Una Inesperada Tarde De Domingo

Capítulo 11: Revelaciones

Pero tendría que haber sabido

Que yo sería

Otra víctima de tu sexualidad

Y ahora hemos roto y pasado a otra cosa

No te quiero devuelta.

💟💟💟💟💟💟💟💟

 


- ¡Basta! ¡Basta! ¡Alejate de mí! No, por favor, nooo...

Eric escuchó a Daphne gritar desde la lejanía de su sueño y se incorporó en la cama para despertarla, preocupado por la forma en que se movía. Aún dormida, su rostro evidenciaba un terror profundo. Lo embargó una preocupación atroz.

- Daph, linda, shhh... Todo está bien, aquí estoy yo. - le susurró como si de una pequeña niña se tratara, mientras poco a poco su respiración se normalizaba. La sintió removerse inquieta bajo su abrazo al tiempo que murmuraba un casi imperceptible "Gracias". Cuando volvió a mirarla, la halló dormida de nuevo, esta vez con su semblante sereno. La mantuvo así, en sus brazos, mientras meditaba acerca de las pesadillas que habían reaparecido en Daphne sobre todo después de retomar sus sesiones en terapia. Quizás remover todo su drama la estaba dañando más de lo que la favorecía, y una pizca de culpabilidad se instaló en él. Era culpable por amarla tanto para exigirle que sanara sus heridas lo más rápido posible sin pensar en que ocho años no habían sido suficientes, que quizás toda una vida no lo fuera...

Despertó más tarde con el sonido de la alarma y lo primero que vio fue la maravillosa sonrisa de su novia llevándole el desayuno más exquisito del mundo. No era que se encontrara tan enamorado como para haber perdido el sentido del gusto, sino que Daphne en verdad cocinaba muy bien y tenía gustos muy refinados en tés y cafés internacionales. Después de degustar ese desayuno y conversar sobre los asuntos de ambos, se despidieron con un beso eterno hasta el anochecer de ese nuevo día.

En las últimas semanas Eric había adquirido la costumbre de dormir más seguido en el departamento de Daph, porque la necesitaba en las noches a su lado para un descanso placentero. Ella le había confesado que lo mismo le sucedía. Los juegos preliminares sin tener relaciones sexuales los dejaban siempre con ganas de más, pero una ducha de agua fría antes de dormirse lo mejoraba en parte.

Por esta razón, Eric pasó por su departamento apenas amueblado para buscar unos papeles que debía llevar a su oficina y mientras los buscaba vio la caja de terciopelo rojo que contenía algo que atesoraba con su vida hasta que decidiera entregarlo: un lujoso anillo de oro blanco con dos piedras brillantes en color turquesa. Lo había comprado una vez que aclararon sus sentimientos con Daphne y deseaba que pronto pasara el mes y medio que faltaba para que Daphne cumpliera treinta. En esa celebración le pediría matrimonio y si lo aceptaba, estaba convencido de que nada ni nadie los separaría.

- Señor, buenos días. Aquí están las proyecciones de ventas para el mes entrante. - La secretaria de Eric, Marina, se encontraba en la puerta de su despacho, diligente como siempre.

- Gracias, Marina. Por favor, no me pases llamadas de negocios en toda la mañana.

- Por supuesto, señor.

Una vez en su despacho, Eric sintió la vibración de su teléfono celular en el bolsillo de su chaqueta. No reconoció el número, de igual manera contestó.

"Diga..."

"Eric, amorcito, ¿en dónde te encuentras?"

¡Demonios y mil demonios! Reconocería esa voz aunque miles hablaran de la misma forma: Selene Duprè. Durante dos años habían mantenido una relación de "amigos con beneficios" en Francia, relación que Eric no se había molestado en proseguir una vez que decidió viajar a New York en la búsqueda de Daphne. Ambos sabían que lo suyo no era serio, entonces, ¿por qué lo llamaba ahora?

"Selene, ¿cómo conseguiste mi número personal?"

"Bebé - su tono intentaba ser sensual- una mujer tiene sus encantos y no me fue difícil sacarle los datos a Jacques, tu abogado."

¡Estúpido Jacques! Ya lo escucharía... Estaba a un milímetro de despedirlo. No podía dejarse convencer tan rápido por un par de piernas y dos buenas delanteras... Aunque Eric bien sabía que Selene no era solo eso; por el contrario, ella 
utilizaba muy bien su cerebro cuando le convenía.

"Eric, amor, dime porqué no me llamaste más. Me dijeron que te mudaste..."

"Así es, Selene, y ya cambié mi vida. ¿Sabes? Estoy muy enamorado y de novio con una bella mujer."

Al otro lado de la línea, Selene carraspeó, molesta. "¿Y se supone que tengo que estar contenta, mon amour? ¡Me has dejado sola, abandonada! ¿Y ahora estás viviendo una vida feliz?"

"Selene - trató de tranquilizarla él -, bien sabes que siempre fui honesto contigo. Nunca quise que nuestra relación fuera seria. Además, tú estabas comprometida con el viejo, ¿Durant? si mal no recuerdo..."

Escuchó incómodo un sollozo de Selene. Reconocía al dedillo sus llantos falsos: "No sabes nada, Eric, ese viejo desgraciado me tiró a la calle. Me sacó mis joyas, mis tarjetas de crédito, mi lujoso auto... ¡Todo!"

"¿Por qué razón, Selene?"

"Porque... porque... ¡estoy embarazada, cheriè!"

La cabeza estuvo a punto de estallarle. Eric se sentó en su silla anatómica ubicada frente a la computadora (cuyo fondo de pantalla era una imagen de Daphne y él, abrazados y sonrientes). No quería saber lo que con seguridad esa mujer le iba a decir, pero de todos modos hizo la fatal pregunta:

"¿Quién es el padre, Selene?"

"¿Quién crees, bebé? ¡Tú, por supuesto! Charles Durant se hizo una vasectomía hace diez años. Bien sabes que solo tuve relaciones contigo al mismo tiempo"

"No quiero ser duro contigo, Selene, pero necesito una prueba de ADN. Sé que es riesgoso mientras estás embarazada, pero una vez que nazca, quiero una prueba. Mientras tanto, no te preocupes y habla con Jacques. Él te buscará un buen departamento y se ocupará de darte todo lo que necesites..."




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