La casa de los abuelos era un gallinero, jamás había visto tal movimiento. Gente que entraba y salía, muebles que eran transportados a los jardines, sirvientes que subían y bajaban frenéticos. Solo teníamos unos días para organizar el casamiento, cada minuto contaba y la familia se estaba asegurando de que el poco tiempo con el que contábamos fuera aprovechado al máximo.
—Jaqueline, ¿qué clase de flores prefieres: rosas o tulipanes? —preguntó la señora Russo colocando ante mí dos ramos distintos.
Para ayudarnos con la empresa, la abuela había mandado llamar a la artillería pesada o, como mejor se les conocía: las esposas de los caballeros. Sus amigas de toda la vida, damas distinguidas del reino de la más alta posición. Ellas estaban más que habituadas a ofrecer espléndidas fiestas para la elite, así que contar con su apoyo garantizaba que todo fuera sobre ruedas.
—Tulipanes.
La señora Russo asintió y se dio la media vuelta para salir de la estancia. En una esquina, las señoras Durand y Columbo discutían sobre el color de la mantelería.
—No me creo que vayas a casarte. Es todo tan repentino —comentó Rebecca, nieta de la señora Russo y mi amiga más querida.
—No podía quedarme por siempre como la tercera en discordia entre tú y Connor —bromeé con ligereza en tanto que le pasaba otra de las invitaciones para que la metiera a su sobre.
—Hablo en serio. Voy a extrañarte un montón cuando te vayas. ¿Es que acaso no te podías enamorar de algún chico local?
Esbocé una media sonrisa, el amor nada tenía que ver aquí.
—Yo también te echaré de menos. Va a ser duro abandonar Encenard.
—Quisiera estar molesta contigo por dejarme, jamás he tenido una amiga tan buena como tú, pero comprendo por qué quieres irte.
—No soporto la idea de ser la comidilla del reino de nuevo —dije, puesto que ya le había explicado eso mismo esta mañana.
—Me refiero a tus verdaderos motivos, Jackie.
Enderecé la espalda, alarmada. Entre Rebecca y yo no había secretos, al menos no hasta la noche en casa de los Muller, pero ese espantoso hecho ni a ella se lo había confiado. ¿A qué se refería con que conocía mis verdaderos motivos?
—¿De qué estás hablando? —inquirí.
—Oh, vamos, Jackie, te conozco bien. No necesitas fingir. Sé que te vas para ser libre. La rigidez de tu familia lleva mucho tiempo asfixiándote, viste una oportunidad para librarte de sus normas y su búsqueda incesante de perfección y decidiste tomarla. No te juzgo, al contrario, te entiendo. Solo espero que el señor Kilmor pueda darte la libertad que tan desesperadamente necesitas.
Me le quedé mirando unos instantes, entre tanta agitación no me había detenido a pensar en lo que irme representaría para mí. Hasta ahora solo estaba considerando el beneficio que significaría para la familia llevarme mi secreto lejos y que iba a ahorrarme las murmuraciones de la buena sociedad, pero lo que decía Rebecca era un beneficio meramente personal, algo que solo yo gozaría.
Llevaba años cansada de vivir bajo las normas inquebrantables de los Schubert y ahora estaba a días de dejar esa parte de mi vida atrás. Pronto se acabaría la presión de ser perfecta, pero, ¿qué vendría después? Tampoco podía cantar victoria porque nada conocía de los Kilmor y sus maneras. Lo único que me quedaba era desear no estar cambiando algo duro por algo aún peor.
—Ah, ya veo, aquí es el comité de las invitaciones —dijo la señora Violeta Muller en tono amigable desde la puerta y luego caminó para tomar asiento junto a nosotras—. ¿Estás emocionada, Jackie? Apuesto a que sí, yo no podía conmigo misma antes de casarme con mi Rodric. Contaba los minutos para la boda.
—Sí, lo estoy —dije, no porque fuera cierto, sino porque era lo que se esperaba que dijera.
—¿Dónde está Isidora? Me sorprende que tu abuela materna no esté aquí ayudando con la organización.
—Está trabajando en el vestido de novia, anoche se quedó hasta tarde conmigo para elegir el diseño que usaré ese día —le expliqué.
—Seguro que va a quedar precioso —comentó Rebecca con una media sonrisa.
La señora Muller miró hacia la entrada para comprobar que estuviéramos solas, gesto que indicaba que iba a comenzar con su tan amado cotilleo. En un reino lleno de gente chismosa, Violeta Muller se llevaba el primer lugar de manera indiscutible.
—¿Quieren que les cuente algo escandaloso? Anoche detuvieron a Edgar Kloss por disturbios en un mesón. Al parecer, estaba tan bebido que no coordinaba ni sus movimientos. No es la primera vez que lo detienen por faltas similares, así que esta vez no lo dejarán en libertad tan fácil. A su familia le va a costar trabajo sacarlo y ya me imagino que se van a esconder un buen rato en lo que pasan los rumores. Llevan una racha de siempre estar en boca de todos…
—Pobre familia —se lamentó Rebecca.
Aunque por principio me oponía a regodearme de la desgracia ajena, fue inevitable que suspirara aliviada ante la noticia. Con su hermano detenido, los Kloss iban a estar demasiado ajetreados como para que Amanda perdiera su tiempo conmigo. Eso significaba que podría tener mi boda sin temer que Amanda hiciera algo que estropeara mis planes. Podía respirar tranquila de aquí a que acabara la semana. Bueno, al menos en lo que concernía a Amanda.