Una hija para el Ceo solitario

Capítulo 5: La gala de los peces gordos

Una pequeña búsqueda en internet le bastó a Hannah para comprender la envergadura del evento al que su ahora jefe, tras firmar el contrato, pretendía llevarla como su primer trabajo de asistente.

El Grupo Grenze era un conglomerado tecnológico pionero en el país y en todo el continente, y sus productos de primera calidad no se limitaban solo al usuario de a pie, sino que abastecían a otras grandes empresas. Como compañía sólida en el desarrollo de software, el Grupo Seele era de los principales socios de Grenze, y la amistad entre sus CEOs era conocida en el país y el mundo.

Vaya forma de ponerle presión.

La gala era formal en toda regla, con los peces gordos de la tecnología del continente y el mundo presentes para darle la enhorabuena a su anfitrión, Dominik Engel.

Tras recibir un adelanto de su suelto para prepararse como era debido, Hannah compró ropa, zapatos y accesorios, y cerca de las siete de la noche tomó un taxi, rumbo al salón del hotel donde se realizaba el evento.

Le envió un mensaje a Finn, el aún asistente de su jefe, anunciando que iba en camino, y recibió una confirmación de que ellos también estaban por llegar.

Cuando el taxi paró en el hotel, dio la casualidad de que vio a Andrew bajando de su auto, en tanto Finn se alejaba para aparcar.

En cuanto Andrew vio a su nueva empleada, ataviada con un hermoso vestido de tirantes verde jade con corpiño bordado ajustado que marcaba su esbelta figura, y falda larga, quedó embelesado, pasmado en ella, que caminaba con gracia en su dirección, aunque cierto miedo.

—Señor Cook, buenas noches —murmuró y miró a los lados. La opulencia del lugar era destacable, con mujeres y hombres vestidos de punta en blanco—. ¿Cree que este atuendo está bien para la ocasión?

Señaló su ropa, alejándose un paso, y Andrew, normalmente sereno, tragó entero y asintió con la cabeza.

Los aguamarinas de Hannah resaltaban gracias al color de su vestido, y el escaso maquillaje resaltaba bien sus atributos y semblante sincero. Se veía hermosa con el pelo suelto.

Él carraspeó y asintió con la cabeza.

—Está bien, señorita Roth.

Acto seguido, le ofreció su brazo, que Hannah tomó dudosa, y ambos ingresaron al lugar.

Este era el hotel más lujoso de Frankfurt, y su opulencia quedó manifiesta con cada paso en sus brillantes pisos, y las preciosas decoraciones.

Se pararon frente al ascensor, y solo entonces Hannah notó algo.

—¿Finn… el señor Wolf no viene?

—No. Hoy tiene la noche tranquila. Más tarde será un chofer quien nos recoja.

Ella frunció el ceño, sospechando, pero las puertas del elevador se abrieron y no tuvo más que pasar.

Cuando se cerraron, respiró hondo, consciente de que más arriba estaba su primera gran prueba.

—No te pongas nerviosa. En los eventos como este solo debes ser amable y saludar. Ya que serás mi asistente, te presentaré a algunos colegas para que te vayas familiarizando con ellos y con sus asistentes, pues tendrás que interactuar con ellos en el futuro.

—Entendido… —murmuró con simpleza y suspiró.

—¿La niña…?

—Oh, Alisson está con mis padres. Dentro de poco debería irse a dormir.

—Ya veo…

A Hannah le causaba curiosidad el que este hombre se preocupara por su hija desde el primer momento, pero lo interpretó como algo natural; después de todo, aunque raro, algunos hombres poseían cierta sensibilidad por los niños. ¿Qué edad tenía su jefe? ¿Veintiocho? Dios… era incluso menor que ella, pero de seguro querría formar una familia más adelante.

Era natural, sí…

Las puertas se abrieron y llegaron a su destino.

A la muchacha le saltó el corazón en el pecho cuando, tras comprobar la entrada, ingresaron al fastuoso salón, engalanado con arañas de cristal y mesas de bufete finamente decoradas.

De fondo se oía un cuarteto de cuerdas, en tanto las conversaciones se sucedían por acá y por allá.

Enseguida reconoció a algunos empresarios estadounidenses y canadienses y tragó entero.

Saludaron a algunas personas que se acercaban, y Andrew no tardó en presentarles a Hannah, quien midió sus reacciones con una grácil sonrisa. Sortearon a algunos más, hasta que un par de damas muy distintivas aparecieron frente a ambos.

Una era una rubia que parecía una modelo de pasarelas de alta costura, con un vestido ajustado que resaltaba su delgadez, y la otra era una pelirroja más voluptuosa y con mirar desafiante que no tardó en fruncirle el ceño a la muchacha apenas ver que iba del brazo de Andrew.

—Andrew, qué bueno que por fin llegas. Pensé que no vendrías —clamó la rubia con una contentura que rozaba lo teatral.

El nombrado se quedó quieto y suspiró.

—Algunos tenemos que trabajar, Lenna.

Hannah tuvo que morderse la lengua y apretar los dedos de los pies en sus sandalias para no soltar la risa, pero aquella mujer hizo oídos sordos a aquellas palabras y pasó la vista a ella.




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