I
Con el tiempo uno se acostumbra a todo, al menos eso dicen, al hambre, al frio, a la soledad; las verdades es que han pasado muchos años y yo aún no me he acostumbrado a estar sin ella.
La vida luego de ella nunca volvió a ser igual, es decir, ella me mostro una vida diferente, una forma de vivir que no había sentido jamás, quizá por que llegó en un momento de mi vida en que todo estaba hasta la mierda; mi trabajo, mi matrimonio, mis hijos, mi vida, nada me motivaba, y entonces cuando menos me lo espere: ella aparece y me muestra todo de otro color.
Esta es una de esas historias que no puedo contar, pero quizá con algo de ingenio y utilizando lo único para lo que pienso que soy bueno pueda arreglármelas.
Me case a los treinta años, realmente muy enamorado. Ella era hermosa, yo estaba ganando muy bien, estaba con toda la locura de la juventud y de la independencia, ella estaba encantada conmigo y teníamos muchos planes: viajar, trabajar, comprar un auto, darnos la gran vida. Yo soy Administrador, ella Arquitecta y trabajaba con su padre. Yo al acabar la universidad me enganche de inmediato a una empresa nueva que prometía en la ciudad, así fue, comencé de a poco y logre ascender en algunos cuantos meses, era joven y emprendedor. Ella pues estaba en la empresa de su padre, así que estaba bien posicionada.
A los dos años de casarnos estábamos viviendo de lo lindo, nos compramos un apartamento, pues estábamos solos los dos, mayormente comíamos fuera, los fines de semana salíamos a divertirnos, a fin de año nos fuimos a Roma, el año anterior a la India. Fue divertido, pensé que todo seguiría así, pero no.
Romina, mi esposa, incitada por sus hermanas comenzó a pensar en el bebé. Puede sonar egoísta pero nunca he querido ser papá. A pesar de que mis padres siempre fueron muy buenos conmigo, también siempre los vi preocupados por mí, mi estudio, mi vida, casi no tenían tiempo para ellos, y pues siempre he pensado que los hijos solo sirven para consumir la vida de quienes no pueden o no desean vivir la suya, es un sacrificio vestido de algo lindo. La verdad no quería eso para mí.
Alargue la llegada del bebé lo más que pude, lo juro, trate de verlo de la mejor manera, cada vez que podía, hablaba con amigos de la secundaria, con amigos de la universidad, todos me decían que ser papá era horrible, no sé si le pregunte a los equivocados, y aunque luego terminaban la frase con un «Pero luego miro a mis hijos y no los cambiaría por nada en la vida», la verdad me suena a un auto engaño, es decir, la vida no vuelve a ser la misma, ellos lo dicen, y yo estoy muy acostumbrado a que estemos solos, viajar, darnos nuestros gustos. Estamos bien. ¿Cambiarlo para qué?
Pero Romina no iba a cambiar de opinión, así fue que en contra lo que realmente deseaba, accedí. Supongo que habrá sido en esos 5 minutos de estupidez que todos tenemos.
Nueve meses horribles, nueve meses donde mi preocupación se dividió en que mi mujer no se muera y en que él bebe tampoco, pues ya me imaginaba lo que se vendría. Romina no es precisamente la mujer más resiliente del mundo, y ya me imaginaba si algo salía mal, y por si fuera poco pensar que el pequeño nazca deforme o enfermo me trastornaba, a pesar que los exámenes pronosticaban a un fuerte y hermoso bebé; al final así fue.
Fueron esos nueve meses donde mi amigo el alcohol se convirtió en mi mejor amigo el alcohol, pues nunca he lidiado bien con el estrés. Solo una copa en la mañana y otra un poco más grande en las tardes, al regresar del trabajo, me daban algo de paz. Romina dejo el trabajo pues debía encargarse de Harold, así le pusimos al niño. Yo tuve que encargarme de más gastos, así que mi dinero por primera vez en tres años estaba alcanzando casi a las justas, el departamento pronto se hizo pequeño y un gasto extra, así que lo dejamos, y tuvimos que utilizar los ahorros para comprar una casa para la familia. Me parecía extraño decir: la familia. Nunca pensé que diría eso sin referirme a mis padres.
Compramos una casa y nos establecimos ahí, tuve que trabajar más horas, así que ahora estaba desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Ya me había acostumbrado a llegar a casa a las seis, pero bueno, estar en casa se había vuelto algo estresante. Llantos de bebé, Romina había engordado, se comportaba cada vez más como mamá que como mi amada esposa sexy. Yo bebía más y comía peor, pronto comencé a ganar algunos kilos y a olvidarme de los fines de semana divertidos, pues debía quedarme en casa con ellos.
Así fueron los siguientes tres años, hasta que Llegó Irene. Romina quería la parejita y creo que ya me había acostumbrado a la rutina y bueno, un bebé más no complicaría nada. Estaba bien posicionado en la empresa, aunque había comenzado a odiar mi trabajo, me dijeron que era el estrés, pues cada vez me quedaba más tarde, no era que necesitaba el dinero, era que necesitaba estar lejos de casa; lo descubrí cuando llegar a casa y ver que me había convertido en un padre de familia me daba cólera. Ya con cuarenta y un años me había acostumbrado, nunca he renegado de mi familia, amo a mis hijos, amo a mi esposa, pero nunca fue lo que realmente quería. Ya había dejado atrás mis sueños de viajar, de comprarme un auto nuevo, de ascender en la empresa, en fin. Había estado estancado en el mismo trabajo por más de diez años, no me quejo, me pagan bien, pero cada día es el mismo, aburrido, sin nada nuevo y sin emociones. Me despierto a las seis de la mañana, tomo un café cargado, le hecho un poco de vodka y me lo bebo mientras miro las noticias hasta que dan las siete para poder salir, mientras, mi esposa prepara el desayuno de los chicos y los lleva al colegio, me dan un beso y un abrazo y se van, luego salgo yo, conduzco cuarenta minutos si el tráfico es bueno, llego al trabajo y ahí me quedo todo el día en la oficina, en el almuerzo me fumo un cigarrillo, y luego continuo hasta salir, regreso a casa, mi esposa me calienta la cena, veo algo de tv, bebo un trago y a dormir.