- No has podido dormir, ¿temor?- Preguntó ya en la cabaña, sentado en la mesa frente a ella, jugueteando con las piezas en la tacita.
- Admitir ese tipo de cosas no es muy mío- respondió desde el baño mientras se duchaba y cambiaba la ropa.
- Vives sola por primera vez, es normal que después de un episodio como el vivido tengas temor a quedarte sola durante las noches.
- No es miedo- dijo sentándose enfrente de él, del otro lado de la mesa- Es una sensación de inseguridad. Nunca había estado en medio de balas, siempre las escuché desde lejos. Sumado a eso, tu hospitalización en la ciudad y la falta de comunicación contigo.
- Vamos, no me iré hasta que no te duermas, ya debes descansar.
- No puedes quedarte tan tarde, te puede suceder algo- había preocupación en su rostro.
El capataz se colocó de pie tomándola de la mano, la hizo sentar en la cama,
- No puedes continuar sin descansar adecuadamente, no te preocupes por mí, traje mi vehículo y además estoy armado. Lo ocurrido no es frecuente.
- Mira esa cicatriz que te dejaron- dijo Adela ignorando las palabras emitidas por su compañero mientras le apartaba el cabello de la frente- esto me recordará que estuviste en peligro gracias a mis imprudencias- le recorría con el dedo la cicatriz de 7 centímetros producto del golpe recibido, el cerro los ojos entre el deleite de sentir las manos de ella sobre su piel y la necesidad de contenerse.
- A dormir señorita- suspiró abriendo los ojos- mañana debemos trabajar.
- Ya no tengo sueño
- Te leo un libro, seguro que te duermes.
- si, dale.
De esta manera, ella se acostó y él tomó el libro regalado durante el encierro en la casona, al principio ella hacía preguntas de lo que no entendía , y luego, poco a poco cerró los ojos hasta quedar profundamente dormida, tranquila, su rostro reflejaba la luz que le alargaba las pestañas y entre sueños murmuró “ río”
Al día siguiente todos estaban en sus labores, Adela pasó por las caballerizas temprano a recoger su yegua Pintada, dedicando una mirada escrutadora a los alrededores. Al no tener suerte cabalgó derecho a sus labores. En el paso por la casona Germinia la detuvo, con la misma formalidad de siempre.
- Buenos días señorita.
- Buenos días.
- Solicito un permiso para mañana temprano, debo hacer un viaje de un día, me llevaré uno de los jeeps y regresaré entrada la noche. Son asuntos importantes que debo tratar antes de que Julian regrese.
- Recuerda que ya no estoy casada con él, no debes pedirme permiso- le restó importancias- ¡Como si lo necesitaras!
- Son formalidades importantes, somos un equipo de trabajo y todos debemos conocer qué hace el otro para que esto funcione adecuadamente.
- Entendido, ¿debo preocuparme?
- En absoluto, todo está bajo control, es una visita de supervisión.
De esa manera el día fluyó al ritmo habitual, trabajo, alimentación, agotamiento propio de la semana de trabajo. Frustración y rabia.
Al entrar en la cabaña, se quitó las cosas para meterse en la ducha, pero reparó en la mesa donde ya no estaba la tacita con las piedras de su pulsera, sino la pulsera misma rehecha con una nota:
Muñeca de mi corazón
te espero mañana temprano en la cascada.
Atentamente,
M. G
Tu hijo de poseidón.
“Cómo si yo fuera a ir, llegó hasta acá y no me esperó”, se cruzó de brazos, con rabia y acariciando su regalo de cumpleaños, “Realmente sabe hacerme desesperar”.
Acudió a la cita con displicencia. Primero lavó su ropa, aseó la cabaña, se hizo desayuno y pasó a cepillar a la Pintada antes de montarla. Aún se encontraba molesta por sentirse evitada el día anterior.
El sonido del agua al caer llenaba todo el lugar, los árboles sombreaban el paraje; sentado en una roca con la cabeza gacha y mirada triste estaba Mario, pensando cualquiera que fuera la razón de ella para no llegar. Al sentir los cascos de la montura levantó la vista y los ojos azules en turbulencia pasaron a ser radiantes como el sol de mediodía. Corrió a bajarla de la montura dejando que se deslizara con suavidad entre sus manos. Le quitó el sombrero sonriendo y le dió un beso en la mejilla a modo de saludo.
- Lo siento si te hice enojar, quería darte una sorpresa.
La expresión de la chica era una mezcla de enojo y alegría, emoción que se acrecentó cuando el hombre de su corazón se se apartó para que viera lo que le estaba guardando. En la roca de al lado había un enorme ramos de flores con rosas rojas y margaritas blancas:
- Adela Iguarán ¿Quieres ser mi novia?- dijo él entregando el ramo.
El mundo le dio vueltas, las imágenes empezaron a pasar en cámara rápida por su cabeza: la primera vez que se vieron fue junto al río, la primera vez que expresó sus sentimientos por ella fue junto al río y hasta su primer beso fue en ese lugar.
Ahora, ya no había impedimentos para que él la abrazara o besara, y aun así se tomó la molestia de colocarle una cita en medio del más hermoso paisaje natural que ella hubiese visto para pedirle con la formalidad de un caballero que fuera su novia.
El corazón se le convirtió en un montón de líquido latiente, los ojos le brillaban por lo romántico del gesto y de un salto se le colgó de los hombros diciéndole: “sí, quiero se tu novia”, depositando un beso que él profundizó sin problemas entregándose por completo. No la bajó en lo que pareció una pausa del tiempo y del espacio y solo el otro existía.