Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 6

Al bajar del caballo Adela no podía sentir casi las piernas,  tropezó y la  esperaron los brazos de su jefe.  Sus miradas se cruzaron,  el cielo tocaba la tierra en la distancia de una corta mirada que decía mucho y nada.

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 En el despacho, Julián Santoya, sentado en su escritorio esperaba a su capataz y a la futura administradora agropecuaria  de Los Laureles.  Ya había realizado todos los cálculos posibles,  en el fondo sabía que su gran amigo tenía razón,  tenerlo a él dedicado solo al entrenamiento de los caballos optimizaría el rendimiento de estos para la feria anual intermunicipal. 

Por otro lado, se encontraba su flamante esposa Adela,  de quién tenía excelentes referencias como administradora de las míseras  tierras de su padre. En  los pocos años que administró la parcela esa jovencita había logrado optimizar la producción y los cultivos de acuerdo al tipo de tierra y al tipo de cosecha.   Sin embargo, colocarla en dicho cargo era darle la oportunidad de salir rápidamente de su vida.

Julián no estaba muy seguro respecto de qué era lo mejor; si dejarla regresar con su padre y su hermana o hacerle pagar al campesino con un largo tiempo en ausencia de su hija. 

¿Cómo decirle  que su adorado progenitor había perdido todo el dinero que ella ganaba arduamente en apuestas de peleas de gallos?    Ese humilde labrador  qué había dedicado su vida a cultivar la tierra de sol a sol perdió gran parte de su dinero cada fin de semana en la gallera del pueblo apostando y tomando licor. Y fue su imagen indefensa, inocente,  desamparada,  la que llevó a Julián a prestarle todo el dinero que necesitaba con el fin de que no lo molieran a golpes. 

Pablo Iguaràn Juro por todas sus creencias, santos y relicarios que pagaría la deuda peso a peso cualesquiera fueran los intereses.  Julián, como buen Hombre de negocios reconocía que era mejor tomar el dinero poco a poco a perderlo a punta de golpes contra el deudor.  Además, le habían informado que el hombre poseía una tierra pequeña pero con fuente de agua lo que se constituía en una buena oportunidad de comenzar a adquirir territorio en aquel pueblo y sus veredas.  Con lo que nunca contó Julián fue con que las tierras estaban a nombre de las dos hijas de Pablo iguarán; la difunta esposa conocía del vicio del hombre y antes de morir lo obligó a firmar las escrituras a nombre de las dos hijas para que nunca perdieran el lugar donde habían  nacido, crecido y vivido bajo el calor de un hogar. ¡Mucha mujer inteligente! Pensó Santoya.

 Siempre quiso quedarse con aquellas tierras, comprar la  enorme propiedad con la que colindaba  que tenía problemas de sucesión y complementar la producción de ambas con las fuentes de agua de don Pablo.  Cuando los meses pasaron e intentó cobrarse la deuda se dio de frente contra el muro de concreto de la noticia: el hombre no podía hacer uso de la parcela como forma de pago. Entonces, al escucharlo jurar repetidamente que su hija pagaría cada peso adeudado ya que era una mujer una trabajadora, incansable y  joven responsable que conocía de administración  se le vino la idea de castigar al hombre quitándole a la persona que lo había sostenido después de la muerte de su esposa. 

 Ahora, aquí estaba Adela,  a punto de convertirse en administradora gracias a la sugerencia de Mario Gómez.  Si ella asumía el reto y lo hacía bien, Los laureles podrían optimizar su ganancia del año con la venta de los caballos de paso fino que entrenaría el capataz,  aunque eso   implicaba dejarla ir en 13 meses, cuándo cubriría la deuda con los intereses.  

Solo con ese último aspecto, a  Julián Santoya le hervía la sangre de rabia al no poder continuar castigando al hombre por su falta moral y por no haber sido sincero en cuanto a la titularidad de propiedad de las tierras con las cuales supuestamente iba a responder.

 

Su esposa y su capataz ingresaron al despacho. Notò que ella se apoyaba en los brazos de su gran amigo,  algo que realmente lo incómodo;  aunque sinceramente no tenía ninguna intención con ella siempre fue un hombre anhelante de respeto en todas las formas posibles, eso incluía que si en el contrato Adela era su esposa, no podía andar e confiancitas con ninguno de los empleados de la casa.

- Adela te recuerdo que eres mi esposa y aunque nadie lo sepa hay un contrato por medio del cual te estoy pidiendo que respetes mi casa, deja de agarrar a mi capataz y compórtate como una mujer casada.-  dijo en tono acusatorio.

 Mario se vio obligado a defenderla. Ciertamente, sentía cierta simpatía por ella, pero también era consciente de que no le estaba faltando el respeto en ningún momento al hombre del contrato.

- Julian,  Adela ha montado en caballo estos dos últimos días,  por eso su cuerpo está adolorido,  aquí nadie te ha faltado el respeto.

 Los hombres se miraron el uno analizando la mirada del otro, intentando entrever si existía alguna verdad oculta en la situación.  

Julián no podía desconfiar de su mejor amigo, ni mucho menos intentar exigir gran cosa de una relación que nada más era un negocio, solo que su orgullo no lo dejaba pasar por alto el hecho de sentirse amenazado ante cualquier situación en la que pudiera perder el control. 

Los invitò a sentarse, explicó los términos de la contrataciòn de Adela, lo único que ella tenía que continuar respetando era la cláusula de evitar salir de la finca; le requiriò enfàticamente dar su mejor esfuerzo porque, aunque tendría un nuevo título, tendría que demostrar que se podría ganar ese sueldo si no volvería hacer una recolectora.




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