Una hija para el Ceo solitario

Capítulo 31: Entregados

Cuando Andrew abrió los ojos aún estaba oscuro, y al ver la hora se dio cuenta de que eran poco más de las cinco de la mañana. Frente a él, una muchacha castaña yacía dormida como si nada, como si no tuviera nada que temer.

¿Confiaba en él?

Sus pensamientos, ya más centrados, se fueron a los hechos de la noche anterior, a sus emociones, a su dolor, y al consuelo que esta mujer le había dado, a sus gráciles manos, a su timidez, pero también a su deseo de cuidarlo.

Había pasado muchísimo desde la última vez que sintió ese tipo de calidez de parte de una mujer.

Le gustaba, ella le gustaba, y probablemente le agradó desde la primera vez que la vio, ese momento cuando se prendó de su preocupación por su hija, de sus sutiles gestos, de su aparente vergüenza pero aplomo.

Hannah era una mujer sencilla si lo veía desde afuera. ¿Pero no era él también un tipo sencillo?

«¿Sencillo?», pensó y soltó una risita.

¿Cómo podía alguien perteneciente al Enginn ser sencillo?

Bueno, esa era otra historia, ¿no?

Apretó los labios y acercó su mano al rostro ajeno sin querer cohibirse, pero con cuidado de no despertarla. Acarició sus cabellos y solo la contempló con un mirar suave.

Svo fallegt… —murmuró. «Tan hermosa», en un islandés que consideraba su segunda lengua, y suspiró y siguió recorriendo con sus yemas su rostro y costado.

¿A una mujer como Hannah de verdad podría gustarle alguien como él?

Soltó un respingo y se recostó de nuevo a su lado, sin dejar de acariciarla y pensar tonterías que creyó jamás volvería a tener en mente, e incluso se le escapó una risita.

¿De verdad podría volver a intentarlo con ella? ¿Le gustaría?

Sin darse cuenta, Hannah se fue despertando, y para cuando volvió a sus sentidos, ella lo miraba con soslayo, por lo que sonrió y, llevando un dedo a darle un toquecito en la nariz, saludó:

—Buenos días, Bella Durmiente.

Ella arrugó la cara por su acción y espabiló un poco.

—¿Te sientes mejor? —preguntó con la voz un tanto ronca.

—Sí… solo un poco cansado, pero me siento bien. Gracias por todo lo que hiciste por mí anoche, y también por quedarte.

Una sonrisita pintó los labios de la muchacha, que se acercó y lo abrazó con cariño, pero que enseguida se separó y, mirándolo con cautela, espetó:

—Necesito saber bien qué se supone que somos ahora fuera de la oficina. Tengo una hija y soy divorciada, un divorcio complicado, y no tengo ni el tiempo ni las energías para entrar en una relación si no es en serio.

Su sensatez no lo tomó por sorpresa, para nada, porque era eso lo que ella exhibía cada día en el trabajo, en su jornada normal, así que solo se sonrió.

—Tengo veintiocho, así que la verdad no estoy para nada que no sea en serio y… me gustas. —Al decir eso, en medio de la tenue oscuridad, la expresión de Hannah se avergonzó, pero él continuó—: Si te parece bien, ¿quieres salir conmigo, en serio?

Una tímida sonrisa pintó los labios de la muchacha y, aunque no fue visible, el carmín tiñó sus mejillas, en tanto su corazón enloquecía por el nerviosismo y el resto de las emociones que se agolpaban en su interior.

Con el correr de los segundos, en silencio, su sonrisa se ensanchó, y sintió un estremecimiento por dentro que la llenó de una extraña valentía, que la impulsó a adelantarse y besar los labios ajenos con una suavidad entrañable e incitante que fue correspondida por el castaño, quien se acercó y la atrajo con un brazo a su cuerpo, permitiéndole sentir su firme pecho y la calidez de su piel, y se fundieron en un ameno beso del que ninguno de los dos quiso separarse, llevados por su atracción mutua recién descubierta, por su deseo y emoción, por una intimidad necesaria en la que ambos se descubrieron a sí mismos y al otro, y que disfrutaron a sobremanera.

 

 

Tras compartir aquel momento tan íntimo, ambos se fueron a dar una ducha, pero terminaron en la tina, abrazados en medio del agua tibia; luego salieron y Andrew fue a preparar el desayuno mientras ella se arreglaba.

En medio de una comida marcada por sus miraditas culposas y emocionadas, como dos muchachos en plena pubertad, él comentó.

—Me disculpo desde ahora si te parecen raros mis métodos de cortejo… estoy muy oxidado.

Hannah soltó una carcajada fuerte sin poder evitarlo, sintiéndose libre, y le dio un mirar juguetón.

—No te preocupes, no tienes que pensar demasiado en eso. Yo soy una chica simple a la que le gustan las cosas simples.

—Entonces… —Él pareció dudar por unos segundos— ¿Quieres salir a cenar más tarde? Podemos ir los tres. Estoy seguro de que a Alisson le encantará.

Por esa deferencia con su hija, el mirar de Hannah brilló complacido.

—Ella se volverá loca —contestó y soltó una risita—. Creo que le gustas más que yo.

—Bueno… no sé qué decir a eso —espetó el muchacho y ambos soltaron una leve carcajada.




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