Dos años después
Mi vida dio un vuelco después de lo que sucedió aquella tarde en el invernadero. A pesar de que el hombre que abusó de mí, fue a la cárcel y su familia decidió irse del pueblo, porque no soportaban las acusaciones y señalamientos de todos los habitantes; la realidad, es que ya nada volvería a ser igual.
Tuve que acostumbrarme a vivir con ello. Aceptar que aquel ataco me dejó marcada para toda la vida. Abandono mis pensamientos y me centro en la conversación que tengo con mi mejor amiga Crista.
―No creo que debas aceptar su invitación, Clarisa ―aparta su mirada del lienzo y la fija sobre mí―, su súbita aparición me da mala espina. Hace mucho tiempo que ustedes terminaron una relación que ni siquiera existió, así que no entiendo qué es lo que está buscando.
Cojo el cojín que hay sobre el mueble y lo envuelvo con mis brazos.
―Hace casi dos años que no sé de él ―le aclaro como si aquella fuera la excusa perfecta para librarme de la mirada recriminatoria que me está dando―, pensé que nunca más lo vería. Pero me rogó para que habláramos ―me encojo de hombros con desinterés―, le dije que dejáramos las cosas tal como estaban, pero insistió ―inhalo una bocanada profunda de aire―. Lo conozco y sé que, si no lo hago, no me dejará en paz hasta que acepte.
Introduce el pincel en el recipiente con agua para aclararlo y lo seca con el trapo que descansa sobre sus piernas. Se limpia las manos y se levanta de la silla.
―Entonces, ¿qué es lo que busca contigo?
Se sienta a mi lado.
―No sé ―niego con la cabeza―, pero suplicó por una oportunidad para aclarar las cosas. La verdad es que no tengo ningún interés en esclarecer nada con él.
Lo cierto es que después de que fui agredida no soporto que ningún hombre me toque. Eso lo enfureció, así que aproveché la coyuntura para terminar nuestra relación. Nunca sentí nada por Agustín, así que no tenía ningún sentido que siguiera con él
―Hay algo chueco detrás de todo esto ―realiza un ademán con su nariz que me causa mucha gracia―. Te aconsejo que lo llames y canceles esa cita.
Ruedo los ojos y suelto un bufido de fastidio. Arrojo el almohadón y me levanto del mueble. Me dirijo hacia la mesa en la que tiene todos los materiales para pintar sus cuadros.
―No es una cita, Crista ―toco con mis dedos cada uno de los tubos de oleo que están organizados dentro del estuche de madera que está sobre la mesa y en el que también hay disolventes y otros materiales más―, no inventes historias donde no las hay ―cojo un pincel y acaricio sus cerdas―. Tú mejor que nadie sabe que lo nuestro fue un error ―giro la cabeza y la miro por encima del hombro―. Tomaremos un café, después quizás nunca más volvamos a vernos.
Aparta los rizos dorados de su cara y resopla molesta.
―Sigo insistiendo en que no deberías ir, pero es tu decisión ―la conozco, no se detendrá hasta convencerme―. Ese hombre te engaño, Clarisa, mientras estuvo contigo también salía con otras ―es cierto, no puedo rebatir lo que dice―. Algo me dice que busca algo más.
Me siento de nuevo a su lado y pongo mi cabeza sobre sus piernas.
―No quiero volverlo a ver y tampoco deseo que vuelva a molestarme ―le digo decidida―, si lo enfrento, te aseguro que será la última vez que sepamos algo de él. Es la única razón por la que voy a aceptar verme con ese hombre.
***
―Gracias, por haber aceptado, Clarisa.
Me dice Agustín, al verme llegar. Me aparta la silla para que me siente.
―Hola.
Respondo en tono seco.
―Te ves hermosa, cariño.
¿Cariño? Escucharlo hablarme de aquella manera me revuelve el estómago. Intenta tocarme la mano, pero la aparto antes de que llegue a hacerlo. Hace un gesto de enojo, pero lo desaparece tan rápido que, de no ser porque lo noté a tiempo; habría pensado que era producto de mi imaginación.
―Vine, porque insististe, Agustín ―le aclaro antes de que iniciemos cualquier conversación―. ¿Me gustaría saber qué es lo que necesitas?
Voy directo al grano. Ahora que estoy aquí me arrepiento de no haberle hecho caso a mi amiga. Me siento incómoda por su forma de mirarme.
―Quería pedirte disculpas ―¿Disculpas? ¿Después de dos años? Ese sí que es el mejor chiste que escuché en toda mi vida―. No fui bueno contigo cuando éramos novios, debí apoyarte cuando ese tipo abusó de ti en lugar de culparte por ello.
¿Qué diablos dice? ¿Por qué razón trae a colocación aquel tema?
―No me interesan tus disculpas Agustín, ni hablar sobre un pasado que quedó sepultado bajo tierra ―le indico molesta―. Si es todo lo que querías, déjame decirte que acabas de perder tu tiempo conmigo. Tus disculpas no significan nada para mí.
Abro la cartera y saco un par de billetes para cancelar el café que está servido en la mesa. Los dejo sobre la mesa antes de ponerme de pie.
―Pero, ¿qué te estás creyendo, perra? ―escupe con desprecio―. Siempre te has creído la gran cosa, te negaste a acostarte conmigo para que ese viejo asqueroso de tu vecino terminara follándote ―ríe de manera cínica mientras me repasa de arriba abajo como si no valiera nada―, un maldito viejo con el pito flácido.