Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 27

Rezagada a su puesto de monitoreo de los guardias de seguridad Adela observaba bailar a casi todos los invitados. No había rango laboral, estatus social o resentimientos, todos eran una mezcolanza de sudor, ritmo y risas. Julian llevaba una tres canciones con Germinia como pareja; ella se notaba feliz bajo su máscara de responsable ama de llaves, él le sonreía y hablaba con una liberalidad que nunca antes le notó. Un par de socios se había acercado a insistir en invitarla a bailar una de las piezas que sonaban al son de la papayera (grupo musical tradicional de la costa caribe colombiana a base de tambores y trompetas) y nuevamente se vió obligada a resistir las invitaciones. Mario hacía rondas, hablaba con los conocidos y hasta sonreía por algún comentario que gracias a la música ella no escuchaba. Todo le estaba aburriendo.

Su capataz querido no había vuelto a acercarse luego de su rechazo al baile durante la cena, y de haberle retirado la mano de su pierna de manera contundente con un soberano pellizco debajo de la mesa, sumado a una sonrisita hipócrita para que no continuara con el coqueteo en público. 

Repentinamente a eso de las 11:00 pm un grupo de personas ingresó por la entrada tipo portón de la hacienda. Dos hombres con apariencia peligrosa abrían la comitiva dando paso a una mujer. Esta estaba vestida más a manera de bandida que de dama de sociedad al parecer de Adela: el vestido dorado eran dos tirantes que descendían abiertos hasta la cintura descaderada de la falda, solo cubrían el frente, toda la espalda iba afuera muy por debajo de la cintura al igual que al frente; la falda del vestidito no medía más de dos cuartas de largo solo lo justo para cubrir la pantaleta y desde allí le caían muchos flecos que se extendían hasta los tobillos. 

Zapatos de tacón muy alto, cabello rubio teñido, maquillaje abundante, ojos indios, implantes de senos, lipoescultura. Detalles evidentes para una chica de vereda que aún no estaba deslumbrada por algunos avances de la medicina moderna. 

La mujer avanzó con exagerado contoneo de la cadera hasta donde estaba el dueño y anfitrión del evento con su compañera de baile: Germinia, a quien toda la felicidad se le esfumó del rostro. Esta se mantuvo erguida, autoritaria, seria. La recién llegada sonreía, la música se detuvo, abrazó a Julian posandole un exagerado beso en la boca a modo de saludo. Gracias al silencio reinante Adela pudo escuchar sus palabras, sorprendida por la muestra de exagerada cortesía ante la cual nada hizo el ama de llaves.

- Mi adorado Julian gracias por recibirme en tu fiesta de apertura a este  ritual pueblerino. Siempre es un placer volver a verte, aunque la decepción de tu compañía permanente nunca cambie- sonrió mirando de soslayo a la Mujer.

- Bienvenida María, espero puedas gozartelo- respondió el hombre en tono amable.

- Claro que lo haré.- buscó alrededor- tengo noticias de tu nueva capataz, deseo conocerla.

- Vino bastante modificada señora María- intervino germinia desviando la conversación- espero disfrute de nuestra hospitalidad al recibirla nuevamente aquí, con su permiso continuo con mis deberes. 

- Adelante mujer.

Germinia ordenó que volviera la música, dedicándose a calmar los ánimos en las mesas de algunos socios molestos por ser denominados tan despectivamente por la mujer advenediza. Esta agarró a bailar a su adorado anfitrión. Le llevó la mano con la suya propia hasta la cadera descubierta para que la sujetara mientras rozaba con sus enormes senos redondos y perfectos el pecho de su compañero al compás de los instrumentos musicales. La mayoría de los hombres la miraban con deseo, pero había algunos que aún la odiaban. 

Cuando los músicos fueron a reposar, colocaron ballenatos en los parlantes, pero la mayoría de las personas aprovechó para sentarse a descansar o retirarse de la pista de baile y dialogar un rato. La chica capataz aprovechó el desplazamiento de las personas para deslizarse y colocarse cerca de la pareja, y así enterarse de la conversación, que realmente no era nada discreta pues la vieja hablaba en tono alto y con carcajadas estridentes.

- Hace ya tres años que no venía por estas tierras, realmente te extrañaba.- deslizó su mano por el brazo del hombre.

- Si, me imagino que tus múltiples labores te mantienen en permanente movimiento por toda la zona.- dijo con doble sentido el interlocutor, sabía que las redadas y emboscadas a la mercancía le habían ocasionado muchos problemas a la mujer.

- Eso ya no importa. No he visto a tu capataz. ¿Dónde anda?- los buscaba con la mirada.

- Déjalo tranquilo que aun en fiestas también debe cumplir con su trabajo. 

- Mi amor su trabajo debería ser yo- soltó una risotada. 

La muchacha se crispó involuntariamente, ¿A qué se refería esa mujerzuela asesina?. Repentinamente sintió a alguien detrás de ella dando un ligero brinco ante la impresión. Era uno de los guardias de seguridad, la apartó un poco del lugar

- El señor Mario le envía un mensaje: Gracias por tu servicio hoy, ya puedes retirarte.

- Gracias, dígale que él no me envía a la cama a dormir temprano. Muy amable.

Cuando quiso regresar al lugar donde la pareja dialogaba, ya se habían dirigido hacia dónde se hallaba Mario, quien buscaba con la mirada a la chica, esperando que cumpliera con su recomendación y por una vez en su vida no se pusiera terca. 

Cuando se vió fue a María con Julian a su lado invitándolo a bailar. 

- Señora, no puedo abandonar mi puesto de trabajo- respondió cortés y serio.

- Baila conmigo una sola pieza, Julian anda un poco tenso, además después de tres años el  trabajo duro te ha sentado muy bien.- la sensualidad afloraba en el siseo de sus palabras.




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