Una chica adinerada de provincia

Episodio 11

Ilona

Fui yo quien pagó la comida. Compramos unas botellas de agua y salimos del café.

David me lleva de la mano, mientras en la otra sostiene una gran bolsa de papel, medio llena. Me parece extraño. Ni Mark ni mi padre iban de compras. Mark dependía de mi madre para vestirse, y yo misma solía comprarle ropa de marca en la que quería verlo. Para mí, era algo normal. Siempre tengo que vestir a mi padre, porque si no, seguiría usando sus viejas camisas y pantalones soviéticos. Y eso que ya tiré todo lo que pude.

¿Dónde demonios encuentra esas cosas?

Apenas nos sentamos en el coche, el teléfono de David empieza a sonar. Se coloca el Bluetooth y, mientras arranca el auto, comienza a hablar con alguien. Trato de no prestar atención a la conversación. Para distraerme, vuelvo a revisar las ideas para la decoración de la sala del bosque. Llevo meses trabajando en ese proyecto, y aún no veo el final. Si no es por falta de tiempo, es porque los diseños que había planeado dejan de convencerme, y termino rehaciendo todo una y otra vez.

David corta la llamada con un tal Vadim, pero enseguida marca otro número. En cuestión de segundos, está hablando con un hombre llamado Zajar Orestovich, al que le da órdenes con tono firme.

—No le digas a nadie dónde estoy. Solo quiero desconectarme de todo. Volveré el lunes, y eso si mis padres llegan a tiempo.

Hace una pausa, y su voz se tensa cuando pregunta:

—¿Que se retrasarán? ¿Cuánto tiempo?

Escucha la respuesta del otro lado y luego suelta con calma:

—Perfecto. Que disfruten. Pero mantenme informado de lo importante, no me llames por tonterías. Eso es todo. Hasta luego.

No puedo evitar analizar lo que acabo de escuchar. Me doy cuenta de que, en realidad, no sé casi nada sobre él. Solo que es nieto del fallecido Semen Bajda. Pero eso no me dice mucho. Apenas nos conocemos y, sin embargo, siento como si llevara toda una vida a su lado. Es tan fácil estar con él. Me gusta su insistencia descarada, pero también su forma de ceder en el momento justo.

¿Y si está casado?

El pensamiento me golpea de repente. Sus palabras a Zajar Orestovich me inquietan. "No le digas a nadie dónde estoy".

¿Por qué? ¿Se está escondiendo? ¿Y lo de tomarse un descanso, qué significa exactamente?

No entiendo nada.

Si ha venido aquí a relajarse, ¿qué soy yo para él? ¿Solo una distracción? No me gusta esa idea. No quiero volver a ser solo un pasatiempo para alguien. Ese pensamiento me deja un mal sabor de boca.

Por más fascinantes que sean sus gestos, todavía siento miedo. Un miedo que me aprieta el pecho y me hace dudar.

De repente, su mano firme y caliente se posa sobre la mía, haciéndome estremecer. Levanto la mirada y veo su expresión atenta cuando me pregunta:

—Ilona, ¿por qué estás tan seria?

Me encojo de hombros, sintiendo un escalofrío recorrerme con su tacto. Mi mente está demasiado ocupada con pensamientos oscuros. Me muero por hacerle mil preguntas personales, pero no quiero parecer insistente. Quizás debería verlo desde otra perspectiva y no hacerme ilusiones.

—¿Estás molesta? —pregunta de nuevo.

—No —respondo, y clavando mis ojos en los suyos, miento con naturalidad—. ¿Por qué iba a estarlo? Solo estoy frustrada porque no consigo decidirme con la decoración. No sé qué estilo quiero ni qué es exactamente lo que busco.

David entrecierra los ojos, dudando.

—¿Seguro?

—Seguro.

Sin parpadear, sostengo su mirada con firmeza.

Entonces, él aprieta con más fuerza mi mano y me pregunta:

—Ilona, ¿qué planes tienes para mañana?

—Mañana trabajo todo el día en la oficina de mi padre —le digo con honestidad.

—Qué pena —exhala, pero tras un segundo de duda, insiste con esperanza—. ¿Todo el día hasta qué hora?

—Hasta las cinco, tal vez más.

—¿Tanto tiempo? Yo pensaba que podríamos ir a tomar un café...

—David, acabamos de tomar café —le recuerdo con una sonrisa.

—Eso no cuenta —descarta mi comentario con un gesto, y de repente, gira hacia un camino que reconozco. Nos dirigimos al lago Cherepashynetskyi.

Parpadeo, sorprendida.

—David, ¿a dónde me llevas?

—A nadar —responde con absoluta seriedad, dejándome sin palabras.

Suelto un suspiro pesado. Ya le expliqué mi postura y, aun así, sigue en su idea.

Si quiere nadar, que lo haga. Yo al menos me mojaré los pies. Porque, claro, llevo ropa interior de encaje. Con este calor, no uso otra cosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.