Abro la puerta y dejo que Alberto entre en casa antes que yo. Su mirada recorre el lugar en décimas de segundo y se lo que está pensando. ¿Cómo alguien puede vivir aquí? El está acostumbrado a lujos y en mi vida hay de todo menos eso.
Bimba y Coco corren hacia nosotros y cuando me ven se echan sobre mí ladrando sin parar.
—Silencio—les regaño—Vais a despertar a los vecinos.
Emocionadas por nuestra llegada siguen ladrando algo más hasta que les enseño las chuches de perros y callan de inmediato. Le doy una a cada una y por fin dejan de ladrar.
—No son siempre así de ruidosas—digo—Solo cuando ven a alguien que no conocen.
Coco olisquea los zapatos de Alberto y sube hacia su pantalón. No parece gustarle su olor y se aparta de él escondiéndose detrás de mí. En cambio a Bimba le ha gustado Alberto y no duda en acostarse en sus pies esperando que le acaricié la barriga.
—Parece que Coco no se acuerda de mí—dice acariciando a Bimba.
—No le has pillado de buenas.
Camino hacia la cocina, saco la pizza de la nevera y comienzo a calentar el horno mientras Alberto sigue acariciando a Bimba.
—Puedes pasar al salón—le ofrezco—Por aquí. Tampoco es que el piso sea muy grande.
—Está bien—sonríe Alberto.
—No lo está pero no puedo permitirme nada más—digo sincera.
Alberto se deja caer en el sofá y Bimba salta sobre él sentándose en sus muslos.
—Bimba, déjalo en paz—empujo a Bimba al suelo pero vuelve a saltar sobre Alberto.
—Déjala. Me gusta acariciarla. Tiene un pelo muy suave. Parece algodón.
Alberto hunde sus dedos entre el cabello rizado de Bimba y ella lame su rostro en forma de agradecimiento. Alberto ríe y besa su frente como si Bimba fuese un bebé humano. Bimba suele ser muy cariñosa y no es algo que a la gente le suele gustar incluso a mis amigas de toda la vida les cuesta acostumbrarse a ella. A veces tengo que encerrarla en la habitación para que no acose a mis invitados. Cuando voy por la calle tengo que ir tirando de ella para que no se acerque a saludar a la gente.
—Voy a poner la pizza.
—Te ayudo—se ofrece pero antes de que pueda decirle que no entra a la cocina, abre la pizza y la mete en el horno. Agradezco que mi madre siempre haya sido estricta en cuestión de limpieza y me haya inculcado que todo debe estar limpio en todo momento por que me moriría de vergüenza si el piso además de sacado de cuéntame estuviese sucio.
—¿Qué tienes para beber?—abre la nevera tomándose la confianza que no le he dado—Veo que eres muy sana. Aguacate, salmón, salmorejo, huevos y agua.
—Tengo que ir el lunes a hacer la compra—me avergüenzo.
Alberto coge la botella de agua y la deja sobre la encimera.
—¿Los vasos?
Señaló el mueble y alcanza dos.
—Pensaba que tendrías un par de cervezas.
—Trabajo y estudio. No tengo tiempo para beber.
—¿Qué estudias?—me ofrece el vaso de agua.
—Una especialización en marketing —doy un trago al agua.
—¿Y te gusta?
—Supongo—me encojo de hombros—Es lo que debo hacer si tienes en cuenta la tasa de paro que hay en España. Seguir formándote en un ámbito que está ahora en un un gran auge no es una mala idea.
—¿Lo haces por comodidad?
—Lo hago por mi futuro. No quiero estar trabajando para una empresa en la que obligan a hacer horas extras no remuneradas, no tienes derecho a vacaciones y mucho menos a ser madre.
—¿Quieres ser madre?
—Ya lo soy. Bimba y Coco para mi son como mis hijas. Si les pasa algo yo me muero.
—Amante de los animales—dice como si estuviera hablando consigo mismo.
Mientras la pizza se hace ambos nos mantenemos en silencio y aunque en un principio pensaba que sería un silencio incómodo se vuelve un silencio confortable entre nosotros. No siento la necesidad de estar hablando de cosas sin sentido para rellenar en tiempo hasta que la pizza esté lista.
El horno suena y saco la pizza. Alberto coge el agua, los vasos, un par de servilletas y me sigue hasta el salón.
—Creo que es mejor que me quite el vestido—recuerdo que el vestido es de Sara, que no le he pedido permiso para ponérmelo y que no llevo ropa interior—Vengo en un momento. Puedes ir cortando la pizza.
Cambio mi atuendo actual por algo de ropa interior, unas mallas y una sudadera de entretiempo. Si Alberto no ha huido con la decoración del piso no creo que lo haga por que me vea aparecer como un vagabundo por mi propia casa.
Vuelvo al salón y Alberto está comiendo un trozo de pizza. Bimba ha cambiado de lugar y está sentada a los pies de Alberto esperando que caiga al suelo cualquier trozo de comida. Coco mantiene las distancias con Alberto. A pesar de que ayer le pareció bien que le acariciasen hoy está reacia a él.
—Coco, ven—la llamo y corre hacia mi.
Coco se sienta a mis pies y beso su frente.
—No podía esperar—se disculpa Alberto.
Me encojo de hombros. Tomo un trozo de pizza y lo muerdo.
—Estás muy guapa.
—Creo que eso me lo tendrías que haber dicho antes.
—Me gustas más así. Estás más natural aunque el vestido era hermoso.
—Lo diseñó una amiga y lo tomé prestado.
—Cuando salgan las imágenes de esta noche todas querrán ese vestido. Le has hecho promoción a tu amiga.
—No era mi intención. Ni siquiera sabe que lo tome prestado para esta noche. Si le llega a ocurrir algo al vestido Sara me hubiese asesinado.
Sigo comiendo pizza y todo se vuelve silencioso de nuevo entre nosotros. ¿Qué más podría hablar con él? No es que tengamos muchas cosas en común. Más bien no tenemos nada en común. No sé siquiera por qué he accedido a que venga a casa y mucho menos el por qué él querría hacerlo. Hay muchas chicas de su gremio en aquella fiesta con las que se podría haber ido en lugar de estar un sábado noche en casa de una desconocida comiendo pizza de supermercado.
—¿En qué piensas?—pregunta Alberto.
—En nada—miento.