Una hija para el Ceo solitario

Capítulo 21: Demasiado mordaz

Las cosas no salieron como esperaba, pero Emma no iba a rendirse. Tras recibir una llamada de uno de los sujetos que conocía a los secuestradores, anunciando que el plan falló, se molestó y tiró objetos por todas partes, pero se serenó y replanteó lo que haría de ahora en adelante.

Sin embargo, una llamada de su padre lo alteró todo.

—¡Emma Becker, qué demonios hiciste! —gritó el hombre al otro lado de la línea.

Ella, sobresaltada en su habitación, frunció el ceño.

—¿De qué hablas, papá?

—¡Los Cook están retirando todas las sociedades que tenían con nuestra familia, y cuando pregunté una razón, me dijeron que alguien de la familia ofendió a Andrew! ¡Y la única que se me viene a la mente eres tú! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Tienes idea del duro golpe que esto significa para nuestra familia?!

La ira del hombre era audible, y el pánico se cimentó en una Emma que se quedó tiesa.

¿Andrew se había enterado? ¿Cómo, si ella le pagó al emisario de un emisario? ¿Cómo demonios pudo llegar hasta su apellido?

—N… no… papá… debe ser un malentendido… yo no he ofendido a Andrew ni a nadie de los Cook, no puede ser que…

—¡Pues es lo que dicen, muchachita malcriada! —espetó el hombre, que al otro lado caminaba de acá para allá, hecho una furia—. ¡No sé qué demonios hiciste, pero mañana a primera hora irás a la sede del Grupo Seele, pedirás ver a Andrew y te disculparás de rodillas si es necesario, ¿entendiste?!

La sorpresa se mezcló con indignación y miedo en una Emma que no pudo hablar al principio, pero que ante la insistencia de su padre no tuvo más remedio que asentir y, tras colgar, tiró el celular sobre la cama y empezó a patalear.

—¡¿Cómo demonios se dio cuenta, maldita sea?! ¡Estoy arruinada, estoy arruinada!

La ira llenó sus palabras e incluso empezó a llorar por eso mientras daba vueltas sobre el colchón, preguntándose cómo demonios afrontaría la situación al día siguiente.

•  •  •

A primera hora de la mañana, cuando recién comenzaba la jornada laboral, y Hannah le informaba sobre sus compromisos del día, una llamada llegó al despacho de Andrew desde la recepción de la planta baja.

—Señor Cook, la señorita Emma Becker solicita verlo.

Una sonrisa maliciosa pintó los labios del muchacho al instante, una que Hannah no pudo ignorar, y se preguntó a qué se debía.

—Hazla pasar —ordenó y colgó.

—¿Tenemos una invitada, señor? —preguntó ella, curiosa porque nada como eso estaba en agenda.

—Yo no la llamaría invitada. Quizá una indeseable.

—¿Debería preparar el té entonces? —Hannah frunció el ceño, extrañada.

—No. Esta persona no se merece eso, y tampoco creo que se quede por mucho tiempo.

—Bien, entonces me retiraré. —Se dio la vuelta para marcharse.

—No, quédate —instó el castaño, se levantó de la silla y rodeó el escritorio hasta ella—. Vamos al sofá. Esto también tiene que ver contigo.

Con el ceño fruncido, la muchacha lo siguió y se sentaron uno junto al otro, cerca pero sin ser incómodo, aunque ella lo sentía raro dadas sus posiciones.

—Señor Cook…

—Me gustaría que Alisson y tú tuvieran una escolta, solo por si acaso —interrumpió él, mirándola—. Sé que puede ser incómodo, pero creo que sería bueno que la tuvieran por el momento, para prevenir.

—Ehm, no creo que…

—Y no interferirá con tu día a día. Conozco a unos profesionales que podrán cuidarlas desde lejos, sin interferir.

La preocupación era evidente en sus ojos, y fue algo que Hannah no pudo ignorar. Él se sentía culpable por lo sucedido, su expresión se lo decía. Y ella estaba asustada por su hija, por su seguridad. ¿Sería prudente aceptarlo?

—Si puede garantizar que no interferirán con nuestro día a día, está bien. Agradezco mucho este buen gesto, señor Cook.

Una tímida sonrisa pintó los labios del varón, que asintió con la cabeza gustoso y, justo cuando el impulso de alargar la mano para recolocarle un mechón de pelo lo invadía, tocaron a la puerta y se echó hacia atrás.

La recepcionista entró, en compañía de una pelirroja con ropas poco discretas para el ambiente de oficina, y que miró alrededor como si nada, hasta que sus ojos se toparon con Hannah y la arrogancia la bañó.

—Buenos días, señor Cook —saludó Emma con falsa modestia mientras ingresaba, en tanto la recepcionista se iba tras cerrar la puerta.

—Señorita Becker, ¿puedo saber a qué se debe su visita el día de hoy?

Los ojos de la chica bailaron de Andrew a Hannah, alrededor del lugar, y soltó una risita nerviosa.

—Mi padre me llamó anoche y me dijo que usted terminó con todas las asociaciones que la familia Cook tenía con mi familia.

A Hannah se le prendió el bombillo de inmediato al oír esto, conectó los puntos con rapidez y miró a Andrew, que conservaba una expresión serena.




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