Una esposa para el señor dragón

Capítulo 17

Esa noche tuve mi primero sueño con Kilmor. Estábamos ante el espejo y él me colocaba la Flama Ártica, justo como había hecho antes. Todo a nuestro alrededor estaba oscuro, de modo que el brillo de los diamantes resultaba aún más deslumbrante. Él miraba mi reflejo con una sonrisa complacida. De pronto, los diamantes comenzaban a teñirse de rojo, transformándose en espléndidos rubíes, haciendo el collar aún más impactante. Ante el cambio, yo ahogaba una exclamación de asombro y Kilmor reía con el pecho. Pero nuestra felicidad era efímera, puesto que, sin saber cómo, el collar empezaba a gotear y yo entendía que el color rojo no era porque se tratara de rubíes, sino que era sangre, mucha sangre. Horrorizada, trataba de arrancarme el collar, pero este se estrechaba alrededor de mi cuello. Yo jalaba con fuerza, pero las vueltas simplemente se apretaban más sobre de mi piel. De pronto, en ese sinsentido que tienen los sueños, ya no era el collar lo que me estrangulaba, sino Kilmor. Eran sus enormes manos las que apretaban mi cuello, cortándome el aire, robándome la vida…

Desperté empapada en sudor, jalando enormes bocanadas de aire para compensar la espantosa asfixia de mi mente.

Qué sueñecito para el día antes de mi boda, pensé.

Me froté el rostro con las manos, queriendo borrar todo rastro de la pesadilla.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe, mamá entró seguida por mis abuelas y mis tías. Todas hablaban al mismo tiempo por lo que me fue imposible entender lo que decían. No lo pensé demasiado, me dejé llevar por ellas para que dieran inicio al ritual de preparación para la boda. Nos esperaba una mañana larga de tocados, rubores, lociones aromáticas y quién sabe cuánta cosa más.

Mi doncella tuvo el buen tino de traerme algo de comer mientras la tía Colette me peinaba; a su lado, la abuela Ginebra iba dando sus opiniones acerca de si tal mechón o el otro estaba fuera de lugar. Decidí desentenderme de la discusión y dejar que ellas decidieran, e hice del mismo modo cuando tocó el turno de elegir el color de labial y el perfume que me pondría. Esta era la última vez que iba a complacer a mi familia, mañana empezaría una nueva vida y ellos ya no podrían decidir nada sobre mí. Este era mi regalo, la última vez que sería la niña dócil de todos.

Poco antes de que fuera momento de partir a casa de los abuelos, en donde tendría lugar la boda, mamá entró a la recámara llevando en manos La Flama Ártica.

—El señor Kilmor vino a traerte esto —anunció alzando el collar a la altura de su rostro para que todos pudieran verlo.

No faltó una sola que no ahogara una exclamación de asombro.

—Qué espléndido —suspiró la tía Colette.

—¿Es un regalo de bodas? —preguntó la abuela Isidora boquiabierta.

—No. Es una reliquia familiar, los Kilmor tienen la tradición de que sus mujeres la usen el día del casamiento —expliqué.

—Nos habría venido bien que los Schubert tuvieran una tradición así, ¿eh? —bromeó Colette codeando las costillas de la abuela Ginebra.

Con mucho cuidado, como si temiera que los diamantes fueran a desintegrarse si se agitaban de más, mamá me colocó La Flama Ártica al cuello. Mis familiares formaron un círculo alrededor de mí para admirar mi aspecto.

Me giré hacia el espejo, el bellísimo vestido de novia que mi abuela había confeccionado para mí complementaba a la perfección el collar de diamantes, como si hubiesen sido hechos el uno para el otro.

Dí un paso al frente para mirarme más de cerca. Los diamantes reflejaron la luz del atardecer que se colaba por la ventana. Su brillo me hizo enfocar mi atención en el collar y, en cuanto lo hice, sentí como si alguien me quisiera arrancar el estómago de un tirón. Las imágenes de mi sueño se agolparon violentas en mis pensamientos con tanta nitidez como si tuviera a Kilmor enfrente asfixiándome, podía sentir sus enormes dedos cerrándose alrededor de mi cuello, robándome el aire.

—Cariño, ¿estás bien? Te pusiste pálida —comentó mamá colocando su mano sobre mi hombro.

Su contacto me trajo de vuelta a la realidad. Nadie me estaba asfixiando, estaba en mi recámara rodeada por las mujeres de mi familia, segura y a menos de una hora de casarme.

—Eh, sí, lo siento… me abrumé.

La habitación se llenó de las expresiones de ternura de todas.

—Oh, querida Jackie, no tengas nervios. Serás la novia más bonita que este reino ha tenido —me aseguró Colette.

Las demás se apresuraron a confirmarlo.

—Más le vale a ese Kilmor que aprecie lo afortunado que es. Se está llevando a una verdadera joya, una mucho más brillante que todos sus collares de diamantes juntos —afirmó la abuela Ginebra con expresión melancólica.

☆☆☆

Los invitados ya estaban llegando. Yo aguardaba con papá dentro del carruaje en lo que ellos pasaban al jardín donde tendría lugar la ceremonia. Aunque me arriesgaba a que alguien me viera, no podía evitar mover la cortinilla y echar un vistazo afuera para ver quién estaba aquí.

Los Durand iban pasando charlando alegremente. Detrás de ellos venía el príncipe heredero Alexor del brazo de su esposa Triana. Me pregunté qué iba a pensar Kilmor al ver a su prima en la ceremonia.

La voz grave de papá interrumpió mi fisgoneo.




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