Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 5

Adela se levantó como siempre de madrugada con el objetivo de ir por un café a la cocina y salir directo a las huertas para iniciar las labores de su día. Deseaba salir sin tropezar con el ama de llaves, ya que en la noche anterior esta la esperaba mientras el capataz la llevaba hasta la mismísima puerta de la casona. Sus palabras fueron de reproche ante las horas de llegada y el haberse alejado tanto de su zona de labores como de la casa. Adela recordaba habersele acercado como gato ante una presa, con una mirada casi que iridiscente y un brillo de malicia. 

Germinia no se amedrentó ante la muestra inicial de desafío y continuó regañandola, mientras Mario analizaba la postura de la muchacha: erguida, con la camisa sudada en la parte de la espalda evidenciando el roce de sus cuerpos, evocando el silencio del trayecto cuando la tenía prácticamente entre sus brazos y las manos, una de ellas empuñada. Sabía que la administradora de la casona en ningún momento esperaría que alguno de los empleados se le sublevara,  sin embargo,  en este caso particular se olvidaba que la joven a la que estaba regañando como a niña pequeña era la esposa del señor y que tarde o temprano algunas personas se van dando cuenta del poder que poseen.

Adela por su parte ya estaba colmada de que todos  tomaran decisiones por ella o le señalaran límites: unas marcas invisibles impuestas por su esposo y demarcadas cada dìa por esa insoportable mujer con cara de inocente y alma de espía despiadada. Se había estado recordando durante los últimos tres días que el hecho de haber firmado ese nefasto contrato no la iba a derrumbar, por el contrario, el mismo capataz le estaba dando la oportunidad de retomar algo de su independencia al proponerla como administradora, idea que le recordó que cuando podía estar al frente de una tierra, ella, Adela Iguarán le sacaba el mejor provecho.

La rabia le estaba subiendo poco a poco a la cabeza y lanzó la cachetada contra su carcelera, pero sintió que una mano áspera y fuerte se la detuvo en el aire.

El tiempo se relentizó, Germinia se encontraba sorprendida del impulso de la esposa del señor; Mario le  sostenía  el antebrazo, pues ya el puño cerrado le había prevenido de lo que podría ocurrir; la agresora se volteó a mirarlo entre frustrada y agradecida, encontrándose con un perfil medio oculto por el sombrero, quien solo se centraba en Germinia. 

Las palabras brotaron de su boca sin ningún filtro

- Mujer, te recuerdo que soy la Señora de esta casa, agradece al capataz, espero que no se te vuelva ocurrir tratarme como a una más de los empleados, tu imperio de vigilancia sobre mi muere aquí. Espero que te haya quedado claro.

El tono de Adela era contundente. Se sacudió la mano del hombre y sin voltear a mirar a ninguno de los dos entró a la casona, escuchando de lejos lo que este le decía a la mujer en un tono molesto.

- Si viste que yo la traía debiste callar, recuerda que aunque su contrato matrimonial no sea más que una forma de obligar a un pago adeudado, ella sigue siendo la esposa, por lo menos ten algo de consideración y deja de vigilarla.

Adela no escuchó el resto de la conversación, puestas las cartas en la mesa, aguardaba a tener algo de libertad, por lo menos dentro de las tierras de Los Laureles. Esa noche soñó con nuevas posibilidades.

Se dirigió a su trabajo matutino más segura que nunca. Tomó un machete y fue directo al cultivo de yuca, arrancarla no era fácil, generalmente ese trabajo era de hombres, pero su padre le había enseñado una técnica para aflojar la tierra y extraer dicha la raíz. La yuca viene a ser un alimento del tipo de los tubérculos; aparte de usarse cocida, en sopas, en enyucados y casabe, también sirve como almidón, un pegante típico de los pueblos de la zona costeña. 

Ya se había puesto los guantes cuando desde atrás escuchó la voz gruesa y autoritaria.

- Una mujer como tú, con un machete en mano no es de fiar.

Al voltear para interpelar se encontró con una sonrisa amable y unos destellantes ojos azules como el cielo de medio día. Generalmente detallaba poco a la gente, no obstante, esos ojos le hablaban de vida, libertad, fiereza, todo al mismo tiempo. Se dio cuenta que aunque había tenido dos encuentros previos con él, nunca se fijó en sus ojos siempre resguardados por el sombrero encasquetado en la frente, sombrero que hoy reposaba en su mano.

- Tienes unos bonitos ojos azules jefe- Mario sonrió sorprendido de la libertad tomada por la chica para alagarlo.

- Bueno, tienes unos hermosos ojos castaños. ¿ En serio hoy ibas a trabajar con la yuca?

Hizo la pregunta para desviar la atención del tema de la belleza de Adela, era un belleza sencilla, delicada, como una muñeca de porcelana, solo que la habían dejado llenar de polvo y tierra gracias al trabajo duro. Desde que la vio por primera vez sufrió un impacto en su cerebro. El mismo día que ella llegó a la casona, Mario se encontraba en la plaza de la entrada y la vio seria, observadora, triste; una tristeza que le conmovió las entrañas. Después de unos días, cuando regresó del viaje que le encargó Julian, se enteró de su deseo de trabajar y de la maravillosa terquedad con la que había conseguido hacerlo mientras él regresaba para autorizarlo. Desde entonces cada mañana se acercaba por las parcelas desde lejos, la observaba: silenciosa, entregada, incansable. Realmente era la mujer más testaruda que conocía, además de hermosa. 




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