Una chica adinerada de provincia

Episodio 25

ILONA

El viernes por la mañana, esperé a que mi padre se fuera de casa antes de recoger todo lo necesario y cargar mis maletas en mi jeep blanco. Me dirigí a la casa que me regaló mi padrino en el bosque, lejos de la gente, el ruido y el bullicio. Necesitaba paz.

No llevé el Zhiguli a propósito, porque casi nadie sabe de mi jeep blanco, pero el Zhiguli lo reconoce hasta el último perro del barrio.

El guardián, el abuelo Onufriy, me recibió con los brazos abiertos. Y cuando le dije que me quedaría unos días, se alegró aún más.

Me instalé en mi habitación favorita en la planta baja y llamé a mi padre. Le avisé que pasaría unos días en la casa del bosque, pero la noticia no le entusiasmó. Me pidió que volviera, decía que necesitaba mi apoyo antes de su cumpleaños, y yo solo estaba escapando.

Le prometí que lo ayudaría, pero le pedí que me llamara por la tarde, porque ahora solo quería dormir. También le advertí que me contactara a mi otro número, el que uso raramente, porque es mi tarjeta SIM de respaldo.

Dormí hasta las cuatro de la tarde. Me despertó el sonido del teléfono. Apenas pude abrir los ojos. Sentía un cansancio inexplicable.

Era mi padre. Me pedía que fuera a verlo, necesitaba ayuda otra vez. Suspiré y le prometí que llegaría en cuarenta minutos. Me levanté pesadamente y fui directo a la ducha, sintiendo mi cuerpo ajeno. Me puse unos shorts y una camiseta ancha, preparé café en un termo y salí a encontrarme con él. Me puse las gafas de sol. No estaba llorando, pero tampoco quería que nadie viera el dolor en mis ojos.

Para mi sorpresa, volvía a sentirme en un estado de letargo, incapaz de llorar. Otra vez ese vacío en el pecho. Ni una emoción, solo frío y una absoluta indiferencia.

Mi padre necesitaba más repuestos. Suspiré otra vez. No me sentía bien como para viajar a Fastiv, pero por suerte solo había que recogerlos en el pueblo vecino. Aproveché también para traer a Diana y a Sofi con nosotros.

Papá estaba feliz de que finalmente estuviera usando un auto "decente". Yo, en cambio, me alegraba de que las ventanillas de mi auto estuvieran polarizadas. Nadie podía verme desde afuera.

Cumplí con el encargo de mi padre y, de paso, llevé a casa a mi futura hermanastra y a mi madrastra.

Papá se fue del campo directo a casa, aunque antes pasó a Diana y a la niña a su coche. Yo manejé delante de ellos.

Cuando nos acercábamos a nuestra calle, distinguí a lo lejos el jeep negro de David. Inmediatamente llamé a mi padre y le dije que no entraría a casa.

Papá se molestó, diciendo que quería hablar conmigo y que yo solo sabía escapar.

Me puse tensa. Sentí cómo mi cuerpo empezaba a temblar. La presencia de David me irritaba profundamente. No quería verlo. No quería ni oír su nombre.

Entró en mi vida como un huracán, destruyéndolo todo a su paso. Me aplastó. Me aniquiló.

Le prometí a mi padre que entraría por la parte trasera. Y así lo hice.

Pasé la tarde en un ambiente familiar y acogedor. Sofi estaba feliz, no dejaba de corretear a mi alrededor, llenándome de preguntas.

Planeamos lo que haríamos al día siguiente y, cuando papá y Diana llevaron a la niña a dormir, volví a mi refugio en el bosque.

El abuelo Onufriy y yo pasamos horas en la terraza. Luego tomamos té de menta y contamos estrellas, sentados en un banco cerca de la casa, junto a la entrada. No nos retiramos hasta después de medianoche.

Esa noche logré derramar unas pocas lágrimas. Me dormí tarde.

Por la mañana, me levanté de un salto, seguí mi rutina y salí a buscar a Diana y a Sofi, porque papá tenía que ir al campo.

De nuevo entré por la parte trasera. El jeep de David seguía allí. Había pasado la noche entera estacionado frente a la casa.

Nos preparamos y salimos rumbo a la capital. Teníamos muchas compras por hacer.

El día transcurrió de forma amena. Volvimos por la tarde.

Dije que tenía dolor de cabeza y me fui directamente a mi refugio. Solo quería estar sola. En completo silencio.

Preparé una ensalada, cené y me acosté. Me dormí casi de inmediato.

Al amanecer, desperté y, repasando todo en mi mente, rompí a llorar otra vez.

Pasé horas acostada, llorando, recordando, reviviendo cada momento. El dolor en el pecho era insoportable.

Pero, al final, solo una pregunta daba vueltas en mi cabeza: ¿Por qué David sigue esperándome frente a mi casa?

¿Acaso no le bastó con lo que ya me hizo?

No pienso perdonarle su traición.

Que se quede ahí, esperando.

Yo, mientras tanto, segui

ré moviéndome frente a sus narices, y él ni siquiera lo sospechará.




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