Tras la cena, Jon y papá se ofrecieron a mostrarle a Trenton al nuevo semental, mientras que mamá y Ofelia subieron para verificar que mis sobrinitas siguieran dormidas. Eso nos dejó a mí y a Maxius solos en la sala.
Tomé asiento en la silla más alejada de él, estaba abatida y con deseos de pedirle que se marchara, pero no quería ser grosera.
—¿Ya empacaste tus pertenencias? Deseo que partamos para Dranberg el día posterior al casamiento, ya no puedo seguir fuera de casa, mis obligaciones demandan mi presencia —dijo, tomando asiento de modo que solo pudiera verle el perfil izquierdo.
Se me contrajo el estómago, si bien irme era lo que necesitaba, no por ello dejaba de doler.
—Sí, he ido haciendo mis baúles en la semana —contesté sin mirarlo.
La sala quedó de nuevo en silencio, lo único que se escuchaba era a la servidumbre recogiendo la mesa en la estancia contigua.
—¿Para esto me querías aquí? No dices nada —se quejó Kilmor en voz de ladrido.
—¿A qué se refiere? —pregunté sobresaltada.
—Dijiste que querías que te visitara, ¿no? Pues aquí estoy, di algo.
Abrí la boca con incredulidad.
—Entonces sí recuerda que le pedí visitarme. Vaya, creí que lo había olvidado —me quejé de vuelta, pues este era un juego que podíamos jugar los dos.
Kilmor frunció el entrecejo, más bien, lo frunció más de lo que ya lo tenía.
—¿Qué te hizo pensar que lo había olvidado?
—¡Pues que jamás vino! —exclamé con obviedad.
—¿Acaso crees que estás viendo a un fantasma? ¡Estoy aquí!
—Me refiero a antes. Llevo días sin saber de usted.
Kilmor resopló groseramente, como si me hubiera escuchado decir un absurdo.
—¿Deseabas que te visitara a diario? Entonces debiste ser mas clara con tus deseos. Tú me pediste visitarte en casa de tus padres antes de la boda y eso es lo que estoy haciendo. Si deseabas verme seguido, lo tenías que decir.
—Yo… —Pensé en mis palabras. Muy a mi pesar, debía admitir que eso era justo lo que le había pedido a Kilmor. Solo que no esperaba que él se lo tomara tan literal—. Olvídelo. No tiene importancia.
—Para ti claramente la tiene —señaló—. Pero nada se puede hacer para cambiar el pasado. Hoy estoy aquí y tú deseas que nos conozcamos mejor, ¿no? Pues hagámoslo. Dime, ¿qué quieres saber?
Muchas cosas, pensé.
Podía seguir haciéndome la digna o tomar ese pequeñísimo atisbo de apertura que Kilmor estaba mostrando.
—¿Cuántos años tiene? —pregunté girando las rodillas hacia él.
—29 —contestó.
Mis ojos se abrieron de par en par, mi quijada cayó al suelo. Era una falta de educación ser tan evidente en mi sorpresa, pero no podía evitarlo. Su aspecto no correspondí a su edad, era difícil creer que solo le llevara un año a Jon. Junto a Kilmor, mi hermano parecía un crío. Tal vez era la dureza de sus ojos o sus rasgos afilados, pero ni en mil años hubiera adivinado que mi futuro esposo no llegaba ni a los 30.
—¿A continuación me preguntarás mi platillo favorito? Vamos, no perdamos el tiempo en trivialidades, pregúntame algo de verdad —dijo recargando el codo en el reposabrazos del asiento.
—¿Qué clase de pregunta espera que le haga? Usted es un desconocido, lo normal es comenzar por lo básico —me defendí —. Pregúnteme algo usted, enséñeme qué son esas preguntas de verdad.
—¿Alguna vez has besado a un hombre?
Alcé la vista de golpe, indignada y con intenciones de decirle que no era de su incumbencia, pero me mordí la lengua. Mañana se iba a convertir en mi marido, claro que era de su incumbencia.
Desvié el rostro, sin saber qué contestar. Técnicamente, Rosler me había besado, pero eso más que un beso había sido un ataque, una horrible agresión que aún me hacía estremecer si pensaba en ella.
Ahuyenté los recuerdos de mi mente y negué sin mirarlo. No, me rehusaba a aceptar el asalto de Rosler como mi primer beso. No le iba a dar ese honor.
—¿Y deseas saber cómo es? —preguntó Kilmor inclinándose al frente.
El rubor subió por mi cuello hasta hacer arder mis mejillas. Qué preguntas tan invasivas.
Volví a asentir después de un momento, sin atreverme a mirarlo aún. Por supuesto que quería saber lo que era que un hombre te besara, que te prodigara toda su ternura.
Por el rabillo del ojo percibí que Kilmor se levantaba de su asiento. La sangre se me congeló cuando él llegó a mi lado y se sentó prácticamente con su cadera pegada a la mía.
—¿Qué hace? —pregunté mientras Kilmor pasaba uno de sus brazos por el respaldo, cerniéndose sobre mí.
Esta vez fue él quien no contestó, sino que se limitó a tomarme de la barbilla con mucha delicadeza hasta que mi rostro quedó de frente al suyo. Qué preciosos ojos tenía, hipnóticos y llenos de expresión. Por un instante, me perdí en su profundidad.
Contuve el aliento, segura de que iba a besarme. Los labios comenzaron a escocerme, anticipándose a lo que vendría, el estómago se me llenó de mariposas. Aguardé quieta a que él se inclinara para poner fin a la pequeña distancia que nos separaba, eran solo unos cuantos centímetros y entonces entraríamos en contacto.