Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 33

En el Hospital del pueblo los heridos fueron atendidos. Un par de días después todos estaban en sus labores menos el capataz que fue trasladado a la ciudad por orden médica para realizar la resonancia y el encefalograma, debido al desmayo ocasionado por el fuerte golpe en la cabeza. 

Los trabajadores inicialmente estaban asustados, sorprendidos. La Hacienda Los Laureles nunca había sido atacada. Ellos no recibieron mayor información, solo que la cabaña de la capataz fue atacada con el dueño, los tres administradores y cuatro peones adentro. Que un bandido murió, hubo muchos heridos y que finalmente La Doña de los montes de María fue puesta bajo arresto. Y, aunque nadie explicara las razones, todos sospechaban venganza de la mujer contra la Señorita capataz, sin embargo nadie la culpaba, en general agradecían que por fin pagara por sus crímenes y que la señora Aleida descansara en paz hecha justicia. 

El celular de Mario estaba perdido, por ende, Adela y él no se podían comunicar, cómo todo fue tan rápido no hubo tiempo de comprar un nuevo antes del traslado. Él en el hospital se desesperaba, ella entre los pastizales experimentaba la incertidumbre de la falta de respuestas. Su ex esposo salió de viaje, Germinia le explicó que el proceso judicial tardaría, le  comentó que Julian era también investigador incógnito en la investigación contra María y el frente armado que comandaba. Que llevaba muchos años en redadas contra sus negocios ilícitos sin poder condenarla debido a que siempre tenía coartadas y respaldos elaborados para protegerse. 

- ¿Ya lo perdonaste?

Ambas estaban sentadas en el jardín de la casona tomando café en espera de la noche.

- Aún no ha pedido perdón por todo lo que ha hecho.

- Sigue siendo tu hombre, ese día demostró que le importas mucho.

- También debe subsanar mucho. Chiquilla, hay muchas heridas en mi alma, la mayoría en relación con él. Yo respeté siempre nuestro matrimonio aunque no fuera con un vestido blanco, ante un altar, con un cura. Él debió hacer lo mismo.

- ¿Nunca te ha pedido matrimonio?

- Una vez.- Suspiró

- ¿Por qué no aceptaste?- terminó el último sorbo de su taza de café.

- María estaba de invitada en esta misma casa, mi respuesta fue contundente, aún recuerdo las palabras textuales: “hasta que no saques a esa mujer de tu vida, no formalizo nada contigo”. Él sencillamente aceptó, no insistió, tampoco dejó de recibirla. Así no.

- Pero te acostabas con él.- sonrió con algo de vergüenza- disculpa la intromisión.

- Yo también siento- sonrió -¡Niña aunque no parezca yo no soy de hierro! , la verdad es que era algo poco frecuente.- meneó la cabeza en negación- Puede que después de la Feria me vaya- confesó.

- ¡No!- se sobresaltó Adela- Sin Mario y tú yo no podré con todo esto.

- Aprendes bien, eso no será problema, es más dudo mucho que tu galán acepte irse, teniendo en cuenta lo ocurrido.

- Julian ya dió una orden, él no se retracta.- Bajó la cabeza sintiéndose abrumada

- Deja que las cosas fluyan, a veces la vida nos da sorpresas; piensalo bien, si el troglodita ególatra de Julian no te hubiese obligado a firmar el matrimonio jamás habrías sabido de tus habilidades como capataz de una finca gigantesca, no habrías conocido a una Arpía espía que luego pasó a ser tu compañera, no tendrias una cabaña para tí sola, ni concocieras al amor de tu vida. Lo malo en ocasiones trae cosas buenas.

- Lo mismo podría decir de tí.

La semana continuó. Adela decidió regresar por la orilla del río un par de veces, evocando muchos de los sucesos vividos. En las noches el miedo se apoderaba de su mente y la mantenía en vela hasta muy tarde. Intentó un par de veces re armar la manilla que le regaló Mario en su cumpleaños, en el intento de secuestro se le había partido, sin poder hacerlo terminó por dejar las piedrecitas en una taza sobre la mesita de la cabaña. El brazo estaba cicatrizando bien, aunque dolía aún. La rutina la estaba sofocando.

El jueves en la tarde, en las caballerizas un obrero se acercó sonriendo. 

- Señorita, le llegó esta carta.

Adela vio el remitente, el corazón le estalló en mil emociones, corrió hasta su cabaña y cerrada la puerta se sentó a leerla.

Cartagena xxxxxx

Muñeca de mi corazón.

Los días en este hospital son tediosos, no se estar tendido en una cama. Ya prácticamente realizaron todos los estudios y estoy bien, pero el médico me tendrá en observación hasta el jueves; como no he podido llamarte porque acá estoy solo, decidí comunicarme contigo a la antigua, a la manera de los caballeros en los libros del romanticismo. 

Ya nadie escribe cartas a su amada, los mensajes por texto son tan frecuentes que nos olvidamos de lo bello de poder escribir con nuestro puño y letra lo que sentimos a la persona que amamos.

Te he extrañado a cada momento, no dejo de pensar en lo sucedido, verte sangrar rompió mi corazón, no poderte auxiliar cuando lo necesitaste en la soledad de esa cabaña me hace sentir culpable. Ahora aquí lejos, apartado de ti, me llena de impotencia. 

Extraño tu bella carita y tus terquedades, necesito abrazarte, ver esos ojazos castaños que tanto me aturden. Me acordé de este poema, ya que desde mi habitación se ve el mar: 

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.

Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.

A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.

Solo.

A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.

Suena, resuena el mar lejano.

Este es un puerto.

Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.




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