Una carta para lisa

7. Éxito Esencial Existencial (al menos hasta que llegue El Lorax)

Este es el capítulo 6 (mejor dicho, 7), lisa, en el que te prometí hablar de cómo salvar tu esencia interior.

Yendo al grano, tu esencia interior se protege es con una coraza. Esa coraza se llama “respeto”, y el respeto se gana teniendo “éxito”. El punto es, para ir al grano, cómo alcanzar el éxito. Un tema tocado en miles de libros que se venden como el pan caliente, y lo único que dicen, en esencia, es:

Para alcanzar el éxito, escriba un libro de casi 200 páginas que se llame “Cómo alcanzar el éxito”.

Acabo de resumir 200 páginas en una sola línea. Ese es el truco, lisa. Una editorial de renombre se busca a un idiota con mucha labia, y la publicidad hace el resto.

Créeme, lisa, así funciona. Yo trabajé en publicidad, en las grandes ligas. Si fuera tan fácil como parece, yo, con este libro que te estoy escribiendo, debería hacerme rico.

Pero eso no va a pasar.

Toma nota ahorita de lo más importante, lisa: tu preciosa alma (esencia interior) se gana con respeto, y el respeto se gana con éxito.

Así que, lisa, como te dije allá arriba, existe un método, ya probado por mí, para que consigas de manera irreversible el respeto de todos, especialmente de tu familia.

Alcanza un éxito resonante siendo tú misma.

PRIMERA GRAN ADVERTENCIA (que nunca me dieron a mí, evidentemente. Tuve que descubrirlo en carne propia):

Cuando eres tú misma, y actúas por tu cuenta, tu familia JAMÁS te va apoyar. Muy por el contrario; las primeras zancadillas, espéralas especialmente de ellos. Porque ellos quieren que falles. Quieren que la vida te demuestre que son ellos quienes tienen la razón, y tú no.

Es tu responsabilidad, y solamente tuya, demostrarles que, contigo, están muy equivocados. (Estarás completamente sola en esto, lisa, y créeme, eso da mucho miedo)

Por eso tienes que hacer algo que te salga de lo profundo de tu alma, algo que ames hacer con toda tu pasión, para que tu pasión te guie en los peores momentos, que serán casi todos los minutos que dediques a ello.

Necesitarás dinero propio, lisa. Esto es muy importante. No sé de dónde recibes tus ingresos. Si acaso te dan una mesada o cuidas niños a medio tiempo.

Pero lo primero que debes hacer es tener un deseo gigantesco que se te esté saliendo por el pecho, de las ganas que tienes de hacerlo.

Yo, por ejemplo, en mi caso, quería ser un dibujante formidable a cuyas ninfas se les viera el alma en los ojos, sin importar que estuvieran dibujadas en un cartón o en una piedra.

Como te dije, ya mi casa era el sitio más hostil del mundo para un artista. Entonces, ¿qué fue lo que hice?

En efecto, lisa, lo adivinaste. Hui de la casa.

¿Cuál fue mi truco? Primero, no le dije nada a nadie. El sábado me iba temprano en la mañana con un puñado de monedas, un cuaderno, un lápiz, (un sacapuntas y una borra muy grande. Esto era muy importante) y nada más. Ese era mi equipaje, que me cabía en el puño de una sola mano.

De la estación zoológico (estoy hablando del metro de Caracas) me iba a la estación bellas artes, el reducto de los artistas frustrados como lo era yo. Allá pasaba toda la mañana pateando la calle, buscando un sitio donde poder dibujar tranquilo. A veces iba a la biblioteca del ateneo (otro sitio bastante hostil, valga la pena decirlo, y por eso iba poco para allá) y me empapaba de los trabajos de Dalí, Goya y Hajime Sorayama y, al mismo tiempo, trataba de dibujar.

Yo era pésimo. Las hojas se me rompían de tanto emborronarlas.

Esa vida no era fácil, lisa. Esa era una biblioteca pública, y todo lo mío era NSFW, not suitable for work, es decir “no lo veas en la oficina, si no quieres que te despidan”, y a mí me avergonzaba enorme que me vieran esos dibujos tan lecherosos y tan mal hechos.

De ahí, salía a un quiosco y me compraba un pastel de manzana. Ese era mi almuerzo. Me iba al McDonald’s, me escurría entre la gente que sí podía pagar un combo Big Mac, y me metía en el baño, donde, entre las otras cosas, bebía el agua del lavamanos, que no era nada sabrosa.

De ahí, salía a patear la calle otra vez, buscando un sitio tranquilo donde poder dibujar.

A veces me iba a la librería del museo de arte contemporáneo, que fue en donde me enamoré del trabajo de Salvador Dalí, con su horrendo retrato de Picasso. Mi error fue quedarme viendo esa porquería por más de tres minutos, y ver la lengua que salía del cerebelo para dar una vuelta de carpintero y terminar en una cuchara de plata, que acunaba a un laúd primoroso.

Ese fue el flechazo que me puso de rodillas ante Salvador Dalí. Quedé fascinado.

¡Quiero con toda mi alma ser un artista! Esa fue y es la pasión que me empuja hasta el día de hoy.

Con esa pasión metida en el alma, regresaba en la noche a mi casa, más flaco de como salí en la mañana, y nadie notaba que yo había huido. Además, hui de nuevo el domingo, regresé en la noche y volvía a huir todos los días, para regresar a dormir en las noches. Nadie se dio cuenta de nada.

Esa era mi familia, demostrándome a diario que estaban mejor sin mí, y yo mejor sin ellos.




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