El día que cumplí 28 años en secreto, fue el día en que todo se apagó. Había llegado a casa desde el trabajo, subí un par de pisos del edificio de apartamentos en el que vivía. Era tan anciano el edificio que su ascensor, antiguo, con reja y todo, constituía un apartado casi turístico del lugar, y aún con la edad funcionaba bien, la razón por la que no lo tomaba es que daba la impresión de que en cualquier momento se desarmaría, de hecho todos los inquilinos hacían lo mismo, veían con cariño al ascensor y terminaban por usar las gradas, como diciéndole <<Tranquilo, tu descansa>>
El departamento en el que vivía no era feo, siempre fui un hombre de costumbres y gustos extraños, por tanto mantenía casi siempre el lugar con el mismo orden. Tres sillones rojos, una mesa central de madera que servía como tablero de ajedrez gigante. Sin televisores, cuatro libreros continuos en la sala, un juego de comedor metálico y cuadros de varios paisajes, la mayoría bosques o cascadas. La cocina tenía simplemente lo necesario, un microondas, el refrigerador, un horno eléctrico y una cocina de inducción, todo color negro. Entre la cocina y el comedor existía un pasillo corto que llevaba al baño social. Después del comedor te encontrabas con una pequeñísima sala de ocio, se llenaba con un librero color rojo y un sillón personal sumamente cómodo y una lámpara. Después de la salita se encontraba, a su derecha mi habitación y a la izquierda un estudio vacío, la habitación era lo suficientemente grande como para abarcar todo lo que deseaba: mi escritorio, una televisión colgada a la pared y por supuesto mi cama de una plaza.
Mi vida era tranquila, no hay mucho que contar al respecto, mis días pasaban sin apuro y sin lentitud, simplemente pasaban de corrido, no los sentía pesados. Trabajaba como un editor de productos publicitarios, pasaba horas sentado frente al computador editando imágenes y videos para que cumplieran con el estándar o concepto de publicidad deseado. Divertido si sabes apreciar la creatividad en detalles. Ganaba bien, lo suficiente como para mantenerme tranquilo sin necesidad de nadie más. No era agotador, aunque en algunas temporadas el trabajo se ponía intenso, al final del día no llevaba nunca trabajo a casa.
El camino que llevaba desde la oficina hasta mi casa era de aproximadamente veinte minutos a pie, veinte minutos que disfrutaba a tope cada día. Mi ciudad era sin duda hermosa, tenía gente extraña pero hermosa ciudad al final. Su arquitectura diversa y sus calles llenas de verdura me encantaban. La mayoría del tiempo regresaba acompañado por mi amiga y compañera, G, ella era sin duda un espécimen raro de humano que por alguna extraña razón se conectaba conmigo de formas nunca antes vistas, era como si su existencia y la mía disfrutaran de poder lanzarse un balón lleno de opiniones sobre la vida en un juego sin ganadores fijos, un ciclo de ida y de vuelta. Hablábamos de cualquier cosa y esa plática siempre terminaba siendo una interesante y fructífera conversación. Ambos leíamos mucho y eso nos daba mucho de qué platicar y compartir. Siempre tomábamos el camino largo a casa, ella vivía a unas cuadras más al norte de mi lugar. Bajábamos unas escalinatas famosas de la ciudad, lugar donde descansaban y vendían un montón de chucherías hippies una gran cantidad de viajeros o mejor conocidos como "Mochileros". Vendiendo esas chucherías y cantando era como podían mantener su estilo de vida nómada. Yo disfrutaba de hablar con ellos, escucharles y luego al despedirnos discutir sobre eso con G. Era sin duda un gran modo de pasar el regreso a casa.
Ese día fue perfectamente normal, el patrón se cumplió como siempre y yo estaba feliz, tranquilo, pensativo y conforme. Era mi cumpleaños y había conseguido mantenerlo en secreto, nadie lo sabía y eso era para mí lo mejor, no deseaba incómodos abrazos ni deseos. Cuando abrí la puerta del apartamento, el momento que observé los rojos sillones y las piezas de ajedrez regadas por la mesa, no pude más. Mi visión se nubló y mi estómago dio una vuelta completa en mis adentros, un dolor agudo en mi sien me llevo a un estado de inconciencia rápidamente. Desmayé y cuando desperté había pasado aproximadamente tres horas. Asustado fui al médico sin dudar, los exámenes demoraron unos días. En esos días todo pasó con normalidad con la diferencia de que ahora yo tenía un dolor de cabeza cada par de horas.
Cuando recurrí al médico para saber cuál era mi diagnóstico la situación se tornó incómoda, al parecer alguna situación había generado pérdidas considerables en los procesos neuronales que cumplía mi cerebro y de ese modo había obtenido una patología neurodegenerativa que por alguna extraña razón afectaba a la zona del cerebro que retiene las memorias de largo plazo, o sea esas que componen quien soy. Algo extremadamente extraño: <<Sin duda es un caso increíble y muy singular, demasiado extraño>> dijo el doctor mientras trataba de mostrarse preocupado, aunque no fue bueno actuando, la verdad es que no le interesaba. Sin embargo con o sin interés de parte del doctor gracias a esto perdería memorias de manera irreparable.