¿Quién eres ahora? ¿Aún eres la misma o cambiaste de alguna forma?
¿Qué estás haciendo en este preciso momento, cuando pienso en ti?
Y cuando miro hacia atrás, lo jóvenes y estúpidos que éramos.
¿Te acuerdas de ello? No importa lo que trate,
No negaré que no puedo dejarte ir.
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Eric sintió que había hecho lo correcto, aunque el corazón se le rompía en mil pedazos cada vez que veía a Daphne. No imaginó nunca que al volver del extranjero para buscarla, las cosas se pondrían tan difíciles entre ellos. Aún recordaba a su Daphne pura e inocente de trece años...
Llegó a su lujoso y frío apartamento y mientras se acomodaba en su sillón pensó en lo que acababa de hacer. En por qué la dejó sin confesarle nada. O por qué tuvo necesidad de decirle mentiras.
Estaba seguro de que por más intenciones que tuviera de abrazarla, besarla y hacerla suya hasta el fin de los tiempos, aún debía ser delicado y esperar. No tenía en claro qué le había ocurrido a Daphne mientras él estuvo fuera, pero claramente había sido grave. La jovencita que él había conocido al mudarse a Crystal City, de la cual se había enamorado a primera vista no era la persona desconfiada y temerosa que encontró al volver a New York.
En todos esos años, no recordaba haber conocido a nadie que temblara cuando se le tendía una mano o que no anhelara tener relaciones duraderas con otras personas... Y estaba el asunto de la amnesia: ¿por qué no lo recordaba? ¿Por qué su mente había borrado cualquier recuerdo de su juventud en Crystal City? El tiempo que había vivido en el extranjero no había hecho más que acrecentar su necesidad de ella para así poder al fin confesarle que siempre la había amado como se ama a una mujer, que desde los catorce años soñaba con ella, con una vida juntos, con darle la familia que a ambos les fue negada...
Mientras se servía un whisky en las rocas recordó con exactitud el momento en que supo que Daphne era el amor de su vida, y ese momento había sido al minuto de conocerla. Luego, la muerte de su abuela hizo que Elena, su tía, hermana de su madre, lo adoptara (aún no se explicaba la razón) y lo llevara a los quince años a vivir en un suburbio cerca de París. Si bien su vida dio un giro radical, pues ya no pasó necesidades económicas, el ambiente duro y autoritario que creó Jean Claude, el marido de su tía, no le facilitó nada. La pareja no le demostraba demasiado cariño y su tío, en especial, estaba empecinado en que Eric ganara cada centavo que se gastara en él.
- Trabaja duro y algún día podrás tener todo lo mío y harás lo que quieras de tu vida. - le repetía una y otra vez ese imbécil. Por su tía Elena supo que se habían casado un año antes de su mudanza a Francia y hasta la actualidad sospechaba que ella había tenido que ver con ese hecho. La mujer no podía concebir y para el necio de su marido este tema era vital.
Creía que Elena, al menos, le había proporcionado un cariño sincero; su marido, en cambio, le exigía que trabajara tanto en su casa como en la gran empresa de la cual era dueño como un simple "chico de los mandados". Aún se agolpaban en su mente las memorias de todo tipo de humillaciones y maltratos, que soportaba estoicamente pensando quizás en un futuro más luminoso.
Y ese futuro luminoso había llegado hacía cinco años, cuando sus tíos fallecieron en un accidente automovilístico. Por supuesto, no se puso contento con la noticia, no, lo que lo sorprendió fue que el heredero universal de los bienes de Jean Claude y Elena había sido él. Sí, Eric, que vivió humillado tantos años, había sido adoptado legalmente por esos dos apenas lo habían acogido y con la desaparición de ambos era el dueño de una gran empresa que estaba a punto de caer en quiebra.
Pero no lo hizo. Con esfuerzo y toda su dedicación trabajó y trabajó hasta que la empresa logró traspasar las fronteras de Francia, triunfo que el todopoderoso de su tío no había alcanzado en vida. Y en esos largos cinco años la fuerza motora que lo motivaba era el deseo ferviente de volver a ver a Daph. Nunca la había olvidado y con su nueva independencia conseguida a pulmón decidió volver a EE UU y buscarla. Lo cumplió, a pesar de no haber previsto todo lo que ahora sucedía.
Debió haber sospechado algo cuando le regaló esa nota con el dije a Daph. No obtuvo respuesta, a pesar de haberla enviado con un servicio de mensajería, por lo que podía haberlo localizado de alguna forma. Y cuando se vieron en Cronos su mirada y actitud le habían demostrado que no lo reconocía, aunque su aspecto físico no se había alterado demasiado.
¡Qué doloroso el momento en el cual le había tomado las manos y ella las retiró asustada! Con pasos lentos, de a poco, indagaría en detalle cuál era el trauma que atormentaba a Daphne. Mucho se temía lo peor, y de ser así, haría todo lo posible para ayudarla. Era algo que superarían juntos porque aún no se perdonaba el haberla abandonado.
En esa época él era solo un niño, pero debía haber vuelto mucho antes a la vida de Daphne. Sentía que, de alguna manera, le había fallado.
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Eric olió su camisa y aún sintió el perfume cítrico y embriagante de la mujer que amaba. Todavía no sabía de dónde había sacado fuerzas para no besarla mientras salían de su edificio hacia la empresa Chavanier, adonde la había acercado esa mañana. El desayuno juntos le había develado mucho de Daph y no tenía suficiente de ella. En ese momento, a solas consigo mismo, sabía que necesitaba más.
- ¿Sucede algo, Eric? - le había preguntado ella mientras él conducía, meditabundo, por las calles del centro de Nueva York. - ¿Te encuentras cómodo con la conversación que tuvimos?