Una hija para el Ceo solitario

Capítulo 9: Bastarda

Una risita resonó en el local, y la impresionada Hannah volteó hacia la fuente, un Andrew que, al saberse descubierto, se llevó la mano a la boca e hizo un gesto que a la muchacha le pareció gracioso, mirando a otro lado.

—Papi, ¿verdad que Iron Man es muy guapo y rico? —sonó la vocecita de Alisson, quien se dirigió al varón con una enorme sonrisa.

El muchacho soltó un resoplido y asintió a medias con la cabeza.

—Lo de rico puedo admitirlo… ya más allá lo de guapo, la verdad que no es mi tipo. —Se encogió de hombros.

—Hmm… —Alisson se llevó el dedo a la boca—, ¿acaso estás celoso, papi? —Aquello tomó por sorpresa, no solo a Andrew, sino a Hannah—. Pero tú también eres muy guapo. ¡Eres el más guapo de todos!

—Bueno, bueno, Alisson, es momento de ir a pagar para irnos. De seguro el señor Cook tiene otras cosas que hacer con su tiempo. Ven, ven, vamos a que nos empaquen para ir a pagar. —Hannah, presurosa, nerviosa y medio avergonzada, instó a su hija a moverse y se volvió hacia su jefe—. Señor Cook, lo siento mucho… me aseguraré de que algo como esto no vuelva a pasar. —Hizo una profunda reverencia, pero cuando alzó la cara vio a su jefe negar con la cabeza.

—No se preocupe, señorita Roth. Los niños son niños. A un viejo como yo a veces le resulta curioso que una niña salida de la nada lo vea como una figura paterna, es hasta divertido si lo piensa mejor. —Él soltó una risita, y la otra se quedó tiesa unos segundos.

¿Un viejo? ¡Pero si él era menor que ella! ¿Dónde la dejaba eso con sus preciosos treinta y un años?

Medio decepcionada de repente, se excusó y fue con su hija por los pedidos, en tanto Andrew pagó su pedido y salió de la tienda.

Cuando Hannah fue a pagar, la vendedora le dijo:

—Señorita, su pedido ya ha sido pagado.

—¿Ah? ¿Cómo así?

—El señor Cook lo pagó antes de irse. —La vendedora le sonrió—. Dijo que era un regalo para la «pequeña señorita Roth». —La vendedora vio a la niña, que soltó una risita contenta.

—¡Papi es geniaaal! —clamó emocionada, y salió de la tienda dando saltitos junto a su madre.

Hannah, sin saber bien cómo decirlo, suspiró.

—Ali, en serio, tienes que dejar de llamar así al señor Cook. Él es mi jefe, no tu padre. Tienes un padre, pero no es él.

—Lo sé, mami. Pero me gusta él, me gusta más que el de verdad… el de verdad no me hacía caso, pero papi me trata lindo, y eso me encanta.

Su vocecita sonó aguda y animada, y siguió dando saltitos como si nada.

Tras pasear por algunas tiendas más, terminaron en uno de los restaurantes de la feria de comida para almorzar, y luego siguieron viendo algunas tiendas.

Al llegar a una de ropa de alta costura, en la vitrina se exhibía la ropa de la venidera temporada de otoño, y Ali no pudo evitar detenerse.

—¡Mami, mira, este vestido te quedaría genial! —Volteó hacia su madre, quien se acercó curiosa.

Era un sencillo vestido de otoño estampado en tonos cálidos, pero debía admitir que su hija tenía buen gusto. En esta tienda cobraban hasta por respirar, pero no perdía nada con echar un vistazo, ¿verdad?

—¿Quieres que pasemos a verlo? —pregunto a Ali, que saltó alegre.

—¡Claro, mami, vamos!

Juntas, entraron a la tienda, y una de las vendedoras enseguida las llevó con el vestido en cuestión que… sí, era caro, pero podía darse un gusto. Además, necesitaba ropa para el venidero frío y su trabajo. Por supuesto, todo estaba bien justificado.

La vendedora la llevó al camerino a probarse la ropa, y Ali se quedó en el área de espera con otra vendedora que la cuidaba.

En eso se escuchó una carcajada cargada de malicia, y unas palabras pronunciadas con acidez resonaron:.

—¿Qué hace una mujer como ella en esta tienda? ¡Este lugar no es para pobres! ¿Acaso no vio el letrero? —Su voz rezumaba asco, auténtico desdén—. ¡Y mira! Incluso trajo a su bastarda… ¿es que acaso no le da pena?

Alisson escuchó esas palabras y no pudo evitar voltear a la fuente. Cerca suyo se detuvo una mujer pelirroja que venía acompañada de una castaña. Cuando los ojos de la niña se cruzaron con los de la mujer, los entornó, y la otra reaccionó.

—¿Qué? ¿Tienes algo para decir, bastarda? De seguro eres tan miserable como tu madre…

El desprecio goteaba en su tono, pero la vendedora permaneció callada, pues reconocía a Emma Becker como una de sus más importantes clientes y no podía molestarla, aunque eso significara dejarla acosar a una niña pequeña.

No obstante, Alisson enseguida se levantó, volteó hacia las dos cotillas y, con las manos en la cintura, espetó firme en el alemán más claro que había hablado hasta ahora:

—¿Acaso eres estúpida? ¿Quién te dijo que soy una bastarda, lo que sea que sea eso? —La nena frunció el ceño, y su cara enrojeció con profunda molestia.

—¡Jas, mira, la chiquilla tiene la boca tan sucia como su madre! —se burló Emma, y ambas empezaron a reírse.




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