Cierra tus ojos, pide un deseo, esto podría durar para siempre
Si solo pudieras estar conmigo en este momento
Entonces dime, ¿qué es lo que nos mantiene separados ahora?
Voy a conseguirte: estás metida bajo mi piel.
No, no puedo dejarte ir
Eres una parte de mí ahora
Devuelveme el sabor de tus besos
Y no quiero saber la razón por la cual
No podemos estar juntos así
Ahora estoy trepando las paredes porque te extraño...
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Casi cinco meses. Cinco malditos meses en los cuales Eric no había progresado ni un poquito en su resolución de reconquistar a Daphne. Aceptó todas sus condiciones con tal de tenerla cerca aunque más no fuera de vista y ella había cumplido con lo prometido al pie de la letra: lo evitaba mientras él se encontraba en el edificio, las reuniones entre ellos siempre contaban con la presencia de un impertérrito Henry Carter (ese pelele pasaba más tiempo con su Daphne que él en los dos meses que había durado su romance) y no podía dirigirle la palabra sin que ella buscase una buena excusa para evadirlo. Así iba pasando su vida... tan vacía que ni siquiera el éxito de la fusión de Chavanier y Lasalle lograba alegrarlo. Era horrible haber tenido a Daphne y luego perderla por su culpa, solo por su propia culpa; todos los días se castigaba internamente por haber sido tan estúpido y por seguir siéndolo: aún no había nacido el hijo de Selene y la posibilidad de ser padre no se la había revelado a su amada. ¿De qué servía ahora, que ya no quería escucharlo?
Eran las 11 pm y Eric había intentado por décima vez hablar por teléfono con Daphne. Hacía rato que ella no contestaba, a pesar de que él había cambiado el número unas cinco veces para "engañarla" de alguna manera. No lo logró. A las cualidades que lo habían enamorado de ella (belleza y fragilidad) se unía ahora otra: la inteligencia. Daphne en verdad desplegaba todas sus estrategias para ignorarlo por completo. Lo merecía.
Su celular timbró tres veces antes de que decidiera contestar, y su corazón se paralizó por la posibilidad de que al fin fuera Daph quien quisiera conversar con él... pero se trataba de Jacques. Lo extrañó la hora elegida para llamarlo pues era un hombre muy respetuoso de los horarios de trabajo. Por eso y por su discreción (excepto cuando se trataba de Selene Duprè) era que seguía trabajando para él.
- Señor Lasalle, disculpe el horario...
- No hay problema, Jacques, ¿sucede algo?
- La señorita Duprè... ha entrado en trabajo de parto. Solicita que usted viaje inmediatamente a París. La clínica ya está avisada acerca del procedimiento que deben llevar a cabo apenas nazca la criatura...
Tan absorto había estado en sus propios problemas que no recordaba que la fecha probable de parto de Selene se cumplía esa semana, a pesar de que su abogado y mano derecha siempre cumplió con su informe semanal acerca de los gastos y el progreso del embarazo de su ex amante. Debía viajar de forma inmediata y terminar de una vez con todas con esa duda que quizás le trajese la alegría que le estaba faltando: ¿sería padre?
- Reserva ya dos pasajes a París en el vuelo más próximo, Jacques. Tú viajas conmigo.
- A sus órdenes, señor.
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Esa mañana sorprendió a Daphne el no cruzarse con Eric Lasalle por los pasillos de la compañía. ¿Por qué le costaba tanto olvidarlo? Hacía cinco meses, casi veinte semanas, ciento cuarenta días con sus noches que estaban separados. Y así debía ser. Si volvía a caer en las redes de mentiras de Eric, la debilidad sería una constante en su vida. Y estaba cansada de ser débil: quería retomar las riendas de su destino, destino que sería manejado por ella misma a su manera. En ese camino ya no tenía cabida su ahora nuevo jefe. No, no cabía, por mucho que quisiera arrojarse en sus brazos cuando lo percibía cerca de ella.
- Buenos días, Daph - la saludó Dánae, que continuaba trabajando para ella, más por lealtad que por ganas: no quería ni cruzarse con Eric al igual que Daphne -. Parece que todo está muy tranquilo el día de hoy...
- ¿No hay noticias de "el impresentable"? - preguntó. Ese era el apodo que ambas le habían puesto a su ex - Raro, siempre es el primero en llegar...
- Mejor - expresó su amiga, con un curioso mohín de desprecio en su rostro -. Otro día en el cual no tienes que aguantar su insoportable presencia cerca tuyo.
- Cierto. - aseguró Daphne, a la vez que asentía con la cabeza.
En el fondo de su corazón no sentía lo mismo. La coraza que se había formado para protegerse de Lasalle estaba presentando pequeñas grietas que se abrían más cuando no podía verlo u oír su voz en algún rincón, mientras ella fingía trabajar concienzudamente.
Llegó la tarde sin novedades. Daphne puso todo su empeño en trabajar codo a codo con Henry, a quien ya consideraba un muy buen amigo. Incluso varias veces habían salido con Dánae y David, que continuaban su romance sin sobresaltos y con serios planes de casamiento. David no se portaba muy amable con Henry, porque por alguna razón desconocida había desarrollado una gran amistad con Eric y pensaba que Daphne aún le pertenecía o algo así. Dánae lo mantenía a raya cada vez que se pasaba de grosero. Ella le había aconsejado una y mil veces que probara iniciar algo más con Henry, a pesar de que ni él daba un paso en esa dirección, ni la joven quería hacerlo. Por el momento.
Patricia, la ahora secretaria de Eric, ingresó a su oficina luego de dar dos toques a la puerta. Daphne miró el reloj de pared y aún quedaba una hora para el horario de salida.
- Hola, Patricia - saludó, algo sorprendida - ¿En qué puedo ayudarte?