La señorita Iguarán caminó hasta la casona con todo lo sucedido a modo de evocación en su mente: la ternura de Mario, el anhelo por su padre y su hermana, el desastre en que se convirtieron sus sentimientos, Julian, el nuevo empleo al que poco a poco le estaba tomado cariño. Su proyecto de vida había cambiado drásticamente y de alguna extraña manera las cosas a veces parecían tomar un rumbo adecuado para ella.
Administrar la parcela familiar era un reto en sí mismo por las condiciones de escasez, eso lo pudo lograr con ahínco y sin descanso. Ahora administraba hectáreas completas de cultivos, con un personal enorme bajo su mando, y lo estaba logrando. El reto ante el cual fue puesta era gigantesco, ella misma se sorprendía de lo que podía lograr. Aunque para todos sus antiguos vecinos era una solterona delgaducha sin gracia. ¡Si supieran de sus líos!, tal vez la juzgarían cual bruja en la edad media.
Ya eran meses sin tener una sola noticia que no fuera dentro de los límites de los laureles impuestos por Julian y supervisados por su mujer de confianza. Le carcomía la conciencia el hecho de pensar que sus dos únicos parientes estuvieran pasando alguna dificultad económica.
Y finalmente todo el amorío oculto con Mario. Dios ¿estaba pecando de infidelidad?, necesitaba una solución o una respuesta. En su mente elevó plegarias, necesitaba de mucha lucidez para poder tomar decisiones y no dejarse llevar por los impulsos.
Al entrar a la casona, la encontró desierta como de costumbre a esas horas, 9:00 pm, como todos se levantaban antes del alba, también se dormían poco después del ocaso, como decían en la zona: “con las gallinas”. Sonrió para sus adentros. Cuando empezó a subir las escaleras sintió un ruido leve en el estudio. Adela suponía que Julian aún estaba de viaje y Geminia nunca entraba a anotar las cuentas de noche.
Tuvo temor de algún intruso, en el estudio se hallaba la caja menor, correspondiente a los gastos imprevistos diarios y semanales, además, de documentos supremamente importantes para la vida comercial y legal de la hacienda.
Se aproximó con cuidado de no ser escuchada. El ruido que antes percibía como leve ahora era una especie de ronquido gutural, acompañado de otro leve susurro. No tenía la más mínima idea de que estaba ocurriendo, giró el picaporte con toda la lentitud posible y de la misma forma fue abriendo una leve ranura que le permitiera espiar sin ser notada y así poder actuar a consecuencia.
En el escritorio, que se encontraba directo a su visor ranura no había nadie, pero advirtió que el movimiento era hacia el otro lado, por el sofá donde alguna vez vio a su amado capataz leyendo. abrió un poco más la puerta a riesgo de ser descubierta
La escena se le presentó plena, a modo de zoom con el entorno difuminado por la oscuridad.
Julian estaba completamente desnudo, en todo el esplendor de un cuerpo fuerte, él era quien emitía el gruñido escuchado al tiempo de que jadeaba y corría el sudor por su rostro. Un vaivén permanente en sus caderas con sus manos reposando con fuerza en el agarre casi que animal de unas caderas femeninas. Allí apoyada como animalito de cuatro patas había una mujer jadeando suavemente (el otro sonido), la mano del hombre pasó a la cabeza de la amante quien tenía el cabello suelto sobre el rostro de modo que no la había podido identificar hasta ese momento, cuando entre apasionado y salvaje le levantó por el cabello.
Adela abrió los ojos cual platos, jamás había visto nada en relación con el sexo que no fuera aseo y excresión de fluidos corporales, no sabía si sentir nauseas o alegrarse de lo que estaba descubriendo. Estaba tratando de pensar rápidamente la forma en que debía proceder (encontró una oportunidad que no podía desperdiciar) sin moverse para no delatarse cuando su esposo cambió de posición con la mujer.
Entonces, la muchacha decidió interrumpir el idilio entrando de pleno al estudio, entre tanto los amantes apasionados quedaban inmóviles sin poder llegar al climax del placer.