El señor Kilmor me extendió el papel que tenía en la mano para mostrarme su contenido, pero sin entregármelo.
La cabeza me daba vueltas de tal forma que fui incapaz de leer nada, las palabras eran un borrón indescifrable ante mí. Lo único de lo que tuve certeza era de que la firma estampada al final de la misiva era la del abuelo Teo.
Kilmor decía la verdad, la carta en su poder pertenecía a mi abuelo, pero, ¿y su contenido? No podía concebir que mi familia fuera capaz de comprometerme a un completo desconocido sin siquiera tener la atención de informármelo. Debía tratarse de un error.
—Así que es verdad, están prometidos. ¿Cuándo será la boda? —preguntó Nancy inclinándose al frente para mirar la carta sobre mi hombro.
Rechiné los dientes al escuchar su voz, había olvidado por completo que estaba aquí atestiguando este confuso e inconveniente momento.
El señor Kilmor dobló el papel en el acto para impedirle leer y le lanzó una mirada de desprecio.
—Eso es lo que yo quisiera saber —dijo en mi dirección, ignorando la presencia de Nancy. Él estaba hablando conmigo, ella no podía interesarle menos y Kilmor no tenía reparo en demostrárselo. No era un hombre de modos cordiales, eso saltaba a la vista—. Traté de reunirme con Teodoro para que me informara la fecha, pero se rehusó a recibirme.
—Está muy enfermo, no está recibiendo a nadie —lo justifiqué con la boca seca y el corazón en la garganta.
—Vaya excusa de faltón es esa. Todos me aseguraron que Teodoro Schubert era un hombre de palabra, que podía fiarme de él, pero resulta que llego después de un viaje tan largo y él no me recibe. Peor aún, ni siquiera tuvo el buen tino de avisarle a la novia del compromiso, cuando la boda debía celebrarse en estos días. ¡Qué caradura! Me siento timado. Schubert resultó no ser tan honorable después de todo.
—Nada de eso, señor Kilmor, mi abuelo es el hombre más honrado que jamás tendrá el honor de conocer. Si él le dio su palabra, entonces…
Dejé la frase sin concluir, ¿qué narices estaba haciendo? En mi afán por defender el buen nombre del abuelo estaba a punto de afirmarle que se cumpliría el acuerdo entre ellos. ¡Vaya desatino! Lo que estaba en juego era mi futuro, debía ser muy cuidadosa con cada una de mis palabras. Cerré la boca, temiendo decir algo que complicara más la situación.
—¿Entonces qué? Acaba lo que ibas a decir. ¿Celebraremos la boda? Más les vale porque el cargamento con la dote está en camino y no soy la clase de hombre al que le puedan ver la cara —dijo en tono amenazante.
—¿Dote? —repetí atónita.
—Sí, eso que da el novio a la familia de la novia a cambio de quedársela. ¿Es un concepto novedoso para ti? —preguntó con ácida burla.
—Sé lo que es la dote —me defendí.
—Por un segundo parecía que no.
Resoplé irritada.
—Lo que no comprendo es por qué a mi abuelo le interesaría una dote. Nuestra situación es más que desahogada.
—Eso lo desconozco, yo solo sé qué pidió Teodoro a cambio de entregarte y puedo decirte que fue una cantidad tan considerable que los dragones no pudieron con el peso. Tuvimos que enviarlo en carretas por tierra. Por eso yo llegué antes. Sin embargo, te garantizo que la dote viene en camino y que estará aquí para cuando sea el casamiento, tal como tu abuelo lo exigió —me explicó.
—Debe tratarse de un malentendido. Quédese con su dinero, señor, mi familia no lo necesita —argumenté con voz trémula a causa de los nervios.
—Me parece que no eres la persona que debe determinar eso. ¿Le llevas las cuentas a tu familia?
—Pues no, pero…
—Entonces no sabes si lo necesitan o no. Apuesto a que tus mayores no te compartirían si estuvieran atravesando por problemas financieros, ¿o me equivoco? Tu abuelo perfectamente pudo buscarme para salvar la situación de la familia y tú no te habrías enterado. Claro que, sigo pensando que al menos debía haberte informado de la boda. Que no lo haya hecho habla muy mal de él.
Tragué saliva, sin poderme creer que estuviera hablando de casamientos y dotes con un perfecto extraño. El señor Kilmor tenía razón al decir que yo desconocía cuál era el estado de nuestra fortuna familiar, yo solo asumía que estábamos bien porque nada nos faltaba, pero ¿y si no era así?
Volví a mirar al señor Kilmor y me di cuenta de que la situación me sobrepasaba, no sabía cómo manejarla.
—Disculpe —dije dándome la media vuelta y salí disparada buscando a mamá.
Oleadas de pánico impulsaban mis pies mientras cruzaba el salón, me sentía como cuando era pequeña e iba al cuarto de mis padres en las noches de tormenta, aterrada por los truenos que caían del cielo.
Mamá se encontraba de pie cerca de la mesa de los refrigerios; por su expresión, supe que ella me estaba buscando también.
—¡Ahí estás! —exclamó al verme—. No vas a creer lo que me dijeron, uno de los Dranbers anda diciendo…
—Que va a casarse conmigo —terminé por ella, tomando sus manos—. Lo sé, mamá, acabo de hablar con él. Tiene una carta del abuelo, él le prometió mi mano a cambio de una dote muy grande. Oh, y es un hombre terrible, áspero y de modos groseros. No me agradó ni un poquito, ¿cómo el abuelo pudo hacerme esto? Ni siquiera se tomó la molestia de preguntarme qué pensaba.