Llegó a su nuevo hogar 4 horas después con muchos kilómetros de por medio. Para su sorpresa cuando el auto se detuvo estaba dormida, arrullada en los brincos producidos por los baches del camino.
La casona, estaba dispuesta como ingreso a la propiedad, después de una mini plaza tipo jardín a modo de entrada donde se estacionaban los vehículos. Adela tomó su bolsa con las pocas mudas de ropa que poseía, todas de trabajo. El conductor le indicó que se presentara con Germinia quien era la ama de llaves de la casa principal.
Cuando ingresó se encontró ante un amplio salón recibidor, limpio, adornado con cuadros, flores y hermosos muebles casi sin evidencia de uso. El ama de llaves la esperaba, recibiendola con una hermosa sonrisa que le transmitió paz, irónicamente paz en medio de tanta incertidumbre.
Germinia, mujer de unos cuarenta y cinco años, contextura robusta, rostro bonachón y porte de respeto, le saludó con una cortesía propia de los modales finos de las familias adineradas y luego la condujo a su habitación en el segundo piso. Para su fortuna era una recámara con una cama sencilla, ventana dirigida a la parte trasera de la casa; su propio baño, un baño para ella sola, y un pequeño nochero donde reposaba una lámpara de noche, también para ella solita.
Germinia le reiteró que no se sintiera cohibida de pedirle ayuda, ya que para eso estaba ella a cargo de la casa, para poder estar al tanto de los que necesitaran el señor y ella. Además, le informó que él estaba de viaje, aspecto que era parte de su rutina debido a sus abundantes compromisos laborales pero que regresaría en unos 4 o 5 días.
Le indicó que él poseía una habitación en el otro extremo del piso donde tenía vista a la entrada de la propiedad y que no intentara ingresar a ella, porque solo Germinia podía acceder a las habitaciones del señor. El despacho quedaba en la planta baja, lugar donde él estaba la mayor parte del tiempo cuando estaba en casa.
En cuanto quedó sola Adela sintió que el alma le volvió al cuerpo de solo saber que no conocería inmediatamente a su esposo y que tenía una habitación propia, ¡que felicidad!... jamás había tenido su propia habitación y mucho menos un baño para ella sola. El rancho donde se crió solo tenía una habitación con dos camas, una para sus padres y otra que compartía con Juliana; el baño quedaba fuera de la casa, era compartido por los 4, la sala y la cocina eran practicamente un espacio común sin limites entre ellos debido a la estrechéz del recinto.
Después de un momento la situación le generó una gran nostalgia, ya que, aunque casada sin su consentimiento, ella estaba teniendo una posibilidad de mejor calidad de vida que sus dos familiares. Anheló poder decirles a ambos que nunca los cambiaría ni por la comodidad de una habitación privada con baño propio. El dolor se acumuló en el pecho, y luego, poco a poco fue cediendo.
Esa noche se acostó temprano según su costumbre y al despertar se fue derecho a la cocina a solicitar a la ama de llaves le indicara cómo ponerse en contacto con el capataz para colocarse a su disposición en términos de mano de obra. Y, aunque Germinia le insistió en que no era necesario trabajar, Adela se mantuvo en su posición, si se iba a quedar, tenía que ganarse su sustento; en el fondo de sus pensamientos, decidió ahorrar de su trabajo para pagar la deuda de su padre y poder solicitar el divorsio.
Sin embargo, como la vida es así, el capataz también se encontraba de viaje, observando unos sementales que el señor de la casa quería comprar, le explicó la mujer. De ahí que ese día, se fuera por su cuenta a la huerta colaborando con la recolección de las verduras, los huevos, la limpieza de los galpones.
Después de dos días llegó el capataz y según le informó Germinia, este había estado de acuerdo en que Adela continuara en la zona de la huerta pues había recibido buenos informes de sus labores.
Feliz con su pequeño triunfo, empezó a realizar planes de ahorro en pro de pago. Trató de conversar poco para poder escuchar más, de manera que comprendió que los trabajadores tenían en general un sueldo digno, y los internos o permanentes, gozaban de 3 comidas diarias. En la casa mandaba Germinia y en todo lo demás el capataz; el dueño pocas veces se paseaba por su propiedad, estaba siempre más interesado en sus otros negocios respecto de los cuales nadie hablaba directamente de ellos.
A la semana de permanencia en la finca los Laureles, Adela al fin conoció a su esposo, este había llegado durante el transcurso de la mañana y solicitó conocerla.
De modo que se dirigió al despacho donde se encontró con un hombre de unos 40 años, atractivo, arrogante, éste la observó con la incisiva mirada de quien ha comprado una yegua y evalúa su estado.
El silencio era imperante, ella obstinada solo dijo los buenos días, entendiendo que los buenos modales no son negociables, mientras él la examinaba como para conocer su carácter. En ese momento empezó darse cuenta que el hombre era de cuidado.
Se notaba la experiencia analítica en su mirada, sin desesperos, sin ceder el terreno de su dominio sobre todos los que le rodeaban. Germinia estaba parada justo al lado de Adela, y cuando el hombre pronunció palabra se dirigió fue a ella y sólo dijo “informame”. La profesional ama de llaves contó en detalle cada movimiento desde la llegada de ella a la casona y luego le describió paso por paso la rutina que había adquirido como obrera en la huerta.