Papá iba de un lado al otro de la estancia echando humo por las orejas. No se podía estar en paz. Llevaba así desde anoche que le contamos del encuentro con Maxius Kilmor. Era una mezcla de furia por la desfachatez de Kilmor al anunciarse por todas partes como mi prometido e indignación contra el abuelo por haber prometido a su única hija a sus espaldas.
Aunque era un alivio saber que papá no estaba involucrado en este asunto del compromiso, también significaba que seguíamos a ciegas. Absolutamente nadie de la familia tenía conocimiento de los tratos entre el abuelo y Kilmor; así que, hasta que el abuelo Teo no diera explicaciones, seguiríamos sumidos en la incertidumbre.
La abuela entró a la estancia, tan modesta como siempre, y cerró la puerta muy despacio, no queriendo azotarla.
—¿Ya despertó? —preguntó Ingmar sentado al lado de su madre en actitud ansiosa.
Tan pronto como salió el sol, papá mandó noticia de lo ocurrido al resto de la familia. Ahora todos estaban al tanto, igual de confundidos e intrigados que nosotros.
—No, sigue sin volver en sí. Les digo que anoche tuvo mucha fiebre, lo pasó mal. Calculo que pasarán algunas horas más para que esté en condiciones de explicar nada —nos informó la abuela con cara de disculpa.
—Rayos, no puede ser —se quejó papá entre dientes.
—Tranquilo, mi amor, nada ganamos con desesperar —dijo mamá tratando de sonar lo más serena posible, aunque yo sabía que estaba igual de molesta que él.
—Estoy convencida de que ese Dranber miente —opinó la tía Colette con su usual aire ligero—. Los matrimonios arreglados son un asunto muy feo, no imagino al señor Teodoro forzando a su adorada Jackie a vivir una cosa de esas.
Ingmar y su hermano Ansel asintieron con énfasis para apoyar lo dicho por su madre.
—Concuerdo, el señor Teodoro no es esa clase de persona —dijo mamá—. Todo este asunto está muy fuera de la norma.
—Claro, el abuelo siempre nos insiste en que hay que hacer lo correcto, ¿cómo podría entonces actuar a espaldas de todos? Eso no sería correcto —opinó Ingmar.
—¿Tu difieres? —inquirió papá y, al seguir la dirección de su mirada, vimos que se refería a la abuela, quien estaba con el rostro clavado al suelo y estrechaba sus manos entre sí con nerviosismo.
—Pues… —La inseguridad en su tono me contrajo las entrañas, ella era quien mejor conocía a Teodoro Schubert, ¿por qué no se apresuraba a afirmar que todo era un malentendido como el resto de nosotros?—. Deben entender que Teodoro no considera incorrecta esta clase de compromisos. Para él es lo normal. Así fue como concertó nuestro matrimonio. Teodoro pactó la boda con mi propio abuelo sin que yo tuviera voz en el asunto.
Tragué saliva, enterrando los dedos en el acolchado del sillón.
—Pero en algún momento debió interesarse en lo que usted opinaba, ¿o no? —dijo Colette—. No me diga que la llevaron obligada ante el oficiante de bodas.
—Mi esposo es un hombre excelentísimo en muchos aspectos, pero también es cierto que tiene ideas muy rígidas y anticuadas. Una de ellas respecto al matrimonio. Para él, la opinión de la mujer no es tan relevante, siempre y cuando el enlace vea por sus mejores intereses —explicó la abuela Ginebra sin vernos a la cara, como sintiendo vergüenza por la mentalidad de su marido—. La realidad es que no sé si Teodoro acordó o no este matrimonio, lo único que digo es que tampoco sería imposible pensar que lo hizo.
—¿Cómo no nos habíamos dado cuenta de que el señor Teodoro pensaba así? —preguntó mamá estupefacta.
—Porque hasta ahora jamás había tenido la oportunidad de poner sus creencias en práctica. Él solo tuvo varones… Jackie es la única mujer en toda su descendencia —concluyó Ansel mirándome con ojos abiertos de par en par.
La abuela asintió despacio, dándole la razón.
—Aun si es así como piensa, debió decirme algo. Yo soy el padre de Jackie, no él —protestó papá con el rostro enrojecido—. Él está demasiado acostumbrado a que todos hagamos su voluntad y aunque lo respeto como mi padre y una figura de autoridad, no puedo permitir este atropello. Estamos hablando de la vida de mi hija, no puede esperar que la entregue a un extraño. Además, ¿de cuándo acá está a la búsqueda de una dote jugosa? Como si tuviéramos necesidad de cualquier cosa, la fortuna familiar nos dará para generaciones.
—En eso te doy la absoluta razón, Siegfried. Tu padre debió preguntarte tu opinión al respecto y me parece insólito que no lo haya hecho —concedió la abuela—. Pero, por favor, no te exaltes. Esperemos a que él despierte y nos explique sus motivos.
Papá se dejó caer pesadamente en el sillón con los brazos cruzados.
Yo me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar y haciendo mi mejor esfuerzo por no perder los estribos. El señor Kilmor llegaría al mediodía demandando respuestas, ¿qué pasaría entonces? Papá ahorita estaba muy resuelto a no entregarme en matrimonio, pero ¿y si el abuelo lo hacía cambiar de opinión? Conocía demasiado bien a la familia como para saber que la palabra del abuelo era la ley entre nosotros; tanto así que, el año pasado que mi hermano tuvo un disgusto con el abuelo, la familia entera le dio la espalda a Jon, incluidos mis padres, a pesar de que la situación les dolía, y no restablecieron las relaciones hasta que Jon y el abuelo hicieron las paces. Si el abuelo estaba determinado a verme casada, así sería.