Una carta para lisa

5. Déjame hablarte de “Shakira”.

Vamos a seguirla nombrando así, para no invocar las fuerzas demoníacas. Decir completo su verdadero nombre, es como pronunciar invertida una maldición en latín antiguo. ¡Zape, gato!

Shakira, al igual que la “pop idol”, tenía originalmente el cabello negro. Ya le precedía una fama de chica ligera, pero no hice caso de la advertencia. Ese fue mi primer gran error.

Primera gran lección, lisa; si tiene fama de mujeriego, créela. No le muestres miedo, pero tampoco te le acerques ni le creas sus piropos. Por más sincero que suene, no dudes que él ES un gran mentiroso. Puedes tenerlo por seguro.

Sigamos con mi historia, resumida, claro está.

“Dime con quien andas y te diré quién eres”. Yo tenía 16 años y era terriblemente inseguro y vulnerable, con una auto estima catastrófica. En el liceo yo casi nunca abría la boca, así que, prácticamente, yo no andaba con nadie. Nunca logré ser como esos gregarios chimpancés mentalmente sub desarrollados, como lo eran mis compañeros de clases.

Seguro no me vas a creer lo que te voy a decir, lisa, pero fue un verdadero milagro que nunca sufriera bulling por parte de ninguno de ellos. En general siempre me dejaron tranquilo, aunque no eran respetuosos. Nunca hablaron bien de ninguno, ni entre ellos mismos, y menos a sus espaldas.

Todos eran visceralmente dañinos. Terribles enemigos entre ellos mismos, aunque de frente siempre se mostraban sonrientes y amigables. Todos eran un profundo océano de hipocresía.

A esa especie pertenecía Shakira. Pero yo, de idiota, nunca vi su falsa careta de niña buena sino hasta que fue demasiado tarde.

Todos éramos unas caretas. Creo que, a los 16 años, es muy difícil mostrar una personalidad cimentada, y yo no fui la excepción. En absoluto.

Fuera del liceo, yo era alguien muy distinto. Escondía mis inseguridades con una labia copiosa y muy convincente, porque yo era un devorador de libros compulsivo, y parecía un tipo inteligente. Toda una careta, que hasta Shakira pudo ver. Ella, la engañadora suprema, no se dejó engañar.

Shakira fue la muchacha más “interesante” que cayó con mi careta de inteligente. O al menos eso creí en un principio.

“Al pendejo lo huelen de lejos”, y ella me olió la verdadera careta al instante. Por supuesto que nunca dijo nada. El depredador nunca dialoga con su presa. La ejecuta, se la come y ya. Poco a poco caí en su telaraña, y nunca me di cuenta de que Shakira, esa voraz tarántula negra que me depredó, me había inyectado su veneno mucho antes de que yo me diera cuenta.

Me di cuenta hace apenas un par de meses (2023), mil años después de que me devoró. Me di cuenta después de que volví a reencarnar en mi cuarta adolescencia. Castigo de Dios por ser tan imbécil.

No me di cuenta, sino hasta hace apenas un par de meses, mil años después de que me devoró, que ella era una narcisista depredadora de primer orden, una campeona triple A en las grandes ligas de las mentiras, y una muchacha que me volvió loco de amor casi desde el primer momento que la vi.

Yo estaba demasiado hambriento, mis hormonas alborotadas y, en general, era un conejo demasiado apetitoso y fácil de atrapar. Shakira no desperdició la oportunidad de una presa fácil, y así caí en su telaraña.

Ya tú lo debes saber a estas alturas, lisa; el primer beso lo marca todo. Cuando ese es el compromiso que quieres, y es tu principal apuesta, (como ella lo fue para mí) ya no se quiere retroceder.

Hija, nieta, bisnieta y tataranieta de arañas voraces y peligrosísimas, a sus tiernos 16 años, ya Shakira era una “viuda negra” de preciosos ojazos marrones con un cuerpazo de diosa y una cristalina voz de niña buena.

Lo peor de ella era su perfume. Ese veneno del que te hablé. Esa fue la garra con la que finalmente me atrapó. Olía a diosa, que daban ganas de caer sobre ella a comérsela.

¿A qué olía yo? No lo sé, puesto que fue ella quien me comió a mí. Me dejó seco por dentro.

Cuatro largos años después, yo era un despojo infeliz, deseando con todas mis pocas fuerzas olvidar ese maldito perfume. Aún hoy, cuando lo siento, gracias a Dios muy raras veces, me devuelve a esa época que yo quiero olvidar. Pero esas raras veces se me clavan en el corazón.

Yo todavía no sé qué perfume era ese, ni su nombre.

Ya ves, lisa, que te estoy dando una versión más completa de aquello que te dije en el comentario. Mi primer gran problema fue mi extrema vulnerabilidad, ocasionada por una familia desubicada y chapada a la antigua, que nunca me enseñó a defenderme de las arañas humanas, ni siquiera me advirtieron de su existencia, pero que insistieron estúpidamente y sin tregua en domesticarme y volverme su mascota, a lo que yo rehuí con todas mis fuerzas.

Y fue a fuerza de sus críticas hirientes y su falta de tacto que me convertí en el típico adolescente rebelde, que descubrió el rock británico de los 60 y lo consumí a grandes bocados, mientras ellos preferían la ya vieja música de Raphael y Julio Iglesias. Así que yo era un perro verde entre gatos estériles.

De esa combinación, en una misma casa, nunca iba a salir nada bueno. El infierno no tardó en desatarse.

A toda velocidad me imbuí de esa cultura roquera, y de ahí pasé a convertirme en un artista taciturno y pervertido que insistía en dibujar mujeres desnudas lo más perfectamente posible.




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