Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 3

Pasaron tres semanas desde el nefasto encuentro con Julian, se negaba a colocarle el apelativo de “señor'', ese título le queda grande a alguien que cobra a sus deudores de esa manera. Semanalmente recibía su pago de manos de Germinia, quién ya no le parecía una mujer agradable sino una espía que a punta de chismes se había ganado toda la autoridad que poseía en la casona. Ciertamente no se portaba mal con Adela, pero desde aquella presentación inicial donde fue capaz de contar los pormenores de su rutina diaria le cogió desconfianza. 

El ama de llaves ciertamente era la única que tenía acceso a las habitaciones de Julian, al despacho, era quien administraba los pagos del personal de la casa, los alimentos, verificaba la limpieza… ¡Esa mujer nunca estaba quieta! ¡Esa mujer parecía metida en todo!

Adela guardaba el dinero en sus respectivos sobres debajo del colchón el antiguo método de seguridad monetaria manejado en los pueblos (todo el mundo fingía no saberlo). Sí, era un recurso de ahorro tonto y primitivo, pero por lo menos así sabía que poco a poco comenzaría a saldar cualquiera que fuese la cantidad adeudada por su progenitor,  quién  además, se había llenado la boca de decir sus múltiples virtudes como mujer trabajadora y emprendedora. 

¡Ironías, ironías!

De trabajar en su propia tierra había pasado a ser una simple recolectora de productos en tierra ajena. ¡Gracias papito!

Esa tarde decidió salir a vagar por los terrenos de Los Laureles para ver si podía contemplar el atardecer tal cual hacía en su hogar. No era igual, sin embargo, extrañaba esa sensación de libertad, de toma de decisiones, de empoderamiento. 

Deseaba mirar como poco a poco el sol abandonaba la tierra y dejaba que las tinieblas de la noche lo invadan todo. Alejarse de su nueva vida y ocultarse por un momento en su soledad, lejos de las miradas de su vigilante personal, lejos de sentirse una esclava por traición. 

Extrañaba a su hermana Juliana, mandarla a hacer las tareas de la escuela, recordarle como era mamá, dormir juntas para reirse en confidencias, regañarla por su lento trabajo en la cosecha y acompañarla al pueblo por un helado cuando se podìa gracias a que las cosechas eran buenas. ¿Cómo estaría Juliana?¿cómo se sentiría su padre ante todo lo que generaron sus deudas?

En el fondo Adela solo deseaba que ellos estuvieran bien, que contiuaran con sus vidas, y, cuando pudiera regresar, solo volver a disfrutar de las dos únicas personas a las que realmente le importaba.

Caminó sin rumbo fijo. No conocía muy bien las dimensiones de los Laureles, pero qué más daba;  Adela sabía que tenía muy buen sentido de la ubicación y que por ende, sería muy difícil perderse.

Y así comenzó su camino,  pausado, observando, archivando en la memoria imagnes, rastros, arboles, senderos, hasta que divisó un río,  o más  bien un  Arroyo.  Fascinante lugar para sentarse a tratar de distraerse de su rutina: comida, dormida y trabajo.  

Ella era la única que no podía salir de Los laureles el fin de semana.  Era la única de los obreros que no tenía oportunidad de conocer más allá de los terrenos de Julian.  

Se sentó en una piedra casi plana que encontró,  aunque  estaba más en el suelo  qué otra cosa.

Mientras  se encontraba pensando en su hermana y en su padre,  en cómo la vida de golpe le había quitado su familia; mientras se llenaba de tristeza y melancolía por no poder estar con las personas que amaba, sintió el galopar de un caballo a la distancia. Para no sentirse interrumpida en su melancolía decidió entonces no esperar al jinete sino regresar a la casona con su dignidad intacta, ya que de pronto la habían enviado a buscar por haberse alejado pensando en un posible escape de parte de ella.

Al comenzar a caminar de regreso visualizó al jinete. Un vaquero con las típicas ropas de jeans, camisa y sombrero.  Y cómo era típico en Adela,  solo decidió ignorarlo mirando hacia otro lado mientras escuchaba el galope que se acercaba hacia ella.  

Los  empleados de la huerta ya se habían acostumbrado a que Adela pocas veces hablaba y si lo hacía era para pedir insumos, materiales o para entregar algo.  Nunca entró en un diálogo personal con nadie, nunca preguntó a ninguno sobre las vidas que llevaban fuera de la finca. Todos sus compañeros la reconocían como la chica que vivía en la casona, solo eso, ni ellos sabían más de Adela, ni ella sabía más de ellos. En realidad ya estaba acostumbrada a trabajar solo con su familia en sus tierras, contratando personal solo en las épocas de cosechas, y nunca pasó de 4 obreros, ya que no era como si tuviera una finca.

- Señora Adela, vengo de parte del señor, quien manifestó su preocupación al verla alejarse de las zonas donde normalmente usted se encuentra.

Adela no lo determinó. Sus palabras revelaban sus sospechas de que era vigilada de manera permanente por algunos de los empleados, que le habían puesto límites y que este era uno de los hombre de confianza de Julian, ya que al llamarla señora la colocaba en un estatus diferente, no como una obrera más.

- Dígale a Julian que solo quería caminar, que tengo muy claro mis límites y que realmente si escapara no tendría a donde ir porque él ya sabe de donde me sacó, mismo lugar al cual regresarìa.

- La escoltaré- Fueron las palabras del hombre, simples y cortantes.




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