Una Inesperada Tarde De Domingo

Capítulo 20: Destino

El amor te mantendrá

despierto toda la noche

Probarás el sabor de la dulce divinidad

Que te llevará a otra dimensión

Sí, el amor te mantendrá despierto toda la noche.

💟💟💟💟💟💟💟💟
 


No resultaba para nada sencillo aceptar que quizás uno se había equivocado, que había juzgado con dureza extrema a quien más amaba... Daphne pronto supo que era así.

Pudo constatar que, a pesar de su personalidad avasallante e imagen intimidante, Selene Duprè era una mujer de lo más sencilla. Lograron congeniar casi de inmediato, dejando con ello atrás tantos prejuicios y malentendidos.

Pero, quedaba Eric ¿Estaría él dispuesto a hablar con ella? ¿Aceptaría sus disculpas? En una película vieja, Daphne había oído una frase, dicha por la protagonista a su pareja: "El amor significa nunca tener que pedir perdón". Esa frase, allí, en la oscuridad de su cuarto, le venía a la mente y la hacía dudar sobre qué pasos seguir. Si aún existía una chance con Eric, debía tomarla a como diera lugar...

Había pasado una semana desde la visita de Selene al deparmento de Daphne, y ésta no conseguía armarse de fuerzas para enfrentar a su amado de una vez por todas.

- Buenos días, Daph - se asomó Henry a la puerta de su oficina. - Aquí te traigo los documentos que debes preparar tú. ¿Tienes listos tus documentos, pasaporte...?

- ¡Oh, sí, claro, Henry! Todo está en regla.

En dos semanas más, Daphne y Henry partirían hacia Londres, en un viaje estrictamente de negocios. Ellos sabían que así era, pero las malas lenguas en la compañía ya veían un compromiso serio entre ambos, y Daphne por el momento no quería desmentir nada. Henry mantenía su discreción característica, por lo cual nadie se imaginaba otra cosa más que ellos eran novios.

- Por casualidad, ¿has visto al señor Lasalle esta mañana?

La pregunta de su compañero y amigo la tomó desprevenida. Seguía sin cruzarse a Eric, y eso la dejaba bastante tranquila mientras decidía si hablar con él o dejar las cosas como estaban.

- No, pero se encuentra su abogado, Jacques Miró. ¿Por qué no hablas con él?

- Claro, así lo haré.

Henry se volvió y miró a Daphne, escrutándola.

- ¿Tú te encuentras bien?

- Claro, muy bien - Daphne improvisó su mejor sonrisa, que no engañó ni un poquito a su amigo. Henry se retiró meneando la cabeza.

Todos lo notaban, menos ella, que no quería verlo: no estaba bien ni lo estaría mientras no hablara con Eric. Ella le debía esa charla; ambos se debían esa charla.


 


Aquella sería otra noche en la soledad de su apartamento. Eric había sorteado la tentación de meterse una vez más en Cronos y seguir ahogándose en alcohol, mientras se imaginaba a Daphne sonriendo con Henry Carter. ¡Maldito suertudo! Si al menos pudiera hacerle la vida imposible en la compañía como revancha por quedarse con ella... Pero el desgraciado enfant parfait (niño perfecto) lo hacía todo bien: documentos en orden, firmas donde debían estar, facturación al día... ¿Cómo podía competir con él?

Los últimos días había notado que Daphne (las pocas veces que la cruzaba) lo miraba con otros ojos, menos ceñuda su expresión y hasta creyó notar dulzura en sus ojos. Quería creer que ella lo había perdonado, pero nunca hizo ademán alguno de quedarse con él para conversar en privado. Y Eric le había proporcionado oportunidades, tantas que ya ni siquiera las contaba...

Desde hacía un tiempo se estaba muriendo por dentro al pensar que en un par de semanas Henry y Daphne debían viajar juntos a Inglaterra, a una reunión con un grupo importante de inversionistas, que conocían a la mujer que amaba y sus capacidades, por lo cual solo habían aceptado hacer negocios con ella presente. Henry era su mano derecha, así que había sido inevitable que él viajara también y tan solo vislumbrar que tendrían una semana para los dos, solos, en habitaciones cercanas, lo enloquecía. Debía trabajar mejor su sentido de propiedad con respecto a Daph: él había arruinado todo entre ambos y ella tenía derecho a ser feliz.

Lo que más lo molestaban eran los rumores; incluso Patricia, su secretaria, le había preguntado a él si no creía que Daphne y Henry utilizarían ese viaje como pre luna de miel. ¡Tuvo ganas de despedirla! Pero se contuvo, respiró hondo y se recordó a sí mismo que nadie en la compañía estaba enterado de su relación previa con su vicepresidente, excepto claro Dánae, y ella no le dirigía la palabra, mucho menos lo iba a divulgar.

Tan sumido estaba en sus cavilaciones que apenas se percató de que el timbre estaba sonando repetidamente. Tanto ímpetu parecía propio de Selene, que los últimos días arrastraba a altas horas de la noche al pobre Jacques hasta su hogar para cerciorarse de que Eric no estaba bebido o había sufrido un coma etílico. El reloj marcaba las 9.30 pm, así es que ni siquiera levantó el tubo del portero eléctrico, sino que abrió la puerta con rapidez, dispuesto a darle un sermón a la entrometida madre de su hijo para despacharla de forma inmediata.

- Selene, estoy sobrio, ¿quieres hacerme un test de alcoholemia? Vete con Laurent que...- llegó a decir, antes de darse cuenta de que quien estaba en el umbral era ella: su Daph.

- ¿Qu... qu... qué haces aquí?- tartamudeó como idiota.

Ella solo miraba al suelo y pasaron dos o tres segundos antes de que contestara, esta vez, fijando su deslumbrante mirada en la suya.

- Necesitaba hablar contigo, ¿me permites pasar?

Se quedó observándola otros tres segundos más, preguntándose si era real o solo una ensoñación, de las tantas que había tenido desde la separación. ¡Oh, Dios, cómo deseaba besarla hasta desfallecer!

- Sí, claro, adelante- dijo al fin, señalándole con la mano el camino, que ella bien conocía, y sacudiendo su cabeza para despejarse de tan bella visión. El corazón de Eric latía más rápido de lo habitual y tenía un buen presentimiento acerca de la presencia de Daphne en su hogar. No quería ilusionarse, pero si ella estaba allí, era por algo ¿no?




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