Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 17

La noche fue difícil para la chica capataz, el cuerpo le dolía, las rodillas no la dejaban cambiar de posición. Tenía la certeza de que al levantarse las evidencias del intento de abuso serían más notorias. Sumado a la condición física, el estado de ánimo era una reverberación de emociones que iban desde el miedo absoluto, el desconcierto, la rabia, hasta el dolor del alma.

Germinia había regresado a la habitación tal y como era de imaginarse. Al sentir los pasos Mario reaccionó como una gacela en persecución: de un brinco llegó a la silla, tomó la crema para los golpes y empezó a untarle en las rodillas mientras la puerta se abría apareciendo la figura del ama de llaves. Adela estaba paralizada, los ojos desorbitantes y el rubor de su rostro delataban diferentes emociones. El capataz no levantó la vista del trabajo en proceso, se conocía perfectamente, si se dejaba ver de frente se delataría su miedo.

La arpía favorita de Julian se quedó parada bajo el marco de la puerta, recorrió con la mirada la escena sin el menor atisbo de sospecha en sus ojos.

- Mario, tienes a la señora roja de la vergüenza, ¡termina ya!. La próxima deja que yo sea quien le aplique los ungüentos para evitarle incomodidades. 

- Sí señorita- respondió el hombre con la suficiente seriedad para parecer convincente y se levantó alejándose hacia la ventana.

- Acaban de llamar de la comisaría, el recolector irá a prisión y no tendrás que ir a presentar testimonio pues insistí en que validaran el que te tomaron aquí. Presentarán un reporte público para la audiencia en espera, ya que si existen más denunciantes la condena podría ser considerable. En su momento Julian se encargará del resto. Vamos, déjala descansar ya.

Salieron juntos de la habitación, solo buenas noches y su anhelado jinete y compañero no volteó siquiera a mirarla. La embargó entonces el dolor del alma de no poder amar con libertad ni poder recibir el cariño que él le ofrecía de la misma manera. Rabia de que la mujer se tomara atribuciones como jefa y dueña, sin permitirle llevar el proceso hasta las últimas consecuencias aludiendo a su esposito de mentiras. Desconcierto ante la forma tan sencilla como se entregó al beso del capataz (después de lo ocurrido con el otro hombre esa misma tarde) exponiéndose a ser descubiertos, lo que ocasionaría consecuencias que no era capaz de imaginar dadas las formas tan extrañas en que su esposo procedía. Finalmente la rabia, con Mario que no volteó a mirarla, que actuó como un cobarde; con ella misma por anhelar esa mirada imprudente, por ser tan tonta como para molestarse por la prudencia y el cuidado que él continuaba mostrando a pesar de las circunstancias. Y con el pendejo del Julian que les había dejado a los tres el trabajo de Los Laureles para irse a quién sabe qué vainas.

Durante los días siguientes por recomendación del médico no pudo ir a trabajar. Recibía los alimentos en la habitación, Germinia supervisaba los medicamentos, entretanto, recibía el informe diario de lo realizado en los cultivos, entregas, metas cumplidas, etc, de la boca de su compañero de puesto. No se quedaron nuevamente a solas, ella con algo de rabia al respecto pero resignada; él con miedo de sí mismo y de sus impulsos desmedidos ante la presencia de la mujer a la cual le había entregado su corazón.

Cuando al fin pudo ir de nuevo a su trabajo se dió cuenta de que los hombres mantenían la distancia, recordando una de las clases de su profesora de lenguaje en secundaria en un tema que le pareció super curioso: ella explicaba que la distancia manejada entre las personas era índice del lenguaje social, así cuando alguien es le jefe el espacio entre este y el subordinado siempre es considerable, cuando se es familia el espacio es más íntimo y cuando se es pareja no hay distancia por lo general, decía la profesora Graciela con una sonrisa pícara en su rostro. Estos hombres ya la reconocían al 100% como la jefa, dándole parte de tranquilidad puesto que eso aseguraba que no habrían nuevos incidentes como el vivido.

Su rutina continuó igual, el trabajo era duro y le permitía el absoluto cansancio corporal. El otro capataz de la finca llegaba en cualquier momento del día supervisando todo en la distancia y se marchaba así nada más llegaba. Adela dió la orden de comenzar a sacar el ñame (otro tubérculo típico de la zona caribe, cuya planta rastrera se esparce) dado que la hojas de las plantas en su mayoría están amarillas y algunas casi secas, ese era el síntoma perfecto de que el alimento estaba en su punto para ser extraído. Realizó las llamadas a los abastos informando de la próxima cosecha y asegurando la comercialización del producto.

Al tercer día de haber retomado Mario se le colocó al lado mientras ella comprobaba el estado de cuentas de los productos junto a los bultos que estaban siendo pesados en la báscula. 

- Buenas tardes señorita, veo que se encuentra ya en perfecto estado- un saludo dentro de todos los ámbitos de la formalidad.

- Así parece- fría, sería, inmutable. Él se percató al instante.

- Necesito que me colabore en algo en la caballerizas, por favor acompáñeme- Todos los presentes levantaron levemente la vista, la joven capataz era buena en todo los agropecuario pero era evidente que en la parte equina tenía enormes falencias. Ella se percató rápidamente de los gestos.

- No es mi área, desconozco el trabajo con los caballos.

- Lo sé, es que le va a ser asignada otra montura, pues la suya califica para la muestra por el entrenamiento que posee, estamos cogidos de tiempo, necesitamos a los mejores caballos en esa exhibición.




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