Una Dama Real

•Capítulo Uno•

 •Jane

Temí. Realmente temí por lo que estaba a punto de escuchar. La princesa Anna estaba nerviosa, su respiración estaba agitada y sus labios pintados de carmín temblaban en un puchero. También podía destacar que su pies derecho se movía con un tic constante.

¿Que por qué tenía los labios de ese color? Porque era una estúpida que le gustaba el castigo y le encantaba romper las reglas. Todos sabían que el rojo era el menos indicado para que alguien como la princesa Anna llevara puesto en sus labios pero después recordaban quién era Anna y todos renegaban frustrado.

Que niña tan descerebrada.

Apreté los labios sin replicar sabiendo de dónde venía el asunto. Anna había decidido que faltar a la gala benéfica con la que iba con la tía Sofía era buena idea porque era más importante asistir a la fiesta de su amigo Ricardo.

Ya me sabía el cuento, no hacía falta más.

—Por favor— me suplicó con un puchero al que ningún hombre se resistía. Su mirada azul colbato brilló con lágrimas.

¡Qué buena manipuladora!

Quería negarme, de verdad lo quería para no darle el gusto. Siempre solía hacer de las suyas a través de mí como títere pero el problema era que me encantaba que lo hiciera.

El trabajo que ella odiaba era el que yo adoraba, esos deberes le correspondían como tal a la princesa Anna y la reina Sofía quién era mi tía y madre de la susodicha presente.

No, no era el trabajo ni deber de lady Jane Catherine pero no quedaba de otra cuando Anna buscaba lo posible por no asistir, es decir que ese posible era yo.

—Será la última vez que lo haga, Anna— acepté sin más. Me sonrió, y era una hermosa sonrisa, tanto que me conmovió. Podría manipular y ser una chica plástica pero si algo tenía Anna era su sinceridad, su enorme corazón y siempre buscaba la manera de pagar el favor que pedía.

¿El problema? Que era una adolescente con hormona descontrolada y que tenía sus prioridades ordenada muy erróneamente.

Algún día tendría que madurar.

— ¡Sí, sí, síííí!— brincó con entusiasmo y me abrazó.

Yo acepté sin mucho entusiasmo. Odiaba que las personas me abrazaran, sentía que era un acto con una importancia muy sobre valorada, sentía que me aplastaban y odiaba sentir mis pechos siendo apretujados. En conclusión, no sentía nada cuando alguien me abrazaba, solía evitarlo a toda costa, lo que era muy fácil porque un protocolo era que las muestras de cariño en públicos no estaban permitidas.

—El asesor de Jorge Garban está en la sala de Jessa— me indicó antes de correr y desaparecer de mi campo de visión—, volveré en breve.

Yo suspire con mis sentimientos y pensamientos divididos. Por una parte quería ayudar a mis tíos Albert y Sofía a ubicar a Anna en su camino, a madurar y hacerle entender que lo que hacía estaba mal, muy mal.

Por otro lado quería abrazarla por dejarme ir a una gala y fiesta que soñaba con asistir y participar. Era algo que amaba y me hacía muy feliz, algo que me complementaba.

También estaba el asunto que hace un mes había llegado con la cola entre las patas a pedir perdón y prometer cambiar. El rey Albert le había creído y la asistente de la tía Sofía le había plantado muchas invitaciones a las cuales podría asistir y Anna había elegido precisamente esa gala.

Era obvio y ahora me daba cuenta de que aquello había sido falso porque había elegido la gala con la que yo soñaba ser invitada y que el asesor de Jorge Garban era mi preferido.

Una treta armada y todos creyendo que de verdad había cambiado.

Ese era su plan desde el principio, lo supuse atando cabos. Ella quería hacer algo gordo, tía Sofía no la perdonaría en mucho tiempo y se resguardaba todo un mes para que creyeran ese teatro luego me compraba con palabras y haciendo mis sueños una realidad.

Debería enojarme y acusarla, debería ir directa a la tía Sofía y decirle pero como antes vieron, un solo vistazo a mi tablón de invitaciones y solo darían ganas de llorar y prefería unirme al enemigo que enemistarme.

A fin de cuenta, la princesa Anna era la segunda en sucesión al trono y uno nunca sabía que podía pasar.

Con la emoción camuflada con la seriedad habitual caminé a la sala de Jessa. Un salón que se comunicaba con el de la habitación de Anna. Era todo un sueño, el mío no llegaba a ser parecido ni por asomo ni los diseñadores se mataban por crear un diseño que yo portara, yo era la sobrina del rey, en dieciocho años nunca había salido en compañía con la familia real por lo que era normal que nadie supiera de mi existencia.

Sólo mis amigo más cercano sabían quién era yo y para el resto solo era una estirada y amargada chica a la que sus padres no prestaban atención. No era una descripción de la que estuviese orgullosa y me hubiera ganado con sudor pero aquello sucedía cuando no hablabas muchos  y acostumbrabas actuar muy correctamente. Las personas tendían a confundir la timidez, lo correcto y las limitaciones con aburrida, predecible e introvertida y terminaban concluyendo que no valía la pena conocerme. Algo que me tenía con dolores de cabeza, siempre me decían, actúa como tu misma pero si algo tenía claro que actuando como yo misma terminaba por correr a las personas de mi vida en un abrir y cerrar de ojos.



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En el texto hay: romance, accion, realeza

Editado: 12.07.2018

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