírez

¿Por qué me importa tanto que Álvaro Cooper no me haya vuelto a llamar para pasear a su perro? Bueno, tres semanas después del accidente que tuve donde fui la más idiota de todas las mujeres, ¿Cómo pretendes que lo haga?

¿Y porque me rompo la cabeza pensando día y noche en eso? Y el beso en la mejilla. ¡Dios! Paz, fue un simple beso de despedida. Debería estar preocupada por otra cosa. Debería estar pensando en algo importante como por ejemplo, que tienes un retraso de cinco días. Si Paz, eso es lo importante.

Pero es que… suspiro profundo mordiéndome las uñas. No recuerdo si Alessandro Cooper, el amor de mi vida se había cuidado esa noche en que estuvimos juntos. Yo voy ahí de tarada y bebo de más y cometo una locura. Porque aquí no solo está en riesgo solo el quedarme embarazada sino pegarme alguna enfermedad. Tonta Paz, tonta e inconciente, eso te pasa por andar alucinando con ese hombre y solo te hace cometer estupideces. Y ahora mi mente es un caos. Si estoy embarazada el padre de mi hijo sería nada más y más menos que Alessandro Cooper, ese hombre que por tanto tiempo anhelé. Con quién soñaba despierta. ¿Y por que no me pone feliz entonces que probablemente esté esperando un hijo suyo?

—Tierra llamando a Paz —Atenea chasquea sus dedos frente a mi cara mientras vamos saliendo de la empresa.

—¿Qué sucede Paz? Hoy estuviste ausente todo el día, estabas lejos en tus pensamientos, y no digas que nada porque te conocemos —reclama Nikole.

Suspiro profundo deteniéndome. —Chicas necesito contarles algo, pero es algo delicado. Si me acompañan hasta mi casa puedo platicarles todo.

Ambas afirman mirándome. —Claro para eso somos amigas, para escucharnos y resolver los problemas ¿no? —responde Atenea.

—Gracias chicas.

—Nada que agradecer Paz —Nikole me rodea el cuello con su brazo y seguimos caminando.

—¿Y que es eso tan grave Paz? ¿Mataste a alguien o que? —bromea riendo de forma graciosa cuando de pronto nos llevamos el susto de nuestras vidas cuando un auto se atravesó frente a nosotras cubriéndonos el paso. Las tres quedamos petrificadas y luego veo al dueño del auto bajarse arreglando su corbata y su chaqueta rodeando su auto y caminar hasta posarse frente a nosotras.

—Hola Paz —saluda con esos radiantes ojos que son tan distintos a los de su hermano.

—Álvaro —susurro. Siento como mi corazón se agita sin entender porque razón.

—Escucha. Perdona que no te he llamado estas semanas. La verdad estoy muy ocupado con el caso de mi hermano y Dig estuvo un poco enfermo y… —se rasca la nuca y yo por alguna razón estoy emocionada por su explicación.

—No, no te preocupes, de todas maneras estuve muy ocupada estos fines de semana —miento sintiéndome patética.

—Oh, por favor chicas perdonen mi falta de caballerosidad, como están, soy Álvaro Cooper —saluda a las chicas ofreciéndoles la mano. Ellas se han quedado mudas y embobadas mirándolo.

—Oye Paz, ¿Crees que puedas cuidar a Dig este fin de semana? —vuelve su vista en mí.

—Em, sí, supongo, creo que no tengo compromisos el domingo.

—Genial —exclama sonríendo—, entonces, ¿Te espero a la misma hora?

Asiento varias veces sin decir nada. —Gracias, nos vemos el domingo —camina de nuevo rodeando su auto—, ah antes que lo olvide. Por si acaso trae tobilleras.

Sonríe de oreja a oreja y se mete a su auto y en cuestión de segundos se pierde en la avenida. Unos minutos después Nikole reacciona. —A ver, a ver muñequita de cuentos de hadas. ¿Qué fue eso? ¿Cómo ese bombón, sensual y exquisito sabe tu nombre y te trata como si se conocieran de hace mucho? ¿Y que es eso de no te he vuelto a llamar?

Hago un gesto con mi rostro. —Anda, escúpelo de una vez —reclama Atenea.

—Pues nada, que casualmente uno de mis trabajos de fin de semana fue cuidar a su perro. ¿Recuerdan esa vez que no pude caminar por tener las rodillas lastimadas?

Pues ese fin de semana cuidé a su perro. Eso es todo.

—¿Y el hombre viene hasta aquí a buscarte para decirte o más bien explicarte porque no te ha vuelto a llamar? —me encojo de hombros.

—No lo sé —realmente no tengo una respuesta. Ni yo misma sé lo que sucede, ni porque apareció aquí.

—¿Realmente no sabes o no quieres contar nada?

—Chicas, yo les cuento todo, créanme que no hay nada más, fue solo eso.

—Sí ajá —exclama Nikole—, si nos contabas todo, nos hubieras contado que cuidaste al perro de ese hombre tan sensual.

Ruedo los ojos y ellas solo suspiran riendo.

—Dejen de estar de babosas y vamos a casa.

Al llegar a mi departamentito, mi estómago comienza a revolverse de ansiedad y nervios. No sé cómo decirles, ni como empezar.

—A ver Pacita, di lo que tengas que decir —ambas se tiran en mi sofá subiendo los pies sobre la mesita del centro.

Juego con mis manos nerviosa mientras me mantengo parada frente a ellas.

—Tengo un retraso de más de cinco días, chicas.

Ambas abren los ojos muy grandes y la boca también.

—¿Paz, dime qué cuando estuviste con nuestro querido jefe te cuidaste? —aprieto mis labios entre sí.

—No sé si el usó protección, yo por mi parte saben que no uso ningún método anticonceptivo, hace más de un año que no tengo nada de nada con nadie.

Nikole golpea la palma de su mano en la frente. —¿Te ha pasado antes? Digo, has tenido retrasos más de cinco días.

Me muerdo el labio negando.

—Joder Paz, en que te metiste mujer.

—Chicas, se los dije, les dije que era grave.

—A ver, no esto debemos saberlo ahora mismo. Iré a la farmacia aquí a la vuelta, te traigo el tes y te lo haces Paz. No podré dormir si no sé el resultado —antes de que pueda decir algo Atenea corre saliendo del departamento. Mientras yo me desplomo en el sofá y Nikole es quien me consuela.

—Tranquila nena. Es solo falsa alarma ha verás.




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