Una historia que no debo contar

VI

VI

 Los siguientes días fueron terribles, bebí mucho, dormí poco. Karina vino a verme y a tratar de animarme, me desahogaba con ella contándole todo, ella solo me escuchaba, yo estaba muy mal, era como si una parte mía se hubiera ido con ella, Miriam no sabía que tanto me dolía a mí también.

Tomé una decisión entonces, algunos días después de estar lamentándome, decidí que era el momento de solucionar las cosas, o buscaba a Miriam y le confesaba lo que sentía por ella, le pedía perdón y trataba de reconquistarla o buscaba a Romina y le explicaba las cosas y recuperaba a mi familia. Luego de ver a mis hijos jugando en la sala la casa y que me preguntaran por cuando regresaba mamá, decidí que eso era lo correcto.

Busqué a Romina en casa de mi suegra, conversamos largo y tendido como no habíamos conversado en muchos meses, le conté las cosas como sucedieron cuidando muy bien mis palabras, no le fui del todo sincero, debo aceptar que omití ciertas partes que solo empeorarían las cosas, y de verdad quería recuperar a mi esposa, en ese momento solo eso me importaba. Al final, luego de mucha charla ella aceptó regresar y darme una nueva oportunidad, por los niños, por nosotros. Ese sábado nos fuimos de fin de semana a la playa, la pasamos bien, fue bueno alejarnos un poco de todo, de la casa, del trabajo, de la ciudad que me traía tantos recuerdos. Fue bueno alejarme unos días, juro que todo me la recordaba.

Paso una semana y no supe nada de Miriam, hasta que me llego un mensaje de ella, preguntándome como estaba, me sorprendió, le respondí con la verdad, le dije que las cosas se habían resuelto, luego de eso no me respondió hasta el día siguiente, y solo un simple «ok», sabía que lo mejor sería que no hubieran esperanzas entre nosotros, sabía que quizá ella al igual que yo había pensado las cosas, le escribí diciéndole algo que esperaba con ansias que ella me creyera: «Creo que tenías razón, y no vernos fue lo mejor, creo que luego de arreglar las cosas con mi esposa las cosas irán mucho mejor, y si bien me enamore de ti, nunca dejé de amar a Romina, en estos días he aprendido a colocar mis sentimientos por ti donde deben estar, te quiero mucho, te deseo lo mejor en todo, sé que lograras lo mejor para ti». Me respondió con un: «Yo también te quiero, y eso significa que ¿tú y yo? Ya no podrá ser ¿verdad? ya no es lo que deseas», luego de tragarme toda la mezcla de emociones que eso que me escribió me generaba, le respondí: «Es la aventaja de enamorarse utilizando el cerebro, no sufres y puedes organizar mejor tus ideas». Ella me respondió varias horas después: «Al menos podremos seguir siendo amigos», le dije: «Si, eso siempre». Me dolió mucho leer todo eso.

Los días pasaron, yo continuaba trabajando, continuaba tratando de mantenerme tranquilo, de no pensar en ella, aunque algunas veces me moría por llamarla, o escribirle, no lo hacía, cuando pensé que las cosas habían acabado y que, aunque ella y yo nunca más tendríamos lo que habíamos formado en esas semanas. Y lo mucho que habíamos aprendido. Como me había dicho Karina, la había ayudado y ella a mí, yo le mostré que puede ser muy segura de sí, que puede enamorar a un hombre con solo sonreír, que puede tener algo mejor, y ella me había enseñado que la vida puede tener otro color, aunque los colores y la luz me los había dado ella. Karina fue mi soporte esas semanas, me hizo ver que no perdí a una buena amiga y que no había perdido a mi esposa. Eso me animaba, pues sabía que vería a Miriam algún día ya con los pies bien puestos sobre la tierra y que seguro seriamos buenos amigos otra vez.

Pero como siempre cuando las cosas parecen ir bien algo llega para joderla, la cereza del pastel que llegó quizá para hacerme pagar todo lo que había hecho.

Kevin Ortega es un compañero del trabajo, un administrador de la misma área, pero que, a diferencia de mí, no había logrado los asensos o los aumentos y siempre me había tenido cierto rencor, pues él siempre estuvo enamorado de Karina, pero ella siempre estaba conmigo y el al igual que muchos compañeros pensaba que yo quería algo con ella y que estaba «quitándosela», pero la verdad es que siempre fue un estúpido, pero este estúpido esta vez me tenía agarrado de los huevos.

Se apareció en mi oficina con una sonrisa y dejó un sobre en mi escritorio.

—Serán solo cuatro mil, solo eso te costara, —me dijo.

—¿De qué hablas? —le dije tomando el sobre.

—Ábrelo… — me dijo con una sonrisa en el rostro.

Abrí el sobre y sí que me sorprendí, eran fotos mías y de Miriam en la conferencia de hacía casi un mes, se nos veía abrazados, caminando del brazo, en situaciones comprometedoras, de verdad me estremecí.

—Eres un hijo de puta… —le dije lanzándole el sobre en la cara.

—¿De verdad tienes la cara de decirme eso? ¿Quién es el que se cree el gran galán tratando de conquistar a una chica casi diez años menor que tú? ¿Qué pensaste que podías hacerte el galán en plena conferencia donde todos te ven y nadie diría nada? Esta vez no, amigo… serán cuatro mil o le enviare esto a tu esposa, y quizá también deba enviárselas a ella, quizá le preocupe quedar como la amante, quizá pague… —amenazó sonriendo.

—Maldito… ¡A ella no la molestes! —Estallé en rabia, estaba muy enfadado y preocupado por esta situación— ¿Por qué haces esto?

—Solo por fastidiarte y porque necesito el dinero, he tenido problemas últimamente. Tienes hasta mañana, de lo contrario, tu esposa sabrá todo. Porque estoy seguro que no le has sido sincero acerca de tu amiguita, si no conoceré a los mentirosos como tú — dijo con burla—. Solo mira esa cara que tienes. — Se fue de mi oficina a carcajadas, me había dejado helado.




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