Una historia de alfombra roja

Capítulo cuatro

No sé la hora que es y tampoco cuando comenzó a llegar gente a este lugar. Los famosos caminan de un lado para otro entre nosotros como si respirar el aire de una misma sala con un famoso fuese normal para mi. He perdido a mis amigos hace un tiempo y no creo que se hayan percatado de ello. Ellos están igual o más borrachos que yo. Camino hacia unas escaleras y subo buscando algo de tranquilidad y aire fresco pero me topo con varias habitaciones en lugar de una azotea. El cóctel está en la última planta del hotel. ¿Dónde se supone que está la azotea? Entro en una de las habitaciones y un par de sofás pequeños. En medio hay una mesa redonda de cristal con una cubitera y un par de botellas de champagne. No dudo en acostarme bocabajo sobre uno de los sofás y cerrar los ojos. Siento como todo comienza a dar vueltas. Me siento mirando un punto fijo en el suelo.

—¿Estás bien?—unos zapatos de hombre caminan hacia mi.

—Sí. Solo buscaba algo de tranquilidad.

—¿En un reservado que me ha costado un ojo de la cara y el que tú has decidido entrar gratis?—miro hacia arriba y unos hoyuelos que conozco me saludan. Alberto Duran está aquí y después de toda la noche buscándolo con la mirada por fin lo encuentro—Hola Mariam.

—Sabe mi nombre—murmuro.

—Me lo dijiste tú. Cómo olvidar a la chica que hizo que su perro se volviera trending topic en twitter.

—¿Bimba es trending topic en twitter?

—Sí—ríe—Incluso hay memes de ella. ¿Quieres verlo?

Alberto se sienta a mi lado en el sofá y saca el móvil del bolsillo, entra en twitter y miles de fotos de Bimba aparecen en su pantalla junto con algunos videos. Mientras me enseña los memes de Bimba el olor varonil de su perfume entra por mis fosas nasales y me siento desfallecer. ¿Cómo una persona puede oler tan bien?

—Pero bueno, ¿A la gente no le da vergüenza subir vídeos de un perro sin autorización de su dueña?—digo afectada por el alcohol.

—Es que ese perro entró en un evento.

—Fue sin querer—defiendo a Bimba—Ella no sabía dónde se metía.

—Al igual que tú—se refiere al reservado—Los perros se parecen a sus dueños.

Me levanto del sofá dispuesta a irme de este lugar. Nunca he obtenido nada de nadie y no quiero que se piense que quiero aprovecharme de su dinero y quedarme aquí. Siento como mis pies se lían y me tambalea. Alberto posa sus brazos en mis hombros y me estabiliza.

—Ven—baja toma una de mis manos—Vamos a tomar aire.

Alberto me guía a través del pasillo donde se encuentran las habitaciones y después de girar varias veces en un sin de de pasillos, esto parece un laberinto, por fin llegamos a la azotea.

Respiro profundamente con los ojos y suelto el aire poco a poco. La brisa marina me sopla en la cara y siento como poco a poco recobro mi estabilidad. Cuando los abro Alberto está mirándome con una sonrisa en su rostro. Alberto podría ganar el premio al tío más buenorro del año. Es alto, de tez algo morena y ojos café. Tiene unos hoyuelos en sus mejillas en los que me gustaría meter mi dedo índice y un cabello rizado por el que me muero tocar y que mis manos se pierdan entre sus rizos. Una fina capa de vello fácil decora su rostro y agradezco que sea así. Sería ilegal que esos hoyuelos se perdieran bajo una barba.

—Siento lo de antes—me disculpo—Lo del reservado—aclaro—Y lo de Bimba. Bueno, siento todo lo que hice—comienzo a hablar sin parar.

—No pasa nada.

—Estaba buscando la azotea porque me sentía algo mareada pero cuando subí me encontré con aquellas habitaciones y yo solo quería echar una cabezadita rápida. Me muero de sueño. ¿Sabes lo que es estudiar y trabajar al mismo tiempo?

—Puedes calmarte. Ya te dije que está todo bien.

—No, no lo sabes. ¿O quizás sí? Tendrás que aprenderte los diálogos para trabajar y...—Alberto posa las manos sobre mis hombros y me sacude suavemente.

—Mariam, está bien relájate. Lo del reservado era broma. Puedes echarte una cabezadita allí si quieres y lo de Bimba—su sonrisa se ensancha—Estuvo bien. Al menos ocurrió algo divertido. Nunca le he contado esto a nadie pero odio este tipo de galas. Bueno, odio las galas en general. Solo lo hago por mis fans y por qué si no vengo mi representante me mataría—ríe—¿Cómo has entrado aquí?

—Me has traído tú.

—No a este lugar. Me refiero a la gala.

Me siento estúpida por contestarle eso. Le atribuyo mi contestación a mi falta de descanso y el alcohol que me he bebido como si fuese agua hace un rato.

—Lo típico—me encojo de hombros—Alguien conoce a alguien que trabaja aquí y le ofrece un par de entradas que se convierten en seis y acabas con tus amigas de la universidad en una gala en la que no querías venir, borracha y con el treintañero más sexy de toda España.

—¿Piensas que soy sexy?—eleva una de sus cejas.

—No lo digo yo—mis mejillas se ruborizan—Lo dice toda España. Hace poco salió en Vogue España un artículo nombrándote como el soltero más codiciado del cine.

—¿Entonces no te parezco sexy?

—No estoy diciendo eso—niego.

—¿Eso es un sí?

—Agggh—gruño—Me voy a casa.

Camino lejos de la azotea con Alberto pisándome los talones. Todavía me siento mareada pero puedo volver a casa en un plis plas antes de que esté hombre acabe con las pocas neuronas que me quedan y acabe diciendo alguna tontería más.

—Mariam, espera—grita Alberto pero hago caso omiso.

Bajo hacia la sala de la gala y caminó hacia el ascensor. Le doy varias veces al botón para que llegue antes pero el destino no está de mi parte y Alberto logra alcanzar me. Subo al ascensor y él me sigue. Durante el trayecto nos mantenemos en silencio y cuando las puertas se abren y salgo del ascensor Alberto comienza a seguirme.

—¿Dónde vas?—pregunto.

—Tú y yo tenemos algo en común. Ninguno queremos estar aquí. Así que te sigo. No conozco nada de este lugar.

—Deberías volver a tu reservado. Te ha costado un ojo de la cara—repito sus palabras y sigo mi camino.




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