Una hija para el Ceo solitario

Capítulo 8: Inteligente y guapo

El trabajo era mucho, pero Hannah lo llevaba bien y, tras unos primeros días agotadores, llegó el sábado y por fin tuvo tiempo libre, más o menos.

—¡Mami, mira, es enorme!

El chillido de Alisson al contemplar la imponente estructura del centro comercial MyZeil le sacó una sonrisa a su madre, que no dudó en darle una palmadita cariñosa en la cabeza.

—¿Verdad que es hermoso?

—¡Lo es!

—Y espera verlo por dentro. Te va a encantar.

Pasaron del imponente exterior de vidrio a un interior de ensueño, y la curiosidad de Alisson la hizo ver a todas partes, ansiosa, aunque tenían un itinerario más o menos bien establecido.

—Bien, primero vamos a buscar el bolso, la ropa y los zapatos que necesitas.

En su nueva escuela, Ali escogió practicar taekwondo, así que había que comprarle el equipo de uso personal. Fueron a una tienda especializada, y salieron al cabo de una hora con lo que necesitaban. Luego fueron por un kit de arte, y se dispusieron a hacer la compra más grande, un iPad de última generación para que la nena pudiera ejecutar todas sus tareas como todos los demás.

—Mami, en mi clase hay un niño que es muy lindo, se llama Markus. ¿Sabes? Ayer me prestó su borrador porque yo no encontraba el mío.

—Oh… ¿Y le diste las gracias?

—¡Claro, mami! Y le di mi gelatina en el almuerzo como agradecimiento.

La madre sonrió ante la orgullosa niña, y se maravilló una vez más con sus historias de su primera semana en la escuela.

El Grupo Seele pagaba la matrícula, eso le dijo su jefe, pero era una escuela internacional de primera categoría, con estudiantes de muchos países, y con un personal especializado que, hasta ahora, había sabido tratar bien el carácter especial de la nena.

Tomadas de la mano, subieron las escaleras y entraron a la tienda designada, un paraíso de tecnología que le robaría el aliento a cualquiera; sin embargo, tras apenas dar unos pasos dentro, Ali jadeó, soltó la mano de su madre y salió corriendo.

—¡Papiiii!

Ante el chillido, todos los presentes voltearon a ver a la nena, que se dirigió trotando hacia un varón castaño que volteó, pues reconocía la voz, y la miró con ligera impresión.

—¡Papi, qué beno verte! —clamó Alisson, y Hannah quiso que se la tragara la tierra por los siglos de los siglos.

Se apresuró a ir por su hija, que le sonreía al extrañado hombre, en tanto un empleado, el gerente de la tienda, miraba la situación con auténtico asombro, al igual que el resto de los presentes.

¿Acaso esa niña no sabía a quién se dirigía?

—Alisson Roth, te dije que no llamaras así al señor Cook —instó Hannah y la agarró por los hombros, echándola hacia atrás, en tanto miraba avergonzada a su jefe, que hoy vestía muy casual—. Señor Cook, de verdad lo lamento… Le he dicho que deje de hacerlo, pero no me escucha.

El gerente de la tienda esperaba que Andrew, con la fama que se gastaba de inflexible y fanático del orden, reprendiera a la nena, o al menos a la madre; sin embargo, la incredulidad lo llenó cuando la expresión del muchacho se suavizó y, ante el mohín de la niña, soltó un suspiro y sonrió.

—No se preocupe, señorita Roth. Puedo entender que los niños son niños —asintió con calma y se dirigió a las más pequeña—: Buenos días, pequeña señorita Roth. Qué coincidencia verte aquí.

A la nena le brillaron los ojos, y todo rastro de molestia desapareció de su cara. Se deshizo del agarre de su madre y se adelantó.

—Venimos a buscad un iPad para la escuela —contestó sin prisas, aunque se le pegaron un poco las palabras—. Así voy a podé aprender igual que todos los demás niños.

—Oh… ya veo.

—Papi, ¿tú sabes mucho de iPads? ¿Pedes ayudarme a escoger el mejor de todos para la escuela?

Al instante, Hannah abrió los ojos de par en par y estuvo a punto de negarse; sin embargo, las palabras de Andrew llegaron primero.

—Claro, ¿por qué no? Ya estamos aquí. —Él subió la vista a la castaña y preguntó—: ¿Sería un problema?

Una punzada inexplicable apretujó el corazón de Hannah, quien apenas tuvo ocasión para asentir, pues ni en un millón de años le diría que no a su jefe por una cosa tan simple.

Extrañado, el gerente los dejó tranquilos, en compañía de un asesor de ventas, y se fueron a ver los iPads.

Ali no dudó en solicitar la opinión de Andrew sobre todo, y Hannah no pudo hacer más que maravillarse por la manera en la que su hija hablaba con su jefe, como si lo conociera de toda la vida, pero con el tacto de una niña pequeña; y el mismo Andrew destacaba por su gran sensibilidad al dirigirse a una pequeñita que había salido prácticamente de la nada.

Era un hombre admirable que generó un nuevo respeto en su corazón.

—Hay que comprar unos airtags para sus bolsos —comentó Hannah una vez escogido el iPad.

—Son muy útiles —reconoció el muchacho—, y también podrías comprarle uno a ella. —Miró a la pequeña, que observaba curiosa una gran pantalla donde flotaba un pez gigante.




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