Al bajar para el desayuno me encontré con que nuestro recibidor estaba lleno de arreglos de flores y canastas. Mientras contemplaba la escena desde el último peldaño de la escalera, papá salió de su despacho con dirección al comedor y me dedicó un esplendoroso buenos días.
—¿Qué es todo esto? —pregunté señalando los arreglos.
La mirada de papá siguió la dirección de mi mano, su semblante perdió un poco de brillo.
—Son para ti —dijo casi apenado—. Felicitaciones y buenos deseos de la gente por tu “compromiso”.
Dejé caer los hombros como si me hubiesen drenado de toda energía.
—Oh, no puede ser, ¿es que acaso ya todo el mundo se enteró? ¡Qué desastre! Y ahora tendremos que desmentirlos —me lamenté llevando mis manos a mi rostro.
Cómo odiaba ser el blanco de los chismorreos de la gente y ya podía imaginar lo que todos iban a decir: Mira nada más, el segundo compromiso fallido de Jaqueline, algo terriblemente mal debe haber con ella que los prometidos la dejan…
—Tranquila, hija. No nos adelantemos. Un paso a la vez, cuando sea momento de desmentir lo afirmado por el señor Kilmor, ya nos encargaremos de ello. Sé que ayer estaba muy alterado, pero tras meditarlo con la almohada, me di cuenta que no vale la pena. Nada ganaremos perdiendo la cabeza, así que mantengámonos serenos y actuemos con prudencia —me recomendó papá tratando de contagiarme un poco de su renovado buen ánimo.
—Pero, papá, esto es peor que el compromiso con Connor. El señor Kilmor se encargó de hacerlo público.
Alguien llamó a la puerta, el mayordomo pareció salir de la nada a atender. Se trataba de un mensajero que le entregó una carta. No bien hubo leído el nombre del destinatario, el mayordomo me tendió el sobre.
—Para usted, señorita.
Le agradecí con una inclinación de cabeza y abrí la carta. Papá se quedó a mi lado, aguardando a que leyera.
—Esto se pone peor —suspiré apesadumbrada—. Es la abuela Isidora, se enteró del supuesto compromiso y está furiosa de que no le hayamos avisado. Dice que vendrá en la tarde para que apruebe uno de sus bocetos y que más me vale tener una muy buena justificación que darle para haberla mantenido a raya de tan feliz evento.
—¿Bocetos? —preguntó papá enarcando las cejas.
—La abuela Isidora comenzó a diseñar distintos vestidos de novia para mí desde que era una niña. Lleva años reservando esas opciones para cuando llegue el día —le expliqué.
Mi abuela materna era la diseñadora de vestidos más celebre del reino, todas las damas de la alta sociedad se peleaban por vestir sus creaciones. Sabía que para mi vestido de novia estaba guardando sus diseños más especiales. Para pesar de ella, ese día aún no llegaba, al menos eso esperaba yo.
—No te apures, tu abuela comprenderá en cuanto le expliques el malentendido.
—Aún no sabemos si es un malentendido, falta que el abuelo Teo vuelva en sí —puntualicé con pesimismo.
—Y nada ganaremos amargándonos hasta que llegue ese momento. Por ahora, disfrutemos el desayuno —dijo invitándome a seguirlo al comedor.
Asentí y eché a andar tras él, a pesar de que me sabía incapaz de probar bocado. Tenía el estómago cerrado por los nervios.
Mientras desayunábamos o, más bien, mis padres desayunaban y yo fingía que lo hacía, llegó otra carta para mí. Esta era de Amanda.
No sé qué son estas habladurías de tu compromiso con el extranjero, pero te advierto que no te librarás de tu deber. Tienes una semana para enviar las invitaciones para la fiesta que darás en mi honor y más te vale invitar a la familia real. No juegues conmigo o todo el mundo sabrá lo que hiciste…
—¿Algo interesante? —preguntó mamá mirándome con atención.
Doblé el papel y discretamente lo escondí bajo mi plato.
—Más felicitaciones por mi compromiso con el señor Kilmor —mentí.
—No te agobies, hijita. Pronto esto quedará aclarado —me alentó papá—. Es más, ¿qué les parece si partimos de una vez? Con suerte, mi padre ya habrá vuelto en sí y podrá decirnos qué está sucediendo.
☆☆☆
Pensé que tendríamos oportunidad de hablar con el abuelo antes de reunirnos con el señor Kilmor. Sin embargo, al llegar, resultó que él ya estaba ahí, tan impaciente como nosotros por obtener respuestas.
Tenerlo de nuevo cerca me provocó un cosquilleo extraño en el estómago. Cada que lo veía, Kilmor parecía crecer de menos un par de centímetros y la cicatriz que cruzaba su mejilla se volvía más amenazante, aunque no sabía explicar por qué.
La abuela no tardó en bajar al recibidor para anunciarnos que el abuelo ya estaba en condiciones de vernos. Al escucharla experimenté una contradictoria mezcla de alivio y aprensión. Al fin todo se iba a aclarar, pero al mismo tiempo… al fin todo se iba a aclarar. La explicación del abuelo no necesariamente significaba algo bueno para mí. Si resultaba que él sí había acordado el matrimonio con Kilmor, mi familia insistiría en honrar el trato y yo terminaría haciéndolo porque era incapaz de hacer nada que los contradijera. Yo era una buena chica, una hija obediente, una nieta dócil. La rebeldía no estaba en mi sangre. Si ellos querían que me casara con Kilmor, yo lo haría y me volvería una esposa sumisa para él. Una mujercita que acataba lo que otros le decían; eso era todo lo que sabía ser, jamás había sido otra cosa.