Una historia que no debo contar

II

II

Llegue a casa, los niños y mi esposa estaban muy felices de verme, les entregue sus regalos y salimos a cenar todos, fue divertido, la pasamos bien.

Las semanas pasaron y poco a poco el estrés y la tensión regresaron, aunque ya no discutía con Romina, con ella las cosas estaban yendo mucho mejor, a decir verdad, no tuve más problemas con ella desde que regrese, pero yo me sentía extraño. Trataba de luchar contra mi estrés trabajando, comencé a beber un poco más que antes, en muchas ocasiones me preguntaba qué será de Miriam, otras veces se me olvidaba. Así pasaron los meses, tuve un pequeño viaje familiar que a consejo de un amigo me relajó bastante, los chicos estaban muy felices, creo que también nos hizo bien a mí y a Romina, pues hacia mucho no hacíamos algo juntos. Mis días pasaban sin mayor emoción, hasta que un día recibí una llamada, era Miriam.

Me contó que habría una ponencia en Santa Laura el mes que venía, y que quizá estaba interesado, me comentó que era la oportunidad que necesitaba para reunir los puntos que necesitaba para ascender, el problema era que yo no podía asistir, pues en estas fechas la empresa está bajo mucho trabajo, y aunque la conferencia estaba en la lista de actividades mensuales, habían destacado a personal nuevo, no a los más experimentados, así que no podría ir.  Con mucho pesar tuve que decir que no podría, no vi su rostro, pero oí su voz y estoy seguro que ella quería que yo fuera.

Su llamada fue cerca de la una de la mañana, Romanina se despertó al oírme hablar.

—¿Quién era? —me preguntó.

—Era Miriam, la amiga que conocí en el congreso de hace unos meses, ¿recuerdas que te hablé de ella?

—Sí, me contaste de ella… ¿Por qué llamo tan tarde? — preguntó

—Quería preguntar si asistiré a una conferencia que habrá en Santa Laura esta semana —le expliqué.

—¿Y tenía que llamar a esta hora? —Se incorporó y me preguntó extrañada.

La miré a los ojos y me encogí de hombros.

—¿Qué tiene?

—Que es que es tarde —enfatizó—. ¿Aparte por qué tiene que avisarte ella?

—Ya te dije, nos hicimos amigos y la pasamos bien, quizá quería que se repita eso, esas conferencias tienden a ser aburridas, además yo le explicaba las cosas, seguro pensó que podía contar conmigo…

—Bueno, ya no importa. Igual no podrás ir, estas con mucho trabajo, ya será para la próxima. —Se acostó, se giró y cubriéndose con la sabana.

No pude dormir hasta muy tarde pensando en ella. De verdad me hubiera gustado verla nuevamente. Pero yo no podía.

Las siguientes semanas no supe nada de ella, me olvidé concentrándome en todo el trabajo que había. Una tarde mi supervisor me dio una noticia, me llamo y me comunicó que necesitaba que fuera a Baldur, donde vivía Miriam, para revisar unas cuentas. Era la oportunidad para visitarla, no mentiré tenía muchas ganas de verla y no había vuelto a saber de ella, no había respondido mis mensajes.

Acepté ir para revisar los documentos en la sede de Baldur, y de paso ver si podía comunicarme con ella, le envié un mensaje por correo electrónico y me respondido, me dijo que le habían robado el celular, y había perdido mi tarjeta. Me dijo que nos encontraríamos el martes a las cinco de la tarde a la salida de su trabajo, yo a esa hora ya estaría libre luego de trabajar, total solo tenía que revisar unos archivos. Firmar unas comprar y enviar algunos reportes, ese día lo hice todo muy rápido, estaba con muchas ganas de verla.

Esa tarde la esperé frente al edificio donde trabajaba, había un parque ahí, me senté en una de las bancas y la vi salir algunos minutos más tarde. Estaba igual que la última vez que la vi, me vio a lo lejos y me hizo señales moviendo con la mano sobre su cabeza, sin saber que ya la había divisado, se despidió de su amiga y vino hacia mí.

Me dio un abrazo y me saludo con una gran sonrisa.

—Hola —me dijo—, me da gusto verte, ¿cómo has estado? —me preguntó.

—Bien, bien, ¿y tú? Cruentamente ¿Qué tal has estado? —le dije—. Pero primero vamos por un café. —Mire a mi alrededor—. ¿Pero dónde? No conozco muy bien esta ciudad.

—Hay uno a unas calles de aquí, vamos, caminemos —me dijo.

Caminamos y conversamos acerca de cómo nos había ido, al parecer en términos generales nos había ido bien. Me alegró mucho verla, se le veía muy bien, no sé, estaba igual, pero tenía algo diferente. Llegamos a la cafetería y ordenamos, mientras esperamos me contaba acerca de su trabajo, que le estaba yendo bien, aunque aún no había logrado ascender.

Me dio algo de pesar que no hubiera podido ascender. Una vez llegaron los cafés me contó que había tenido problemas en casa, que tuvo que dejar de asistir al congreso, y por eso le faltaron los puntos para ascender. Yo me dedique a escucharla, pues solo quería saber de ella. Compendia mejor cómo funcionaban los sistemas de ascenso en su área de trabajo, al parecer para ascender debían tener unos requisitos específicos, uno de ellos en función a asistencia a congresos y talleres, actualizaciones.

Hablamos también de mí, me preguntó cómo me estaba yendo en mi familia, en mi trabajo; le dije la verdad, le dije que las cosas iban bien en general, que todo estaba tranquilo por esos lares, siempre con un poco de exageración.




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