―¿Dónde está mi hija, Crista, porque no me la traen?
Estoy muy preocupada. Algo extraño está pasando. Puedo presentirlo, mi corazón está bombeando demasiado rápido.
―No, lo sé, Clarisa, pero ahora mismo voy a averiguarlo.
Sale de la habitación, pero no me puedo quedar tranquila hasta que ella regrese. Bajo de la cama adolorida y me dirijo al retén de niños. Por fortuna la abuela, se fue a descansar después de conocer a su nieta. Ha estado algo enferma y no quiero que se agote más de la cuenta.
Atravieso los pasillos y me apoyo en las paredes para no desmayarme. El parto fue difícil, así que quedé exhausta. Llego al final del pasillo y cruzo a la derecha para dirigirme al retén.
Hay un alboroto armado. Mi cuerpo entre en tensión. Siento que mis pulmones colapsan debido a lo agitada que se ha puesto mi respiración de un momento a otro y las palpitaciones de mi corazón han triplicado su ritmo.
No, no, no. Comienzo a negar al escuchar los gritos histéricos de mi amiga. Esto no es verdad, no tiene nada que ver conmigo. Con piernas temblorosas y casi sin aliento me acerco a ella.
―¿Crista? ―mi voz se escucha con un débil susurro―. ¿Dónde está, Zoe?
Sus rosto está lleno de lágrimas. Baja la mirada al piso y suelto un lamento.
―¡¿Alguien puede decirme dónde está mi hija?! ―esta vez uso todo el aire que queda en mis pulmones para gritar con todas mis fuerzas―. ¡Quiero a mi hija! ―entro al retén y comienzo a buscarla con desesperación en cada una de las cunitas―. ¿Zoe, dónde estás, mi cielo? ―mis piernas comienzan a fallar―, quero oírte llorar por favor, deja que mami se guíe por tu llanto.
Todo queda en silencio repentinamente en el instante en que encuentro una cuna vacía con su nombre.
―Clarisa…
Escucho mi nombre, pero mi atención está centrada en la cunita que lleva su nombre. Todo comienza a dar vueltas a mi alrededor, caigo de rodillas al piso en el instante en que suelto un grito desgarrador.
―¡Zoeeee!
Hace tres meses perdí a mi pequeña hija. Un ser ruin y despreciable se la llevó del retén de niños sanos al que la llevaron después de darla a luz. Se enteraron de su secuestro cuando la fueron a buscar para llevarla a mi habitación. Fue un gran shock para mí y, hasta el día de hoy, no he podido recuperarme de su pérdida.
Sigo buscando a mi pequeña, a la que tuve en mis brazos por tan solo unos minutos y a la que amé con todo mi corazón; pero a medida que el tiempo pasa, las posibilidades de encontrarla van disminuyendo. Los únicos recuerdos que conservo de mi hija, son el video y las fotos que, Crista, nos tomó cuando se amamantaba de mi pecho.
Ya no sé qué más hacer. La única opción que me queda es hablar con su padre, confesarle la verdad y pedirle que me ayude a encontrarla.
―Abuela, tengo que salir ―le digo al recoger mi cartera de la mesa. Haré lo que sea para encontrar a mi pequeña―. Hay algo importante que debo hacer.
Mi abuela tampoco ha podido vivir en paz desde que supo de la desaparición de su nieta. Le pide a Dios todos los días para que la traigan de vuelta. Vive la agonía de verme despertar a cada noche llorando y gritando por mi hija. Ha sido duro para nosotras desde que sucedió la peor de mis pesadillas.
―¿Irás a hablar con los investigadoras? ―pregunta ilusionada―, quiero saber si saben algo de mi nietecita.
Asiento en respuesta. Me duele mentirle, pero si le digo que iré a pedirle ayuda al padre de mi hija, entonces hará preguntas que no estoy dispuesta a responder.
―Sí, abuela ―me aproximo y a beso en la frente―, te lo contaré todo en cuanto vuelva.
Salgo de la casa esperanzada y segura que una vez que le confiese la verdad a Dexter Parker, moverá cielo y tierra para encontrar a nuestra hija, Zoe.
***
Gimo adolorida, no entiendo por qué razón me duele todo el cuerpo. Levanto la mano para frotarme las sienes, pero siento algo conectado a mi brazo y un extraño pitido muy cerca.
―¡Oh, por Dios! ¡Hija mía! Al fin reaccionaste ―¿por qué la abuela está llorando? Abro los ojos, pero la luz de la lámpara encandila mis ojos―. No te esfuerces, cariño, voy a llamar al doctor.
¿Doctor? Logro abrir los ojos y lo que veo me llena de terror. ¿Qué hago en este lugar?
―Tranquila, Clarisa, no te alteres ―me indica Crista, entre sollozos―. Todo estará bien.
¿Qué es lo qué está pasando? Tengo la garganta seca y me duele todo el cuerpo. Observo alrededor y descubro que estoy recluida en un hospital. Los latidos de mi corazón se disparan.
―¿Qué me pasó, Crista?
En ese instante se abre a puerta.
―Señorita Jones, soy el doctor Martín Morrison ―lo miro con preocupación―. Tuvo un accidente automovilístico, por fortuna pasaba cerca y pude auxiliar a los heridos. Entre ellos estaba usted, ¿lo recuerda? ―niego con la cabeza―. Su corazón se detuvo, pero gracias a mi intervención inmediata, pude salvarle la vida.