Dame una oportunidad más para hacerlo bien
El tiempo nos ha reunido nuevamente
Porque, cariño, es verdad
No existe nadie más que tú
No hay nadie como tú.
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Los días seguían su curso habitual. Daphne continuó realizando sus actividades laborales desde la casa de Eric y ya estaba casi convencida de que André no volvería. Todo lo hacía suponer: sus cuentas bancarias habían sido vaciadas justo el día en que se había tomado "vacaciones", su mansión estaba en venta y nunca más se había comunicado con Daphne misma. La dejó sola con la incertidumbre de qué sería de la compañía con gente ajena a ella a cargo. Ni siquiera David Guerrin, con ayuda de Dánae incluida, quiso develarle el nombre del empresario que había comprado todas las acciones de André Chavanier. Tanto misterio la hizo suponer que todo se había vuelto sospechoso en extremo.
Faltaban aún dos días para que la joven volviera a la empresa a retomar sus funciones de forma íntegra y Eric estaba preparándole la cena. Se encontraba muy pensativo (como era habitual en los últimos días) y a Daphne le dieron muchas ganas de besarle con suavidad el cuello para sacarlo de ese ensimismamiento. Y así lo hizo; la expresión de felicidad en su rostro fue todo lo que ella necesitó para saber que había hecho lo correcto. Aún no habían compartido la intimidad que ambos deseaban, pues su médico le había recomendado reposo absoluto, sin emociones fuertes ni actividad física por la cual peligrara su recuperación. Esto la frustraba, porque antes de que Leo irrumpiera en su vida por última vez, había decidido entregarse a Eric, y esa decisión se había vuelto mucho más firme desde que se habían comprometido.
- Tus besos provocan que olvide todo... - susurró Eric, al mismo tiempo que la tomaba por la cintura y la atraía hacia él.
- ¿Problemas, amor?
- En realidad, asuntos irresueltos - contestó Eric y sus labios se unieron a los de Daphne con hambre violenta -. Ya los solucionaré.
Volvió a besarla y su lengua tomó posesión del interior de su boca de forma imperiosa. Ella le facilitó el acceso, gustosa. De a poco, sus manos buscaron el contacto corporal y la ropa que obstaculizaba el sentirse piel con piel desapareció poco a poco. Eric fue dejando un reguero de besos apasionados por el cuello de su novia, succionó sus pezones, utilizando su boca para jugar con ellos. Todo esto la llevó prontamente a una especie de éxtasis que Daphne nunca había experimentado.
Cuando sus manos llegaron a su ropa interior se detuvieron y su mirada celeste la observó, interrogante. La lujuria que de seguro transmitía la mirada de Daphne fue lo que necesitó Eric para que el sexo de su amada quedara a su merced, al punto de necesitar el placer que hasta este momento no había disfrutado: ni siquiera su primera vez había sido tan erótica.
Los dedos de Eric se introdujeron con suavidad en los pliegues de ella, para comprobar finalmente que estaba más que lista . Daphne no despegó sus ojos de la vista del cuerpo de su novio y no le pareció cliché admitir que parecía un Adonis griego, que quizás hasta el David de Michellangelo no se comparaba con la belleza de su Eric.
Mientras Daph se hallaba absorta en su visión, él se quitó el pantalón y luego su ropa íntima, dejando libre su erección. Siguió dejando un reguero de besos en las piernas de su novia y luego en su vagina para penetrarla por fin con delicadeza y sin apuro.
Para Daphne sentirlo dentro resultó lo más placentero que había disfrutado en mucho tiempo, y mientras sus cuerpos se movían a un ritmo enloquecedor, el remolino que se formó en su sexo le quitó toda cordura. No tardó mucho en sentir el primer orgasmo verdadero de su vida, porque en sus anteriores experiencias los había fingido ante un compañero egoísta. El grito de placer que salió de la boca de la joven fue seguido al rato por otro, más profundo, que emitió Eric, al tiempo que su líquido calor la llenaba. Por un minuto, ella se perdió en las nubes turquesas de sus ojos.
- ¡Te amo tanto! - exclamó Daphne. Su cabeza descansaba ahora sobre su firme pecho.
- Y yo a ti, linda.- le contestó Eric, aún con la voz ronca. - ¿Te sientes bien?
- De maravilla. Hace varios días que me siento preparada para esto. Y no me arrepiento nada.
- Yo hace quince años que te espero, Daph. Y debo decir que fue mejor de lo que siempre imaginé. Prométeme que nunca dejarás de amarme. Yo sé que no lo haré.
Daphne levantó su cabeza de la almohada y vio el semblante de su amado dubitativo y temeroso, como si lo que recién acababa de suceder no le asegurara su amor. Imaginó que, frente a todo lo que les había pasado como pareja, debía darle la seguridad que le pedía. Además, eso era exactamente lo que creía con todo su corazón.
- Nunca dejaré de amarte, Eric. Me robaste el corazón cuando me ofreciste aquella rosa y ya no me lo devolviste.
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Lo observó y Eric se encontraba durmiendo con una mueca de disgusto que desfiguraba su bello rostro. ¿Qué rayos pasaba por su mente?
Hacía días que Daphne notaba a Eric nervioso en extremo y había momentos en los cuales no parecía prestarle ni la más mínima atención, como si algo o alguien lo tuviera preocupado. Ella quería creer que se trataba de ventas de su empresa que habían fracasado, pero no veía en él a una persona que mezclara su vida personal con lo laboral y en los últimos días lo había estado haciendo. Durante sus momentos íntimos daba todo de sí; sin embargo, una vez terminado todo, volvía a su actitud cerrada y meditabunda. Estaba muy preocupada por él. Demasiado, al punto de sospechar que se arrepentía de su inminente boda.
La joven alejó los pensamientos negativos de su mente y lo despertó con besos en su rostro y cuello. Eric esbozó una media sonrisa de lado que era mucho más de lo que había logrado de él en esos días. Correspondió a sus besos y pronto entrelazaron ambos cuerpos, disfrutando una vez más el uno del otro. Daphne no se cansaba nunca de sentirlo en su interior, de fundirse con él los dos en uno, porque así se sentía en esos instantes: como parte de su vida.