El camino fue cuesta arriba, bordeando rocas que se levantaban a la orilla. Mario no tuvo necesidad de anunciarle que habían llegado, el sitio era hermoso, una pequeña cascada de unos 10 metros de ancho con una caída de apenas metro y medio. La vegetación abundante sombreaba el paraje, el fondo tachonado de piedras lisas permitía apreciar el agua cristalina que corría melodiosa, rocas colocadas de forma aleatoria por acción del tiempo, el agua y el viento; la caída del agua hacía una pequeña laguna profunda, luego el agua se deslizaba a una profundidad de sólo 15 centímetros formando un arroyuelo que poco a poco al descender por su cauce iba tomando algo de profundidad.
Adela sintió que el corazón se le paraliza de la emoción, en su parcela el terreno limitaba con una fuente de agua: una laguna natural bordeada de árboles, algas y uno que otro lugar donde bañarse, era un lugar bonito. Pero esta cascada era encantadora, íntima, bañada por la melodía del agua cayendo contra ella misma y con las rocas, era una melodía con perfecta armonía.
Se bajó de Zeus de un brinco luego de que su acompañante desmontara e intentara ayudarla.
- ¡Mujer, me haces pasar por un patán!
- Señor capataz, ¿pensaba ayudarme? ¿de cuándo acá se considera un caballero?- volteó los ojos con una sonrisa suspicaz.
- No puedo creerle joven, yo tan increíblemente asombroso y usted dudando de mis virtudes- intentó agarrarla pero la muchacha saltó en carrera riéndose con todo el cuerpo de su acompañante.
- Eres un burdo, un rústico, ordinario y feo- Mario hizo ademán de continuar el camino hacia la cascada, encogiéndose de hombros, bajó el rostro con gesto triste y Adela se asustó, de puro instinto le tomó del brazo- Estoy jugando, lo siento.
De repente él la cargó en sus brazos
- Yo te leo muy bien, te conozco muñeca, yo también estaba jugando, tus ojos me dicen mucho aunque tu boca lo calle casi todo.
Su sonrisa ahora no era burlona, era tierna. La miraba entre sus brazos sonrosada a más no poder. Él tenía claro que ella no era del todo indiferente, las dudas que en algún momento podría haber tenido fueron dispersadas por la visita que le hizo la tarde anterior. Su rabieta por no verlo, sus manos negándose a soltarlo cuando la subió en la mesa, amenazarlo para que hoy la fuera a la rivera, dejar que él se acercara lo suficiente como para depositarle un beso cerca de su boca habían dejado atrás todo el remordimiento que le causó su respuesta cuando se atrevió a confesarle que se moría por besarla. “ Dejemos que la vida siga y que las decisiones se vayan tomando a medida que la historia se desarrolla, el mañana puede que nunca llegue”
- Te quedaste pensativo, ¿no piensas bajarme?
- Por primera vez no haces un berrinche, deja que lo disfrute.- se acercó a su boca.
- En realidad pienso que eres muy lindo- le interrumpió alejándose un poco para mirarlo a los ojos que la atormentaban cuando no la miraban.
- Eres muy astuta- dijo sonriendo y rozó su nariz con la suya, luego la depositó suavemente en el piso como para evitar que se quebrara, tomando su mano
- Vamos muñeca, podemos sentarnos por allí- Señaló un espacio a unos cuantos pasos, conduciendola como un timonel a un barco.
Al sentarse Adela abrazó sus rodillas ya sin calzado, mirando distraída la corriente, pensando en las miles de preguntas que deseaba hacerle y que no sabía cómo formular. Mario, por el contrario, era bueno con el silencio, la dejó pensar, mientras ella tenía preguntas; él se formulaba así mismo hipótesis de los que ella sentía, pensaba y anhelaba para irlas respondiendo y sorprendiendose en el camino.
- ¿Por qué en ocasiones me llamas muñeca?- ladeó la cabeza fingiendo indiferencia.
- Eres muy hermosa, no del tipo convencional, eres más del tipo tierna, hasta delicada- él miraba el agua con el objetivo de no intimidarse con la mirada penetrante que ella sabía colocar.
- ¡jaaa!.. Si que eres extraño, ¡un hombre del campo y de trabajo duro llamando tierna o delicada a una campesina con uñas llenas de tierra!- la muchacha no le creía, se conocía, nunca tuvo admiradores por rústica y ordinaria.
El capataz se deslizó hasta estar a su lado, le acarició el cabello con las punta de sus dedos, con el dedo índice le dió un ligero golpe en la nariz:
- Déjame a mi con mi extrañeza, te veo aunque tú no lo hagas. Para mí no existe mujer más preciosa. Eres delicada a tu manera, trabajadora, fuerte, echada para delante. Sonríes en medio de las dificultades, disfrutas de las cosas simples. ¿Deseas que continúe?
- No, hijo de poseidón. Me haces sentir rara, aunque te haya dicho que no me intimidas.
- ¿A qué viene eso del apodo?
- Es un secreto, algún día te lo contaré
- Tranquila, a mi no me mata la curiosidad, tú siempre sueltas las cosas cuando no se espera, bajo presión no funcionas.
- Algo así. Mario, hay algo que me intriga, el domingo antes de que Julian se fuera a uno de sus viajes de negocios tuvo una discusión con Germinia, ella le habló como a un igual. ¿Por qué él le tiene tanta confianza a ella?
- ¿Te interesan las relaciones de tu esposo?- un tono celosos afloraba en la voz del hombre.