El sábado de esa misma semana, Adela se acercó al corral donde venía entrenando a diario con Mario. La rutina del recorrido por los sembrados reconociendo los procesos y dándose a conocer a los peones no le resultaba tan agotadora como el entrenamiento en equitaciòn. Le dolían las caderas, la entrepierna y la espalda; su entrenador personal insistía en que no debía tomarse descanso, que el cuerpo se iba acostumbrando; por este sencillo argumento se encontraba allí, mientras todos iban a descansar temprano o a malgastarse su sueldo semanal en ron y mujeres, la niña Adela tenía que ir a entrenar. “¡Válgame el cielo!”
Cada vez que caminaba hacia el lugar aprovechaba la oportunidad para detallar al capataz; era muy bueno en lo que hacìa, pero su maestría era el dominio de los caballos, podrìa haber sido hijo del dios poseidón: los entendìa, ellos le obedecìan, y a parte era realmente un semidiós de cuerpo fuerte, enorme, piel tostada por el sol que le resaltaba los ojos azules.
Era todo un espectáculo verlo en su elemento, reflejando la plenitud del estado de flujo, disfrutando al máximo de su trabajo.
Desde que iniciaron el proceso de empalme no habían vuelto a cabalgar en la misma montura. El primer dìa hicieron el recorrido caminando para presentarle en detalle cada proceso; como no alcanzaron todo el recorrido, en la clase de la tarde, la obligò a montar sola en el corral por una hora mientras el sostenìa la rienda del caballo, con el propósito de que al dìa siguiente ella pudiera hacer todo en montura aunque èl tuviera que guiar al animal.
Al ser sábado estaban los dos solos en la zona, èl sobre su semental blanco, a quien llamaba Zeus, solo miraba hacia algún lugar en la lejanía.
- Parece que añoras algo jefe.
Mario volteò con una sonrisa cautivadora.
- Puede ser. Veo que hoy hasta te cambiaste de ropa para venir a entrenar.
- Me dì una ducha, como para tener la ilusión de que los sábados trabajamos medio dìa, aunque tù me quieras esclavizar fuera de mi horario laboral.
Él puso cara de niño inocente, ella hizo un puchero de niña terca en respuesta generando sonora carcajada.
- Bueno, me alegra que mi agotamiento me haga enteramente feliz. A veces pareces otra persona.
- Vamos- le tendiò la mano desde Zeus invitando a compartir montura- en el camino me explicas lo que acabas de afirmar.
- El no quiere, está cansado.
La frase trajo a su memoria el recuerdo del día que la encontró con el machete en los cultivos de yuca, cuando muy descaradamente le había dicho: “Entonces súbete al caballo, tu cuerpo se acostumbrara tarde que temprano a ambas cosas.” Sonrió con picardìa desmontando, se le acercó, le tomó la mano tirando suavemente de ella.
- Tù me dijiste que no soy lo suficientemente interesante como para ponerte incòmoda, por favor, ven conmigo.
Lo pidiò como un favor, esto si que era nuevo, dejò de darle instrucciones solo para que lo acompañara, un cosquilleo en todo el cuerpo la invadiò, pero no dejarìa que èl lo notara.
- Jefe, de verdad, me siento muy estropeada.
- Dime Mario.
- Eres mi jefe.
- No, somos compañeros, recuerda que todo lo que estamos haciendo es para repartirnos las cargas, no soy tu jefe, por favor.
- Tù repentina amabilidad es sospechosa- lo mirò de frente, èl aùn le sujetaba la mano.
- Miralo como una forma de entrenar.
Adela asintió resignada, con un gesto de inconformidad totalmente evidente que lo hizo más divertido aún. Cuando estaba a punto de subir al caballo, Mario la sujetò de la cintura y la ayudò a subir, cada gesto de èl la llenaba de incógnitas, luego que èl subiò y empezaron con la cabalgata el capataz se pronunciò:
- Toma tù las riendas, vas a guiar a Zeus mientras me explicas por qué a veces parezco otra persona.
- ¿Cuál es la razón de que yo lleve las riendas del animal?
- Para yo poder sujetarme de tu diminuta cintura.
- ¿No te parece que te estas pasando de listillo conmigo?
No había terminado de hablar cuando sintió que su cintura era envuelta por las manos de su compañero, quien la acomodaba en la silla, al ritmo que Zeus trotaba por la pradera. Las emociones de Adela se le volvieron un lìo.
- No, no me estoy pasando de “listillo” te estoy enseñando a sentarte en la montura- sonrió por lo bajo.
- Eso es lo que yo digo, todos estos días, mientras pasabamos por los campos y lo obreros, eras serio, de pocas palabras, solo las suficientes como para que se entienda lo que se tiene que hacer; es màs hasta en el despacho de Julian, el dia que firmè el contrato como administradora, todo lo que decías era simplemente lo operativo. Pero yo había hablado contigo antes y me parecías menos cerrado, hasta un poco atrevido. Sin ofender.
- No quiero que los peones piensen que ascendiste por mi afinidad contigo, sino que se note que es algo que te has ganado por tu experiencia de vida. Solo contigo me nace ser así, es que eres terca como una mula al tiempo de inocente.