Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 10

Los colores del amanecer mostraban la palidez de un pronóstico de día lluvioso, de esos en los que el calor agobia, cediendo solo cuando cae el aguacero. A la nueva capataz le habría gustado tener algún pantalón corto y sandalias para ayudarse con la sensación térmica. Dadas las circunstancias pensó en que ya no importaban cuantas semanas más o menos debía trabajar para Julian Santoya, tendría que solicitar en ocasiones parte de su pago para suplir algunas necesidades de atuendo, que como esposa no se atrevía a solicitar por temor a aumentar las cuentas por pagar.

Al salir de su cuarto se encontró con Germinia en la puerta, la estaba esperando:

- Buenos días, deseo solicitarle un permiso para ir hoy al pueblo.

- Buenos días. Germinia ¿cuándo me has pedido algún permiso?

- Disculpe señora, generalmente no salgo de la casona y las pocas veces que lo hago  me lleva el señor Julian o se lo solicito a él. Cómo se encuentra de viaje me vi en la obligación de importunarla, usted es la esposa y capataz.

El rostro de la mujer era una mezcla de emociones que iban entre la vergüenza, la rabia y … el dolor, si, había dolor en su rostro. Adela decidió aprovechar la situación de manera que pudiera obtener alguna información:

- Si aquí lo tienes todo, ¿qué vas a hacer al pueblo?- la miraba fijamente al rostro, el ama de llaves era más alta y debía  mirarla hacia arriba pero no se iba a intimidar por insignificancias.

- ¿debo explicarle?- carraspeó

- pues la verdad, si- hizo un gesto entre encoger el hombro y torcer la boca para restarle importancia a la frase y disimular su imperiosa necesidad de saber un poco más del contexto de vida de la mujer.

- Voy al cementerio a visitar la tumba de mi hermana. Creo que con esa información bastará.

Ante esto, Adela no creyó oportuno incomodar más a la mujer. Ella experimentó el mismo tipo de dolor cuando su madre partió de esta vida. “con eso no se juega” pensó.

- No hay problema, puedes irte- casi emprende su camino cuando Germinia nuevamente habló.

- ¿Necesita que le traiga algo?

- No tengo dinero, tu sabes también como Juan que no recibo nada de mi pago. Pero Gracias, igual

- Por si no lo sabe, sus necesidades personales no requieren de su dinero ni de su capacidad laboral,el contrato no dice nada al respecto, solo dice que no tiene el derecho de los bienes compartidos.- ¿Esta mujer la estaba ayudando a interpretar los términos de su matrimonio?- Si desea yo me encargo de verificar lo que necesita y de regreso se lo traigo, así, yo sabría que no es en gustos personales en los que va a invertir el dinero de tal forma que no se incremente su deuda.

- ¿Por qué me dices eso ahora?- El rostro de la mujer tuvo una leve sombra de la cordialidad con la que la recibió cuando llegó a ese lugar.

- Usted no tiene culpa de las decisiones del señor Julian.

Dicho esto, inclinó la cabeza en ademán de despedida retirándose. Así, dejó a Adela en un mar de sorpresas y posibilidades. Pensó en su relación inicial y cómo esta se empezó a dañar cuando la mujer le informó a Julian cada detalle de su vida en esa casa; en aquel primer encuentro en que los votos matrimoniales más funestos fueron pronunciados: “recuerda que el divorsio no te concede ninguno de mis bienes y que debes trabajar muchos años si quieres pagarme con un sueldo de obrera. Espero que seas más creativa. 

No voy a requerir ningún favor sexual tuyo, yo no hago trata de blancas; tú eres simplemente un instrumento, una buena forma de crear remordimiento en tu padre, para un verdadero arrepentimiento de su parte le arrebaté a una de sus hijas hasta que esta salde  sus deudas y así él aprende un poquito”. 

Germinia era su empleada de confianza, presenció todo con la mirada contemplativa de alguien que no le importaba más que su empleo. ¿Y si la mujer compartía con ella una suerte similar que la condenaba a trabajar sin permisos, salarios o quien sabe que otra condición?

Esta duda le abría una nueva visión de las cosas a la muchacha, bajó las escaleras a trote para alcanzarle:

- ya que te ofreciste, la verdad es que necesito algo de ropa.

- Todo empleado tiene derecho a su dotación, con gusto traeré lo que necesite, ¿algo en particular fuera de las ropas de trabajo?

- Una camiseta y un pantalón corto, para los fines de semana.

- Entendido.

Germinia se marchó. 

Adela aprovechó la falta de vigilancia y cabalgó en su yegua hasta la orilla del río a esperar. El sol ya estaba subiendo y con él el calor, la camisa se le pegaba al cuerpo y gotas de sudor bajaban por sus sienes mientras atravesaba al galope los campos, unas zonas más verdes que otras. realmente ya empezaban a necesitar algo de lluvia.

Al acercarse pudo observar el lugar vació sintiendo un agujero en el pecho. Suspiró mientras desmontaba. no se sentó. Tomó las riendas para caminar por la orilla. De repente sintió que sus pies se levantaban del piso, el miedo la embargó, gritó por ayuda e intentó soltarse. 

Sin embargo, escuchó una risita entre sus gritos y pataleos. Eso la llenó de ira.

- En este momento me bajas o no respondo- La depositaron en el piso

- No te molestes, era solo una broma. 

- No me gusta que finjan secuestrarme. Eso es peligroso, deja uno de estar alerta- Volteó para ver a un capataz relajado, feliz, con las manos en la espalda fingiendo inocencia.

- En estas tierras no hay secuestros- le respondió entre un fruncir de ceño y una mueca de broma.

- ¡Pero yo no soy de aquí!- Adela lo empujó por el pecho sin lograr moverlo un ápice- ¡Ya me hiciste enojar!

- Bueno, hasta donde yo sé, no se necesita mayor esfuerzo para que eso suceda- le quitó el sombrero para poder verle a la cara y disfrutar de sus mejillas enrojecidas por el momento de pánico- ¡Venga no te molestes!




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