Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 36

Germinia llegó a El Refugio: la casa de la entrada se notaba en estado de deterioro, las paredes con la pintura desconchada, la madera de las ventanas y las puertas agrietadas con el paso leve de una pintura marrón desdibujada gracias a la acción de la lluvia y el sol.

Estacionó el Jeep en la entrada de la hacienda. Caminó hasta la casa sin dejar de examinar con ojo clínico cada detalle al pasar; los jardines llenos de monte, la tierra agrietada. Llamó a la puerta un par de veces, nadie le abrió de manera que ingresó sin permiso ni invitación. Ya adentro se notaba la casa aseada aunque las cosas se presentaban viejas y desvanecidas por el paso de los años y la falta de uso. Salió a los terrenos de cultivo donde encontró a un Jerónimo armado de pico y pala contra la maleza que se enmarañaba en las plantas de tomate, ají, pimientos y cebollín. Cultivos propios del consumo diario.

- Buenos días Jerónimo.

- Buenos días mi niña- dijo gratamente sorprendido y corrió a abrazarla- qué gusto verte en estas tierras olvidadas.

- No todos olvidamos- devolviéndole un fuerte abrazo.

- Vamos adentro para hacerte de comer y me cuentas qué te trae por acá.

Jerónimo conocía a Germinia desde niña, fue más que un hermano para su padre. Luego de la masacre en la que fallecieron los padres de ella, donde el hombre y su esposa perdieron a su único hijo, decidieron abandonar el pueblo debido a que la nostalgia les estaba consumiendo el alma. Al enviudar regresó con la esperanza de encontrar en ella y Aleida una familia, con la sorpresa del asesinato. Decidido a marcharse lejos de la zona le comentó los planes de irse a la ciudad como cualquiera de los desplazados que migraban a probar suerte. 

Germinia conocía las historias de muchas personas que pasaron de la incertidumbre en el campo a la miseria en la ciudad, por lo cual le propuso encargarse de cuidar de El Refugio, donde podría vivir y comer de lo que la tierra le produjera y, siempre y cuando ella pudiera, le enviaría dinero. Pacto que cumplió a cabalidad durante años.

Las visitas no eran frecuentes entre ellos, pero el afecto permanecía intacto, la familia y la muerte los hermanaban.

- Ahora si, cuentame de tu vida en Los Laureles, de Julian y de Mario.

- Mi vida ahora está en incertidumbres- la voz de la mujer era triste- las cosas con Julian no andan bien.

- Si quieres voy y lo siento en una reprimenda para que de una vez por todas aprenda a valorar lo que tiene.- la hizo sonreír.

- Ya quisiera verlo recibiendo nalgadas como niño testarudo. 

Ese anciano no tuvo necesidad de esperar a que su sobrina por amistad le contara lo que sentía por el cuñado, él se dió cuenta de todo, hasta de los sentimientos del hombre que aceptó sin titubeos la propuesta que ella hizo de darle el cuidado de esas tierras sobre las que Julian no tenía derecho directo según el testamento del difunto señor Santoya, pues habían sido dadas a otra persona, junto a unos recursos económicos,  siempre y cuando se cumplieran unos términos expuestos en el testamento que solo conocían Germinia y su esposo tikuna.

- Jeronimo creo que ya  es tiempo. Estas tierras deben entregarse a quien pertenece. Me aseguraré de que continúes aquí como mayordomo cuando llegue el momento.

- Que se haga conforme se debe. A mi nada me ata, lo que la vida me dió ya hace mucho que me lo quitó, mi niña, no te preocupes si debes decirme que parta a otra parte. Si ya es tiempo que se cumpla con la voluntad del difunto, que así sea.

- No te preocupes, estoy completamente segura de que aquí serás bien recibido. Solo quería decirte primero que procedería, antes de ejecutar los términos del testamento. Julian está tomando algunas decisiones y espero encauzar las cosas antes de que todo sea definitivo.

Después de desayunar, el anciano la ayudó a bajar los sacos con comida que ella trajo consigo en el auto, pasado el mediodía se despidieron con un abrazo. 

Por su parte Julian se enfrentaba al proceso de validación de las pruebas recolectadas ante la fiscalía. Los abogados defensores eran reconocidos por su habilidad para encontrar huecos en las leyes de tal manera que sus clientes generalmente pagaban fianzas o pocos años de casa por cárcel, y si de algo estaba completamente seguro Julia era que Maria no debía obtener ninguno de esos beneficios. 

Durante la semana estuvo intentando comunicarse con su Mina y esta  no le contestaba al teléfono. Solo le enviaba las fotos de las facturas o los documentos de las transacciones en pdf por correo siempre  y cuando fuera necesario. Le estresaba saber que ella aun no lo perdonaba y que parte de su perdón solo se podría alcanzar si se redimía con una buena condena para esa mujer. Aunque su papel no iría más allá de las pruebas y del testimonio acerca de lo ocurrido en la caballa de Adela.

Por otro lado, estaba Mario, eran demasiadas cosas que aclarar con él.

 




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