Pasado un año, llegó a Los Laureles una visita. Todo en el marco de los negocios de expansión de ventas de los productos: yuca, ñame, maíz. La Mujer que representaba la otra parte del negocio llegó con aires de poder. Segura de sus términos convenció al padre de Julián de firmar un contrato en el que la Familia Santoya proveía cierta cantidad de estos alimentos de manera trimestral, ellos pagaban los precios con un pequeño porcentaje de descuento asumiendo el transporte de la carga; con una cláusula de préstamo de uno de los graneros como bodega de los alimentos mientras los productos eran transportados en jeeps, ya que la zona de recepción de los alimentos era en los cerros.
La mujer se quedó en la casona como invitada por unas dos semanas, recorría los terrenos en caballo, se quedaba en las tardes por largos ratos en los estudios dialogando con el señor y compartía la mesa con la familia. Era inteligente, de diálogo fluido aunque más de escuchar que de hablar. Observaba todo.
Se marchó sin ningún contratiempo. Dados los plazos de entregas del primer cargamento de maíz se presentó con 4 autos, todos con un conductor y un ayudante menos el de ella. Los autos eran parqueados de cola en el granero correspondiente, donde no aceptaron la ayuda ofrecida por el señor Santoya, solo ellos metieron mano en el proceso de carga. A Julian le disgustó, dirigiéndose a la mujer con tono demandante le exigió que le dejaran colocar al personal de su padre en la tarea. La mujer no cedió alegando los términos del contrato, lo invitó a observar lo que estaban haciendo cuando ya estaban casi cargados los 4 jeeps. Formalmente le invitó a supervisar personalmente el trabajo, y poco a poco fueron trabando amistad.
Aleida nunca sintió amenaza ni desconfianza, cada dos o tres meses la mujer llegaba, en algún momento le avisaba a Julian para que arribara al granero y finalizaban las jornadas en el pueblo. Entre copas y celebraciones. Él manejaba las distancias, Aleida confiaba en su palabra y Maria se encaprichaba con el muchacho. Varias veces intentó besarlo o seducirlo aprovechando su bien formado y enorme pecho, engalanado con escotes y collares que caían en el espacio intermamario de sus senos, desviaba en automático la mirada de los hombres hacia esa región de su cuerpo; incluyendo la de un Julian jóven que se deleitaba solo en mirar o en los escasos roces que la sensual dama incitaba.
Mario le contaba a Adela la historia narrada por la propia boca de su amigo. Ella escuchaba analizando la situación, él trataba de resumir sin dejar de lado aspectos que consideraba importantes para comprender las acciones vividas aquel día durante el desayuno.
Finalmente Maria, después de casi un año de tratos de negocios y coqueteos infructíferos mostró su verdadero rostro: en una de las fiestas de la cosecha, que en esos tiempos aún se celebraban, besó a Julian en medio de un baile; Aleida tomó el reto con calma, se dirigió a la pista de baile, se apropió de la mano de su esposo y lo sacó de las garras de la intrusa. La calma de la esposa era símbolo de una impresionante tormenta submarina. La sorpresa de María era aún mayor, la jóven señora no caería en la trampa de los celos y los escándalos.
Sin embargo, en la intimidad Julian fue castigado con la absoluta indiferencia de quien no existe más. Pasaron los días y su esposa no le volvió a hablar, él se desesperaba por ella, por hacerle el amor, por abrazarla, por meterse al baño con ella para acariciarla con la suavidad que el agua y el jabón brindaban. Esa semana no regresó a supervisar el granero, generando en María una ira incontenible.
Hasta que Aleida desapareció. Julian sabía que su esposa no era de las que huía, algo debía haberle sucedido. Organizaron brigadas de búsqueda y exploración por las riberas, algunos montes, el pueblo, y nadie dió razón de Aleida.
Germinia, que siempre se había mantenido distante y respetuosa de la intimidad del matrimonio de su hermana, se trasladó de manera casi que permanente a la casona esperando colaborar en cualquier tarea que ayudara a encontrar a su hermanita: preparaba las comidas de los exploradores, salía al pueblo para escuchar comentarios o rumores que le brindaran algún indicio. Cada noche lloraba inconsolable en la habitación de huéspedes, con el pasar de los días ya no lloraba sola, sino con la compañía de su cuñado, quien a veces le prestaba su hombro a modo de consuelo. Sentados en el despacho del Señor Santoya, sin respuestas.
Casi un mes después la funesta noticia llegó: encontraron un cadáver descompuesto muy lejos, al lado de un camino de herradura, en la ruta por la que transitaban algunos montunos hacia los cerros. Los forenses de la capital confirmaron que era el cuerpo de la esposa de Julian. Tres tiros en el pecho le habían quitado la vida.
El joven gritó como loco, golpeó todo cuanto tuvo a su alrededor, mientras Germinia se desmayaba al ver a su última familia en una mesa de hierro fría.
Mario recordaba el sepelio con total claridad. Julian lleno de dolor, Germinia resistiendo estoica ante la tierra que cubría la tumba, Don Marcos sentado con las manos sobre la barriga llorando como un niño a la hija política. Ese fue el inicio de la transformación de los dos.
Don Marcos no dejó que Germinia se marchara jurando protegerla como hija de la familia, y como tal la trató siempre. Él también falleció meses después; Julian quedó a cargo y Germinia pasó a ser el apoyo de confianza. El capataz se regresó a la ciudad para continuar con sus estudios pero cada vez que regresaba a pasar las vacaciones era testigo de las mismas discusiones en las que Germinia afirmaba que Aleida había sido asesinada por Maria en venganza por no poder obtener a Julian como amante. Luego le contrataron como capataz, y la situación entre los cuñados no cambiaba.